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—¿Y todo esto?
La mesa de la cocina estaba hecha un desastre. En su intento de ser una buena amiga había decidido tomar el libro de repostería de su madre e intentar hacer un pastel. Harina cubría todas las superficies de la cocina —incluyendo a la propia Cassie—, cáscaras de huevos estaban apiladas en una esquina y el envase de azúcar luchaba por no caerse. Llevaba desde las siete de la mañana tratando de descifrar las instrucciones y, por fin, parecía estar tomando forma.
—Estoy haciendo un pastel.
—¿Para quién?
—Es el cumpleaños de un amigo.
—Un amigo —repitió su padre— ¿Qué clase de amigo, Cassandra?
—Papá, un amigo.
Su padre le miró con una expresión divertida.
—Voy a tener que conocer a ese amigo —Ajustó su cinturón como un vaquero en las películas del salvaje oeste—. Dejar las cosas claras, poner unas reglas.
—¡Papá!
—Es broma, cariño —Le revolvió el pelo y Cassie hizo una mueca—. Guárdame un trozo.
(...)
—¡Ja! —Mark estaba de espaldas cuando oyó la campanita sonar— Nunca pensé que pudiera decir esto, pero llegas tarde.
—¡Feliz cumpleaños!
Cassie sonrió de oreja a oreja, con un sutil arrebol en sus mejillas y un brillo despampanante en sus ojos. Mark se quedó con la palabra atascada en sus cuerdas vocales, incapaces de hacerlas vibrar. Por un segundo, tan solo un segundo, Mark no supo que decir. Sus manos temblaron un poco cuando elevó un dedo y señaló el pastel, turbado por la emoción.
—¿Lo hiciste tú? —pausó— ¿Para mí?
—Sí.
—¿Y no destrozaste la cocina?
«Ya estaba tardando.
—Muy gracioso —Cassie rodó los ojos—. Espero que no seas alérgico al chocolate o algo así.
Aquella mañana se encontraba de buen humor. Estaba colocando VHS murmurando para sí misma la canción que emitía el televisor cuando, de repente, sintió la presencia de alguien detrás suyo.
