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La oscuridad de la noche se cernía sobre la arboleda. Y, en un lugar aparentemente desolado, las luces neón del restaurante abandonado brillaban. Aquel era el punto de encuentro del grupo de Cassie; un sitio en ruinas que sus amigos se habían propuesto restaurar.
Mientras Gretta colocaba varios vasos rojos sobre el mostrador, Jenny exploraba la cocina en busca de alcohol. Patrick y Peter, por su parte, trasladaron un antiguo sillón frente al televisor y, acto seguido, llevaron un colchón cubierto de polvo a una zona que simulaba ser una especie de salón. El lugar estaba lleno de mantas, y en un rincón se apilaban bolsas con comida. Cojines volaban en el aire, siendo interceptados por alguien para depositarlos con destreza sobre el sofá. A pesar del aspecto terrorífico del sitio, el esfuerzo del grupo le daba un aire acogedor.
Cassie estaba sentada en el sillón junto a Chrissy. Después de lo que había sucedido esa tarde, lo último que quería era estar en este lugar con sus “amigos”. Chrissy trenzaba su cabello y le hablaba de un vestido que había visto en una revista, Cassie no prestaba mucha atención a sus palabras, su mente estaba concentrada en cómo los dedos de Chrissy se deslizaban entre las hebras de su cabello. Era un tacto reconfortante que le brindaba algo de paz. Si fuera por ella se iría con Chrissy a su casa para pasar una noche de chicas comiendo helado y viendo comedias románticas. Sin embargo, Chrissy se lo estaba pasando bien esa noche y no quería arruinarlo con otra de sus tonterías.
—¿Qué coño le pasaba a ese?
—Nunca me agradó que Cassie trabaje con ese bicho raro —La atención de Cassie volvió a la conversación—. Encima es amigo de Eddie Munson.
—¿El que nos vende la maría? —preguntó Kirk— Ese sacrifica gatos y se bebe la sangre, alguna mierda satánica.
—¿Mark Davis no fue el que le hizo una paja a Garret Mcculkin? —siguió Peter.
—Suficiente —intervino Cassie.
—Chicos, por favor —dijo Chrissy—. Hablen de algo más agradable.
Jason le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia su cuerpo para besar su mejilla con ternura.
—Perdona, amor.
—¿Nadie trajo alcohol? —Jenny salió de la cocina y apoyó sus manos sobre el mostrador— Este sitio está vacío.
—Cass y yo iremos a buscar.
Cassie se estremeció. Lo último que quería era estar en el coche a solas con James, que, claramente, estaba aguantando la llama de su ira. Sus ojos centelleantes, con una determinación demoledora advertían a Cassie de que estaba cerca de explotar. No lo expresaba delante del grupo, pero estaba molesto porque le hubiera llevado la contraria. Y así fue, según salieron James le agarró de la muñeca con una fuerza inhumana y la empujó contra la pared.
