⚜Capítulo II⚜

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Capítulo II

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Capítulo II

La muchacha se secó el sudor de la frente, manchando su rostro de sangre sin darse cuenta. A pesar de su cansancio, cerró los ojos y extendió las manos sobre el abdomen del herido, sintiendo como su poder escapaba en volutas a través de sus manos y sus dedos. A través de sus párpados cerrados podía ver músculo y hueso, evaluando el daño y poniendo de inmediato a sus dones a trabajar. Los finísimos hilos rojizos se colaban por debajo de la piel desgarrada y volvían a unir las hebras de los músculos cortados y la integridad de los huesos fracturados en el fragor de la batalla. Las brujas rojas de Duskendale eran el secreto mejor guardado del reino: mujeres nacidas con grandes dones espirituales que les permitía curar a los enfermos, reparar cualquier desperfecto, hacer florecer la tierra, invocar al fuego y a la lluvia y tocar aquella delgada línea entre la vida y la muerte, trayendo de regreso a aquellos que aún no debían conocer a la Parca.

Todas trabajaban para el pueblo, sin pedir nada a cambio, puesto que cobrar por sus dones podía llevarlas a perderlos y, sin embargo, vivían de los regalos que los pobladores agradecidos dejaban para ellas frente a sus casas. Por fuera, eran personas comunes y corrientes, sin nada que delatara su condición, lo que les había permitido mezclarse con la muchedumbre y no llamar la atención de los espías y comerciantes extranjeros que solían visitar el reino. Sin embargo, los más agudos habían comenzado a sospechar que la prosperidad del misterioso territorio de Duskendale se debía a algo sobrenatural. Después de todo, no era común que un reino tan lejano y oculto, tan aislado del resto del continente y rodeado de condiciones tan desfavorables en territorio y clima floreciera de ese modo.

Así, la presencia de las brujas protectoras de Duskendale se volvió un rumor, un secreto a voces que nadie se atrevía a corroborar. No cuando el temible rey protegía su territorio de un modo feroz e implacable. Wanda era una de ellas. Su madre lo había sido antes que ella, así como la madre de su madre, y su madre y todas las mujeres de la familia por quince generaciones. La suya era una tradición familiar de poderosas curanderas que ofrecían consuelo y solaz a todo aquel que lo requiriera. La declaración de guerra la había sorprendido. Bajo el reinado de su monarca, habían gozado de una paz duradera que la había llevado a pensar, equivocadamente, que el rey Steve no buscaría justicia para sí mismo y para su pueblo.

Se equivocó.

La guerra la arrastró lejos de su hogar y la arrojó a los pies de una realidad de la que la habían mantenido protegida durante toda su vida. Si bien había visto muchas cosas horribles en el transcurso de su vida como curandera, nunca se había visto enfrentada a la crueldad del hombre, al desprecio por la vida del próximo. Abrió los ojos, agotada y se apartó del hombre herido, observando como sus heridas habían desaparecido y su piel había perdido aquel tono ceniciento de los que están cerca de la muerte. Lo cubrió con una manta y dejó un beso en su frente como era la tradición antes de dejar la tienda de curación para respirar un poco de aire fresco. Estaba tremendamente cansada. Arrastró el bordillo del vestido por el fango y se dirigió a la tienda cantina para pedir un vaso de agua.

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