Tal como lo sospechaba, luego del buen gesto de darnos el día libre, el resto de la semana fue un tormento. Es que mis jefes son dos ogros mal humorados que detectan la felicidad con un radar y la agotan en un instante. La semana se pasa larga y tediosa, ya que nos da muchísima carga extra. Los chicos, así los llamo ahora, me han mandado un par de mensajes que me hacen sonreír. Alan está terminando un proyecto muy importante por lo que prácticamente no sale de su casa, que es su oficina. Axel ha estado más distante con los mensajes supongo que también tiene mucho trabajo.
Mi celular suena sin cesar en el cajón de mi escritorio. Walter que está supervisando uno de mis planos lo mira con fastidio. Yo no me muevo de mi lugar, sigo con las explicaciones pertinentes. Ale es mi ingeniero de cálculos en este proyecto y refuerza todo lo que digo. Lo único bueno de esta semana es que he trabajado con Ale. La reunión termina, Ale me mira y salimos prácticamente corriendo de la oficina. El viernes nunca se sintió tan viernes como hoy. El aroma de la libertad. Me subo a su auto, cuando estoy llegando a casa me doy cuenta que me olvidé mi celular, pero no tengo ganas de buscarlo. Le digo que mañana paso. Me despido de él. Al caminar hacia mi edificio veo la silueta de un hombre. Un hombre con una maleta. Un hombre que conozco.
- ¿papá?
- ¡Hija! – se voltea a verme y salto a sus brazos. El olor de su perfume me transporta a mi niñez, su barba me pica como siempre. Una calidez recorre todo mi cuerpo al tenerlo cerca, me siento una niña otra vez.
- ¿estás solo?
- Frank está allí. - señala un auto donde está su custodio desde hace años. – se va al hotel y luego me va a buscar.
- No. Vos quédate conmigo.
- Bueno él al hotel yo a tu casa.
- ¿te quedas todo el fin de semana?
- Si es lo que queres.
- Claro que sí. - doy saltitos de alegría mientras busco mis llaves. Frank arranca el auto y se marcha.
Las cosas con mi papá son sencillas. Él me cuenta cosas que me fascina escuchar, mientras tomamos un té en honor a mi madre. Nuestras cenas son comida comprada, ninguno de los dos jamás ha cocinado algo, pero gracias a eso hemos recorrido innumerable cantidad de restaurantes. Le cuento como han sido mis tres semanas aquí. Le hablo de mis jefes, de Mai y Ale. Se alegra mucho al saber que me gusta mi trabajo. Le hablo de Alan y Axel, omitiendo algunos detalles. Los menciono como amigos con los que paso lindos momentos. Demasiado sutil. Supongo que mi padre me conoce más de lo que acepto, razón por la cual no pregunta mucho más. Se preocupa y me pregunta si alguien me ha molestado. Sé a quién se refiere. Le juro que él sería el primero en saber. Me ruega que no me rinda con el amor, que siga buscando. Una mala experiencia no puede determinar mi futuro. Lo veo ilusionado al respecto. Cuando el timbre suena, lo apuro a poner la mesa. La comida llegó mucho antes de lo que pensamos o la charla nos distrajo tanto que perdimos noción del tiempo. Abro la puerta y ahí están ellos. Llenos de bolsas, con expresiones muy serias.
- Te vamos a pegar ese bendito celular a la mano- dice claramente enojado Axel.
- ¿estás bien? - pregunta más sereno Alan. – trajimos la cena y dos vinos. Hicimos apuestas a ver cuál te gustaba más.
- No es un buen momento – digo con un hilo de voz, y noto la risa de mi padre desde la cocina de mi pequeño departamento.
- ¿estás con alguien? – la expresión de Axel se endurece cada vez más y puedo notar que se enoja más cada momento que no lo dejo pasar.
ESTÁS LEYENDO
MESA PARA TRES
RomanceEsta no es una típica historia de amor. Quizás lo único típico es la manera en que se aman los personajes. Se trata de un momento en la vida donde el amor golpea las puertas y los protagonistas deben replantearse todo lo que son, conocen o impone la...