¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El sol radiante se colaba entre las cortinas e iluminaba su rostro con gentileza, era una sensación cálida y agradable que le hizo despertar. Cassie se giró para abrazar su almohada y, mientras escuchaba el suave tintineo de las sartenes venir de la cocina junto con la monótona voz del hombre del tiempo, no pudo evitar pensar en la noche anterior. Hablar con Eddie le había hecho híper sensible a las sensaciones que le rodeaban. De repente, la luz del sol era dulce, la suavidad de sus sábanas le hacía creer que yacía en una nube y el delicioso aroma a tortitas se mezclaba con su perfume afrutado. Hacía mucho tiempo que no sentía tanta emoción por simplemente hablar con alguien. Ni podía explicarlo con exactitud, pero era un sentimiento grandioso el poder hablar con alguien sobre sobre lo que le gusta y no ser juzgada por ello. Fue una conversación genuina, él la escuchaba y no se burlaba; se rió con ella y bromeaban como si fuesen amigos de toda la vida. Fue refrescante.
Cassie sonrió contra la tela de la almohada.
“Como un ósculo dorado en el alma.”
Cassie se levantó y comenzó a rebuscar en su armario. Se vistió con unos pantalones cortos y una camisa con estampado de flores; se calzó más converses, peinó su cabello, se puso unos pendientes rojos y maquilló levemente su rostro. Cuando bajó las escaleras de su casa se encontró a su padre preparando el desayuno, ella le dio un gran abrazo y él se giró para mirarla.
—Hoy estás de buen humor, Cassie.
—Sip, creo que va a ser un buen día.
—Papá, creo que Chrissy va a venir el miércoles otra vez.
—Entonces traeré ese helado raro que les gusta a ambas.
—¡La menta con chocolate es un sabor normal!
—Que asco, solo con que me lo menciones me dan ganas de ir a vomitar.
—¡Papá!
El hombre rió y se acercó a Casandra para besar su cabeza: —Pásalo bien, cariño.
—Igualmente.
Su padre salió de casa y ella terminó de desayunar. Pasó su mañana tratando de avanzar con Guerra y Paz, sin embargo, sus esfuerzos no sirvieron de mucho, pues los ojos se le estaban cerrando involuntariamente. Cuando había finalizado el curso se había puesto como objetivo al menos leer un clásico durante el verano. Claramente, no fue muy inteligente al elegir un autor ruso.
A las tres de la tarde emprendió su camino al videoclub y llegó la primera (como siempre), por lo cual le tocó abrir. Conectó el ventilador, eligió la película que iba a reproducir en el televisor y esperó detrás del mostrador a que Mark llegara. Cosa que no ocurrió hasta 30 minutos después de que su turno hubiera empezado.
