|uno|

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La cama matrimonial se sentía vacía a pesar de estar dos personas en ella, las sábanas blancas, el aroma a suavitel, mantos impecables al igual que el order de esa habitación.

Las cuatro paredes se sentía frío y solo, teniendo a su esposo a su lado era el igual a estar junto al hielo, llegando de trabajar y apenas cambiado se había acostado a su lado sin decir nada y dándole la espalda abruptamente sin importar que estaba despierta o no.

No olía a alcohol, no olía al perfume de otra mujer, ponerse de pie en la oscuridad y buscar su camisa no encontraría un solo parchón de labial, podía revisar su cuello, su cuerpo entero hasta su celular y no encontraría una sola señal de infidelidad.

Simplemente eran dos desconocidos durmiendo en la misma cama desde hacía dos años.

Dos desconocidos que nunca se dieron la tarea de conocerse y disfrutar al menos la compañía del otro.

Parecía que sólo una persona era la que carecía del afecto de su supuesta pareja.

Nunca tuvo actitudes tóxicas hacia él, ni de lejos conocía su celular, ni buscaba alguna excusa para buscar algo donde no había nada.

Un hombre dedicado a su trabajo y a su soledad junto a la hostilidad hacia ella.

¿Al menos existía para él?

Ni un solo instante se sintió acompañada.

Después que el hombre se había acostado a su lado y finalmente escuchó unos ronquidos de cansancio, se aferró a la almohada de funda blanca, abrazándola con fuerza como un antiguo peluche de su niñez.

Al amanecer el ruido de la alarma la despertó, con dificultad la mañana estaba iluminandose, el frío predominaba y el día nublado anunciaba un mal día.

El hombre a su lado no se había movido ni un milímetro, se puso de pie yendo a la cocina, aunque no quisiera tampoco era una persona que pudiera dormir tanto tiempo, al bajar las escaleras prendió la luz de la cocina disponiendo de hacer café y algún desayuno que valiera la pena.

Unos burritos de huevo con salchicha podría servir, pero de las pocas cosas que había conocido de su “esposo”, era que tenía un gran estómago, no le bastaría con un par de burritos, necesitaba varios para saciar su hambre y no se fuera de mal humor, o empeorara del de costumbre.

Una jarra de café de tueste oscuro y muy fuerte, sin azúcar y sin leche; esa era la bebida mañanera que el hombre tomaba.

Por su parte, ella no soportaba el tueste oscuro del café sin que le afectara de alguna forma su cuerpo dejándola enferma.

Prefería comer cereal, un jugo o cualquier otra cosa que no fuera café por las mañanas, y no porque no le gustara el café, sino por el café que había en casa, era hasta cierto punto asqueroso para ella.

Después de prepararlo y dejarlo listo en el desayunador, subió por el hombre de mechas azules quién ya no estaba en la cama, siempre despertaba antes que ella viniera a hacerlo.

—El desayuno ya está listo, baja antes que se enfríe. —pidió del otro lado de la puerta del baño, tenía seguro y apenas la lograba escuchar.

No hubo respuesta, pero sabía de alguna manera que la había escuchado al haber oído la llave del agua cerrarse.

El hombre siempre dejaba un día antes su impecable traje, junto a los zapatos, reloj y hasta bufanda que usaría ese día, pero siempre era ella quién le escogía la corbata por usar ese día.

Nunca supo la razón del porqué, sólo suponía que el hombre olvidaba siempre usar la corbata, de alguna forma le divertía abrir el gran cajón de corbatas enrrolladas buscando la que era perfecta para el atuendo de ese día.

La del día sería una de un patrón de tres colores, blanco, un gris celeste y un azul marino, dejó la corbata en la cama y abandonó la habitación bajando nuevamente a la cocina.

Sirvió su cereal y luego la leche, minutos después el hombre apareció por las escaleras completamente vestido para el trabajo, sentándose frente a ella sin decir una sola palabra y empezar a comer, lo preparado por su esposa, solo se escuchaba el ligero sonido al masticar del hombre y lo crujiente del cereal.

—Iremos a comprar la despensa el viernes en la tarde. —avisó cortante mientras terminaba de comer.

—Iremos primero a comprar los jabones o las carnes? —preguntó parando de comer y verlo a la cara aunque este, seguía comiendo sin más.

—¿Qué es esa estúpida pregunta? Sabes que la carne se compra de último porque se pondrá mala si no se refrigera pronto. —respondió frunciendo el ceño dejando el rollo en el plato de porcelana, levantando la mirada, observándola directamente incrédulo.

—Lo había olvidado. —contestó jugando con la servilleta a su lado y el de mechas azules se puso de pie alejando el plato.

Ahí había muerto la conversación.

Se había retirado de la mesa con indiferencia, yendo al baño y el grifo del lava manos se Escuchaba desde la cocina, suponía que lavaba sus dientes, tenía un estricto control en la higiene, hasta cierto punto, obsesivo.

Recogió los platos de la mesa Lavandolos, luego secarlos y por último guardarlos donde correspondía.

La mañana se había vuelto más fría.

—Me voy, regreso en la noche, no cenaré aquí. —avisó y el sonido de la puerta golpeó el marco de esta.

Ese día sería más largo y frío que de costumbre.

𝙑𝙊𝙏𝙊𝙎 | Taiju Shiba [𝚃𝚁] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora