Ausencia

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- ¡Taiyou! - Exclamó el peliazul - ¡Hijo apresúrate porque vamos a llegar tarde!

Un pequeño de tan solo cinco años aparecía en escena, corriendo por el pasillo que conectaba las habitaciones con la sala de estar de su no tan grande casa, mostrando una sonrisa radiante que dejaría ciego a cualquiera que se atreviese a mirarla por las de dos minutos.

El niño vestía un traje elegante y una corbata de moño color azulino que resaltaban sus preciosos ojos, además de llevar los cabellos perfectamente peinados con gel fijador que los mantenía fijos en su posición, lo que sin duda dejaba completamente deslumbrado al orgulloso padre.

Taiyou acababa de culminar su etapa como alumno de pre-escolar, por lo que ahora se supone que estaba en camino a la ceremonia de graduación, sin embargo el tiempo parecía querer jugar en su contra, pues desde tempranas horas de la mañana, los inconvenientes habían aparecido uno tras otro sin descanso alguno.

- Papá... ¿De verdad no podemos llevar a Pipo...? - Preguntó el menor con la mirada cristalizada mientras señalaba hacia su alcoba - Se va a sentir solito si nos vamos mucho tiempo...

- ... - La inocencia y ternura de las palabras de su primogénito lograban conmoverlo, pero eso no era suficiente para hacerlo dar su brazo a torcer - Ya hablamos de esto en la mañana mi niño... Pipo va a estar bien, y cuando regresemos, te va a estar esperando como todos los días cuando vuelves de la escuela ¿Sí?

- Está bien... - Aceptó haciendo un típico puchero infantil, para luego suspirar y tomar la mano de su padre sin dirigirle la mirada.

Este pequeño gesto solo hizo que Kazemaru riera, ya que disfrutaba por completo ver como el carácter y la personalidad de Taiyou iban formándose lentamente, como una bella pieza musical que requiere de tiempo y cuidado para convertirse en una obra maestra.

El tiempo había pasado, y en cinco años su vida no había dejado de cambiar ni un solo día, teniendo que aprender a base de ensayo y error el como ser padre y futbolista a la par, lo que lo obligó a balancear su tiempo, atención y energía en una rutina que a más de uno, hubiera espantado en la primera semana.

Pero cada vez que veía a Taiyou sonreír con inocencia, sentía que todos sus esfuerzos valían la pena y que cada noche en vela que había pasado en el hospital acompañando a su pequeño no eran nada en comparación a la recompensa que los dioses le regalaban.

A diferencia de algunos de sus amigos, él todavía seguía jugando en la liga de soccer profesional japonesa, pero no por falta de ofertas de clubes internacionales, más bien por el no querer hacer que su hijo emigrara a tan corta edad sabiendo que su estado de salud no era el más óptimo, pero su momento había llegado, y ahora tenían un contrato con un importante equipo español que lo recibiría al comienzo de la siguiente temporada.

Eran sus últimos meses en Japón, casi y le parecía irreal que pronto estaría en un país diferente enfrentando a rivales nuevos que seguramente explotarían sus capacidades como jugador polifuncional, además le hacía mucha ilusión volver a compartir vestuario con Fubuki, quien casualmente estaba en dicha institución hacía 1 año.

Con la cabeza en las nubes, Kazemaru tardó en darse cuenta de que había una fila de autos formados detrás de él, por lo que bastante nervioso pisó el acelerador y continuó su camino, viendo por el retrovisor como más de un conductor se quejaba por el retraso causado, más decidió no darle demasiada importancia.

La escuela a la que Taiyou asistía era del estado, y no porque la mensualidad de un colegio privado se escapara de su presupuesto, si no porque esa era la misma institución en la que él había estudiado hace muchísimos años.

Pequeña MandarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora