Incertidumbre

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Hay personas que dicen "Estoy bien" sin realmente estarlo, y justifican su mentira alegando que es por empatía, para evitar que alguien se preocupe por ellos innecesariamente, pero claro... No puedes mentirle a quien te conoce a la perfección.

A los ocho años, Taiyou había dicho esto, por lo menos unas mil veces.

Era simple y fácil de entender el porqué lo hacía, después de todo su padre era una estrella del fútbol en Inglaterra, destacaba tanto que la prensa los había obligado a mudarse a un vecindario que estuviera custodiado las 24 horas del día, lo que complicaba que el pequeño tuviera una infancia normal.

Él amaba a su padre, eso era más que obvio, pero a veces renegaba de la profesión de este mismo, pues sus amigos tenían tutores con profesiones "comunes" como ingenieros, doctores, policías y demás.

Envidiaba ver como en cada celebración escolar, los padres de sus compañeros llegaban sin levantar la menor de las miradas hacia ellos, disfrutando de una jornada relajante, pero apenas su progenitor pisaba el lugar, los murmullos comenzaban, los flashes de las fotos y posteriormente los gritos de quienes querían acercarse a este, mientras que por dentro el pelinaranja decía; ¡Aléjense de mi padre! ¡Ha venido a verme a mí!

Solo tenía un amigo que lo comprendía a la perfección, y era principalmente porque su situación era idéntica a la suya, ya que ser hijo adoptivo de Fubuki Shirou no debía ser nada fácil.

Hace apenas un par de años que este nuevo individuo había llegado a la vida del Príncipe de las Nieves, y por la Dios de la Fortuna, él juraba que nunca olvidaría el día en que se conocieron.

Él estaba sentado en las gradas inferiores jugando con su teléfono móvil mientras esperaba que los entrenamientos de su padre terminen, más no contaba con que el albino se le acercara sin previo aviso.

- Taiyou-kun... ¿Tienes un minuto? Quiero presentarte a alguien.

- Claro - Respondió con una leve sonrisa a la par que guardaba el celular en el bolsillo y observaba de reojo al individuo desconocido que tenía en frente.

- Él es mi hijo - Dijo tomando por los hombros al niño - Se llama Yukimura Hyouga... ¿Crees poder hacerle compañía? Yo tengo que entrenar y la verdad es que él no conoce a nadie por aquí y...

- No diga más, Fubuki-san - Interrumpió levantándose de su asiento - Ven Yukimura, vamos a por unas galletas o algo de jugo.

En aquella ocasión, Taiyou definió a Yukimura como alguien extremadamente centrado, silencioso y muy tranquilo, aunque claramente eso no fuera más que la timidez que le generaba el sentir que todo era nuevo, todos eran extraños y quien ahora era su padre, poco nada lo conocía.

Claro que con el pasar de los años, eso cambió, ya que lentamente Hyouga se acostumbró a su nueva vida, lo que conllevó a que mostrara su verdadera personalidad.

- Cuando te conocí, pensé que serías un nerd o algo parecido... Nunca imaginé que te convertirías en esto... - Bromeó el de cabellos naranjas nada más entró en su alcoba con un par de refrescos embotellados, lanzándole uno a su amigo - No te vayas a comer todas las patatas, yo también quiero.

- Tienes cientos en tu alacena, no seas egoísta Taiyou - Reclamó entre risas sin dejar de jugar videojuegos - ¿Sabes a qué hora llegan nuestros padres?

- Pues... ¿Supongo que en unas dos horas? Es viernes, quizá regresen temprano... Recuerda que mañana tienen partido y siempre descansan antes de los juegos importantes.

Ellos apenas tenían once años, y contra todo pronóstico, ya conseguían el permiso para quedarse solos en casa durante los entrenamientos de sus tutores, después de todo también querían variar sus actividades de vez en cuando y no sentirse observados a cada instante.

Pequeña MandarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora