IV. LASTRES ES UN LASTRE

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No hay belleza exquisita sin alguna extrañeza en las proporciones.

—Edgar Allan Poe

Era consciente, a diferencia de la mayoría de la población mundial, de los problemas que azotaban a la sociedad actual

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Era consciente, a diferencia de la mayoría de la población mundial, de los problemas que azotaban a la sociedad actual. Era perfectamente consciente también de que, aunque mi vida era, indudablemente, mejorable, era una por la que debía de estar agradecida. A mi familia no le faltaba comida en la mesa, no le faltaba seguridad, ni comodidad. Aun así, yo no era diferente a los demás en el común aspecto de siempre querer algo mejor, de nunca estar conforme con lo que tenía.

Yo quería menos ataduras. Quería libertad. Quería recorrerme el mundo y puede que, quizás, no volver nunca al pueblo en el que había nacido, a Latres. El pueblo que aguardaba tantos recuerdos buenos, pero también muchos malos. Puede que fuera una cobarde por querer huir de ellos, por querer ignorarlos, en vez de afrontarlos. Sí, sí lo era. Ni siquiera había sido capaz de visitar aquel sitio por miedo a derrumbarme. Por miedo a que el muro que me separaba de la verdad cayera, y yo cayera con él.

—Nusaa. Tierra llamando a Nusa.

Donna agitaba su mano delante de mi cara.

—Sí, sí, ¿qué pasa? —Hablé saliendo de mi trance.

—¿No has escuchado nada de lo que te hemos dicho?

Hice una mueca.

—Vale, ya veo que no, Nusilusa. —Contestó entre risas.

—Ay, qué pesada. No me llames así. —Suspiré para que ella simplemente ignorase mi petición.

—Te acabamos de preguntar que por qué no saliste ayer.

Pestañeé lentamente acordándome del día de ayer.

Tras haber pasado la noche en casa de Ícaro, este me había dejado en mi casa después de haber desayunado todos, y, además de la resaca que tenía que no me dejaba ni moverme, mi madre no me dejó salir de casa. Así que estuve el resto del día encerrada en mi habitación, pensando en qué grado universitario me disgustaba menos, y discutiendo de ven en cuando sobre ello con mi madre cuando venía a darme la lata.

No pensaba contarle toda la historia porque Ícaro estaba presente, así que me limité a responder: —Como para salir estaba yo con la cogorza que llevaba. Bastante trabajo fue que mi madre no se diera cuenta.

—Yo me tuve que colar por la ventana de mi habitación para que mis padres no se dieran cuenta de que no había dormido en casa. —Se carcajeó Donna.

—¿Y tus padres? —Le preguntó mi primo a Ícaro.

Miré el reloj que estaba sobre nuestras cabezas. Las doce del mediodía.

Héctor y Donna se habían presentado en la puerta de mi casa a las diez y media. Sin avisar, por supuesto. Se ve que habían hablado el día anterior de salir a desayunar por ahí con Ícaro, para conocernos mejor.

INDOMABLE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora