𝕻𝖗é𝖋𝖆𝖈𝖎𝖔

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Scott -musitó una voz conocida y apagada.

Escucho un susurro lejano, tal vez por el pitido que se había alojado en su oído o quizás por el éxtasis. ¿Dónde estaba? ¿Qué era ese rumor en el viento?...

Ella se desplomo al lado del cuerpo sin vida, su cuerpo. Vee tomo su mano helada y la agito suavemente. Su mente comprendió lo que pasaba pero no quería aceptarlo. Su labio inferior temblaba, lágrimas saltaron de las cuencas de sus ojos esmeraldas y rodaron por sus mejillas.

-Scott -se ahogo con el llanto. Golpeo su pecho y agito bruscamente su brazo- SCOTT, NO TE VAYAS, NO... No me abandones. Lo prometiste...

Las fuerzas le fallaron pero no dejaba de aferrarse a él.

-Vee -dijo Nora con un nudo en la garganta. Sus manos amables le sostuvieron los hombros con firmeza- Él... se ha ido.

-No -guardo silencio- Esto... esto no es real.

Hundió su rostro en su pecho y rompió a llorar. Sus dedos se agarrotarón en la tela de su camisa manchada de sangre; quería que volviera, quería escuchar una vez más su voz, cuando comprendió que nunca regresaría le dolió el corazón y le ardió el pecho.

Extendió su brazo para tocar su hombro.

-Vee, no llores, estoy bien -aseguró pero las últimas palabras murieron en su garganta.
<< ¿Qué esto?>>

Su mano traspaso como un fantasma el hombro de Vee que siquiera sintió su roce.

-¡Vee! -la llamó.

No lo escuchó. Sentía que su pecho era golpeado con un martillo de hierro.

-Basta, no lo hagas -ordenó una voz a sus espaldas.

Scott se sorprendió al sentir un escalofrío que recorrió su cuerpo cuando lo miró a los ojos, doble párpado cubría parcialmente sus pupilas negra como la noche, sus cabellos sedosos caían por su frente pálida, sus facciones perfectamente definidas. Parecía una delicado pieza de porcelana.

-¿Quién se cree para ordenarme eso?- siseo Scott tajante.

El hombre con vestimenta negra y rostro serio y perfecto permaneció un instante en silencio. Cauto respondió:

-No te aferres a ella -la miró fugazmente y volvió su mirada a Scott- Le será más doloroso entonces -Guardo silencio- Camina.

No le obedeció.

-¿Quieres respuestas? -pregunto retóricamente el hombre asiático -Camina




Tendió su brazo con la palma de la mano abierta, indicándole que tomara asiento. Deslizo la silla de roble hacía atrás y se sentó.
Una estancia espaciosa, oculta por una pared de ladrillos. Un haz de luz penetraba a través del cristal de la ventana. No estaba seguro de que fuese el sol, pues el lugar era como un escondrijo; miró las virutas que revoloteaban en el haz hasta que la voz del hombre irrumpió a través de sus pensamientos.

Murmuro algo que no pudo comprender, le daba la espalda afanándose en hacer un té que, no tardo en impregnar su aroma natural en la estancia. Un aroma desconocido pero al mismo tiempo embriagador.
El hombre apagó la estufa y posó una tasita de porcelana rebosada de ese té humeante. Lo miró una vez más con esos ojos oscuros escépticos

-Bébelo -dijo lacónico.

-¿Qué pasara si lo hago? -pregunto Scott.

-Este té, hará que olvides esta vida -respondió, su voz no perdió ese tono sereno y diplomático- ¿Lo hará entonces?

-Antes, quiero respuestas -exigió sin mostrar la perturbación que se apoderaba de su cuerpo.

El hombre suspiro como si estuviera agotado después de una carrera. Sacó del bolsillo interno de su gabardina un sobre blanco y de él un papel adjunto.

-Scott Parnell -leyó y a continuación dijo la fecha de ese día, la fecha de su muerte. Desvió la vista del papel y levanto su mirada para escrutar su rostro.

Las escenas pasaron rápidas y repetidas en su mente. El rostro de Dante empapado de sudor azulado. La hoja de su espada enterrada en su pecho. Y el dolor desgarrador de su corazón partiéndose en dos.

En ese momento sus dedos se aferraron a la tela de su camisa. Su pecho ardía como un fuego que quemaba su interior. No se había dado cuenta que derramaba lágrimas. El hombre cubrió su mano empuñada y el dolor comenzó a desaparecer. Recupero el aire. Scott clavó su mirada en los ojos de él; percibió una fuerza sobrenatural que fluía por su cuerpo.

-Usted... -tragó saliva -Usted es un ángel de la muerte.

No era una pregunta. El hombre asintió con un solo movimiento. Scott quedó inmóvil olvidando el dolor que todavía persistía en su pecho.
Se había ido...

Tercer CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora