VIII. ODISEA

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Las personas sentimos una inminente atracción por las cosas rotas. Por las cosas que requieren un arreglo, que requieren de nuestra ayuda.

—Edesia Colombo

Habían pasado dos días desde aquello

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Habían pasado dos días desde aquello. Dos días que me había dedicado a leer y a investigar en mi ordenador sobre carreras y sus salidas profesionales. Dos días en los que había ignorado las llamadas de Héctor, las de Donna y los mensajes de Ícaro.

Pasaba poco rato hasta que volvía a recordar lo sucedido.

Saqué la cabeza del agua al darme cuenta de que mi idea había sido inservible, y también porque llevábamos un buen rato ahí abajo, terminaría ahogándome si no salía.

Ícaro me copió, pero no le miré.

Mi vista estaba fija en la orilla. Más concretamente, en la silueta que se dibujaba en la oscuridad a lo lejos. Donna se estaba alejando del agua. Iba tambaleándose.

Dios, lo único bueno que iba a sacar de esa noche.

¡Donna iba borracha! Tan borracha que no se había dado cuenta de que la ropa que había en la orilla era mía y de Ícaro. Mañana no se acordaría de nada. Tristemente, yo me acordaría de todo.

—No nos ha visto —hablé en voz alta convenciéndome de ello.

Ícaro no dijo nada y no me giré para verle.

Me daba miedo hacerlo. Me daba mucha vergüenza. Más de la que he sentido jamás.

Nadé hacia la orilla.

Me estaba ahogando, y no con el agua. Es más, el agua era lo único que agradecía en aquel momento. Me refrescaba, pero seguía sintiendo que me ahogaba. Mis pensamientos me estaban asfixiando.

Mis pies tocaron la arena poco después.

Me dirigí casi corriendo hacia donde estaba mi ropa. La cogí y, temerosa y esperanzada a la vez, miré hacia atrás por encima de mi hombro.

Temblé. No supe si del frío o de la decepción.

Ícaro no había salido del agua. Se había quedado exactamente en el mismo sitio.

No podía esperar que Ícaro hubiera experimentado lo mismo que yo: ese cosquilleo que todavía permanecía en mis labios. Después de todo, puede que en el fondo sí que fuera una ilusa.

Salí de ahí sin mirar atrás.

—Agh. Vamos, Nusi, céntrate de una jodida vez. —Pinché en la web que más visitaba en mi ordenador esos últimos días.

<<Grados de la rama de artes y humanidades>>.

Había cursado bachillerato de letras, y, por tanto y para disgusto de mi madre, solo podía estudiar alguna de sus ramas. En realidad, había empezado primero de bachillerato estudiando ciencias de la salud, muy a mi desagrado, obligada por mi madre, pero Basil me ayudó a convencerla de que me dejase elegir a mí.

INDOMABLE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora