XVI. FIESTA DE PIJAMAS

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He estado pensando acerca del pasado, y tratando imparcialmente de juzgar lo bueno y lo malo en lo que a mí concierne. Y he llegado a la conclusión de que hice bien, pese a lo que sufrí por ello.

—Jane Austen, Persuasión

—¡Nusa! ¡No esperaba verte hoy! —María, la madre de Ícaro, me apachurró entre sus brazos

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—¡Nusa! ¡No esperaba verte hoy! —María, la madre de Ícaro, me apachurró entre sus brazos.

Cuando me soltó, después de unos segundos en los que, poco a poco, se me iba dificultando coger aire, se dirigió a su hijo con una mirada acusatoria.

Le señaló con el dedo índice mirándole con los ojos entrecerrados.

—¡Ícaro Rojas! ¡Voy a matarte!

El susodicho parpadeó lentamente en su dirección, como si no le sorprendiera esa reacción.

—Mamá...

—Os tengo dicho que aviséis cuando vayáis a traer invitados.

—Pero ¿para qué?

—Pues... —Su madre parecía estar pensando qué responder. —¡Pues porque te lo digo yo y punto! ¿No te parece motivo suficiente? —Le pinchó la mejilla con el dedo y se me escaparon unas carcajadas sonoras por el gesto.

Ícaro me miró mal y luego hizo lo mismo con su madre.

—Entonces que sepas que también vendrán Héctor y Donna.

Ambas le miramos sorprendidas.

¿Por qué no me había dicho nada?

Se dio cuenta de mi mirada inquisidora y habló antes siquiera de que formulase la pregunta.

—Sí, la fiesta de pijamas. Ya sabes.

¿EH?

¿Que yo sabía..?

¿EH?

Asentí cuando ella me miró.

—¡Oh! —Volvió a hablar animada. —¡Una fiesta pijamas! —Volvió a pinchar a Ícaro en la mejilla y este puso los ojos en blanco. Entonces ella se giró hacia mí. —¡Como cuando erais pequeños! ¡Qué ilusión!

Ícaro y yo nos reímos contagiados de su alegría.

—Iré a buscar las fotos de vosotros juntos de pequeños. —Dio dos pasos en dirección a la puerta, que había dejado abierta, pero no entró. —Ah, oye. —Miró a su hijo. —¿Por qué no invitas a Ulises? Casi no ha salido de su cuarto desde que llegamos a Lastres.

Ícaro no puso una mueca de molestia, pero leí este sentimiento en sus ojos, aunque solo fuese por una milésima de segundo. Bueno, seguramente me lo estaba imaginando. No le conocía de nada, por Dios. Actuaba como si fuese mi mejor amigo de toda la vida o yo qué sé.

Iba a decir algo, pero le dejó con la palabra en la boca y se marchó anunciando que cocinaría algo para nosotros.

—Tu madre me cae muy bien. Es muy enérgica —anuncié entrando en la casa.

INDOMABLE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora