Dédalo sujeto las alas al cuerpo de su hijo y comprobó minuciosamente su fiabilidad hasta estar completamente seguro de que eran seguras. Como última prueba, agitó sus propias alas y salió volando antes que su hijo.—Son seguras. Funcionan. —No se le pasó por la cabeza ninguna frase de alegría, ni de agradecimiento a los dioses. Antes quería poner a su hijo a salvo. Antes de dar las gracias a Zeus, quería estar seguro de que sobrevivirían. Y para eso, debían irse cuanto antes.
Ícaro agitó sus alas, corrió cogiendo impulso y salió volando de la celda que había sido el lugar donde había pasado la mayor parte de su infancia. Al ser joven, la mayor parte de su vida.
Volaban juntos lejos de aquel infierno.
El mar, bajo ellos, brillaba más tentador que nunca; y el Sol relucía tanto que parecía alentarles a escapar de la isla de Creta, el lugar donde habían sido encerrados de manera injusta.
Ícaro, joven, inocente, e ignorante de toda lógica y razón, voló alto. Su curiosidad por vivir nuevas sensaciones era insaciable.
Su piel se calentaba. Era agradable. Era nuevo. Era diferente al frío que le había rodeado toda su vida en aquella celda.
Quiso sentirlo más. Quería sentir el calor de una manera más profunda. Más intensa.
Voló aún más alto.
Desde arriba, tenía también unas preciosas vistas del mar.
El mar. Había oído tanto de él, pero presenciado tan poco. Ahora que le tenía delante, se maravilló.
<<Es obra de Poseidón. Poseidón ha de ser el más hermoso de los dioses. Si no, ¿cómo es que el mar es tan hipnotizante? Tan hermoso. Tan perfecto en sus irregulares trazos.>>
No despegaba la mirada del agua turquesa y cristalina.
<<El mar seguramente sea una mujer de preciosas, abstractas y asimétricas curvas. El mar es una mujer libre. Una mujer indomable.>>
Ícaro aulló de alegría.
Así se sentía la absoluta libertad. Como si un rayo de pura tranquilidad te alcanzase y no llegase a liberar tu cuerpo.
Mientras tanto, Dédalo se concentraba en seguir batiendo sus alas lo justo como para no caer al agua y para no acercarse al sol y quemarse.
Su hijo se había alejado tanto que no le escuchaba, y a no escuchar gritos, ni nada, pensaba que su hijo iba detrás de él.
Ícaro voló más alto.
¿Era esa la calidez de la que su padre tanto le había hablado?
<<Un hogar debe transmitir calidez y seguridad>>.
Ícaro voló más alto.
Miro al Sol.
<<Ese es mi hogar>>.
Y voló más y más y más alto.
No fue consciente de que la cera que unía las plumas de sus alas había empezado a derretirse, hasta que las gotas alcanzaron su piel, arrastrándose por su espalda dejando heridas por donde pasaban las gotas. Las plumas empezaron a volar junto a él.
Miró a su alrededor confuso, pero con una sonrisa.
Le rodeaba el fuego. Las plumas ardían. Pronto, su piel empezó a arder con ellas.
Con la misma rapidez con la que él había subido, empezó a caer. Entonces se vio consolado con la, cada vez más cercana, presencia del mar.
Las escasas plumas que no habían ardido cayeron antes que él, y alarmaron a su padre, que miró hacia arriba con temor. Su mayor miedo se estaba convirtiendo en la realidad: su hijo jamás sería libre. Y se culpó por ello. Debió de haberle enseñado más antes de escapar.
Ícaro caía velozmente, y pasó por el lado de su padre con una sonrisa que su padre jamás había visto en él: una muy amplia, sincera y cargada de tranquilidad.
—He encontrado mi hogar, padre. —Logró leer Dédalo de los labios de su hijo.
Ícaro sintió los brazos del mar abrazarle y cerró los ojos.
Entonces, poco a poco, sintió la profunda calidez que tanto anhelaba.
Su deseo se había cumplido. Ese era su hogar. No tenía ninguna duda sobre ello.
Se había enamorado del mar. De la indomable mar.
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INDOMABLE ©
RomanceLa única preocupación de Nusa era disfrutar de aquel verano de 2022: salir de fiesta con sus amigos, enrollarse con todos los tíos que le gustasen y olvidarse de todo lo demás. Como si fuera una adolescente como cualquier otra, libre de traumas y de...