Cap. 3

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Vislumbre una luz débil temblar en el aire; una vela encima de una mesa de madera. Mi mejilla pegada a una nube muy suave, una manta cálida me arropaba hasta mis pechos, el peso de mi cuerpo hacia un costado y mi mirada confundida paseando por la habitación impersonal. Mis pensamientos desordenados me impedían recordar cómo había llegado aquí. Me apoye de mis codos para incorporarme, cubrí mis oídos al oír fuertes alaridos de esos que te enmudecen, de esos que te dejan la garganta reseca y roja. Volvieron a mi mente la sala sosa con piso de madera cubierta parcialmente por una alfombra, el cuerpo pálido de Amelia y su expresión petrificada sobre la tela rústica y su esposo suplicándole que despertara con lágrimas en los ojos y gemidos agudos.

Conmocionada me lleve la mano a la boca.

«Yo...» «Yo la mate» «No, no, no lo hice» «¡¿Qué esto?!» «¡No pude haberlo hecho!» «¡Oh! ¡Por Dios!..»

Un ruido se filtró en mis pensamientos, quedé inmóvil como piedra con la cabeza gacha y las rodillas contra mi pecho, agudice el oído esperando escuchar algo más. Unos pasos silenciosos se detuvieron al otro lado, el pomo de la puerta giro y con un click se abrió...

Click. Con los ojos cerrados intente de respirar lentamente, pero el movimiento de mis hombros eran exagerados. Oí unos roces, luego unas manos tomaron la tela que me cubria parcialmente la cintura y la subió hasta mis hombros. La sombra contra mis párpados desapareció, oí tres zancadas sigilosas antes de escuchar que la puerta se cerrará. Me quedé quieta escuchando los pasos alejarse. Cuando el silencio volvio a la habitación me bajo de la cama y me pongo los zapatos, tomo de un tirón el sobretodo puesto cuidadosamente en una percha cerca de la puerta. Tengo que salir de dónde sea que estoy.

Cruzo un pasillo que termina en una estancia amplia e iluminada con una luz blanca. El sofá grisáceo le daba elegancia y armonizaba con las paredes blancas que daban la impresión de amplitud. El rumor de unas voces me hizo retroceder y ocultarme en el muro que separaba el pasillo del salón.

—Ahg, ¿Acaso estás enloqueciendo? ¿Por qué la trajiste aquí? —dijo una voz grave y seductora.

—Cuando la ví estaba inconsciente en el piso —infirio una voz masculina y vagamente familiar— Tenía que hacer mi trabajo, pero no podía dejarla —guardo silencio— Tenía que salvarla, no lo pensé, solo lo hice —suspiro— Creo que si estoy enloqueciendo.

—¿Tú crees? —bufo, pero luego se aclaro la garganta y con un leve temblor en la voz continuo— Bueno, no es como si fuera un pecado hacer algo por un humano. Hiciste bien.

«¿Humano?» fruncí el ceño por el término. De espalda retrocedí dos pasos tropezando con una mesa, el jarrón tambaleó encima de la madera para luego caer estrepitosamente. Me quedé helada. Una sombra devoró la mía. Levanté la cabeza con una lentitud exagerada; sus ojos rasgados tomaron mi atención, ¡tal vez estoy en un barrio chino!

Me descubrí mirando su mandíbula fuerte y marcada, sus labios rosáceos formaban una línea recta, su cabello caía sobre sus ojos negros que desviaron su mirada cautivadora e impenetrable a los pedazos de cerámicas en el suelo.

—¡Oh! —exclame avergonzada— Lo siento, ¿era una antiguedad?

—Jake —pronuncio manteniendo la mirada en las piezas de cerámicas,— ¿esto era una antiguedad?

¿Jake? ¿Por qué creía que eso era importante cuando estaba en la casa de un completo extraño?

Cabellos dorados temblaban ligeramente con el movimiento elegante de sus pasos, se plantó frente sonriendo levemente con las manos en los bolsillos. Me quedé quieta observandolo; volvió a mi mente la mirada cristalina de sus ojos color avellana.

—¿Tú?

Sus ojos temblaron al verme, así que rehuyó de mi mirada hacia el jarrón quebrado.

—No lo es —nego dirigiéndose a su compañero, se volvió hacia a mí— No se preocupe, me hizo un favor, ni siquiera me gustaba ese jarrón.

—¿Cómo? Siempre me decías que tuviera cuidado con él...

—Taehyung, cierra la boca —ordeno Jake entre dientes.

La impresión sería y glacial que me transmitió su compañero se extinguió al contemplar esa corta conversación.

Taehyung, que resultó más amable de lo que pensé, dispuso en la mesa tres tazas de cerámica y una pequeña tetera. Llenó una taza y la extendió hacia mí.

—Té de lavanda, le ayudará a relajarse.

Le agradecí. Aprecie el gesto aunque dude un momento en tomar un sorbo. Jake entro al salón y tomo asiento en el sofá. Rasque mi nariz para ocultar una ligera sonrisa, los dos uno al lado del otro parecían hermanos gemelos vestidos con la misma ropa: pantalones oscuros perfectamente planchados, zapatos negros bastante lustrados y camisas blancas impecables. Tome otro sorbo de té antes de dejar la taza en la mesa, me ergui en el sofá con una sonrisa amable.

—Le agradezco a los dos por lo que han hecho por mí — hice una pausa— ¿Qué paso? No recuerdo nada después de...

—Bueno, estaba en horario de trabajo, (iba a hacer una entrega a la casa de la familia Smith) —me explico—, toque la puerta pero no respondieron, fue entonces cuando escuché los gritos dentro. Entre deliberadamente, y estaba usted desmayada en el salón. La traje aquí, y pues, lo demás ya lo sabe.

—Ya veo... —asentí con la cabeza— Estamos a mano entonces. Debo irme.

Jake se levantó para escoltarme a la salida de la vivienda. Taehyung, por su parte, se despidió formalmente con una reverencia. Cuando salimos afuera esperaba ver cortinas de "Elefantes de la Suerte", parasoles en el aire, o, "Leones de Fo" como guardianes en cada puerta. Sin embargo, a la distancia el verde parecía infinito y con él puntos coloridos de flores poniéndose de puntillas para hacerse ver a la luna azulada. El viento soplo acariciando mi piel, observé cómo los arbustos temblaron susurrando en la brisa fría de la noche. Por el rabillo del ojo divise un movimiento fugaz. Me volví hacia él lentamente, sostenía un abrigo en sus manos tendida hacia mí con sus ojos amables fijos en los míos. Su mirada de nuevo me hizo dudar, no pude ser capaz de rechazarlo, tome el abrigo, su mano rozo con la mía la cual permaneció junto a ella por un momento antes de retirarla.

—Gracias —me aclare la garganta— Bueno, adiós.

Hice un gesto de despedida antes de encaminarme por la vereda. «No mires hacia atrás» «No mires hacia atrás» me ordene mientras los tacones de mis zapatos golpeaban el pavimento con un seco tap, tap. El viento soplo en mi nariz y trajo consigo un aroma nuevo y familiar al mismo tiempo. Olfeatee el abrigo, era su aroma, un olor masculino y algo más... canela, tal vez.

Tercer CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora