06- Fluff

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Lo sé. Lo sé. Soy de lo peor por haber dejado estos especiales de hace años atrás en estado de hiatus. Aunque tampoco es como si lo hubiese querido, la universidad me consumió cada célula en mi última etapa de tesis, presentación y defensa. Pero aquí vengo resurgida del olvido... ¡A terminar lo que empecé! Antes de que termine julio, quiero actualizar todos los Rayemma Week pendientes. ¡Que el universo me acompañe!

Así que... ¡A leer para quienes todavía siguen a este bello shippeo no canon!

(Fanfic ubicado posterior al Arco de Goldy Pond en el manga)

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06- Fluff

Todos los habitantes en aquel refugio conocían a Ray, uno de los chicos que provenían de la granja de Grace Field. Un chico bastante mordaz, directo, inteligente y protector con los suyos, entre muchos más adjetivos.

Ray era muchas cosas, pero meloso... ¡Primero muerto antes que ello!

Eso no pegaba con él ni aunque de ello dependiera la vida de sus hermanos y de los aliados de Goldy Pond. Él era más seco que una piedra.

O eso era lo que parecía a primera vista.

Pocas personas habían conocido otras facetas de su persona más allá de su expresión desinteresada de la vida.

Isabella, su madre biológica, había aprendido a leerlo como si fuese un libro de simple contenido para anteponerse a sus astutas jugadas, confiada en que la máscara de traidor no le duraría para siempre. Conocía sus miedos y flaquezas... o casi todas.

Norman lo conocía de toda la vida como su buen amigo de infancia... o al menos hasta que la crueldad del mundo en que vivían los habían separado para siempre. No en vano no le había sido un verdadero desafío reconocerlo como el traidor de Grace Field. Menos había sido mera suerte que dedujera su intento de suicidio y alertase a Emma por escrito antes de dejar la casa.

Pero esos rasgos ocultos al descubierto no eran nada cuando se comparaban a cuanto lo conocía Emma.

¡Esa antena entrometida!

Cuando Ray golpeteaba el borde de la mesa con sus dedos, Emma sabía que estaba impaciente hasta por lo más minúsculo. Cuando torcía los labios en una mueca mientras leía, era la señal de que su concentración había alcanzado el punto máximo y siquiera una explosión dentro del refugio lo despertaría. Cuando sonreía con sorna, podían ser dos cosas; o estaba escondiendo el miedo o estaba irritado. El detalle para distinguirlo, era el temblor en el párpado derecho cuando se trataba de enfado.

¡Era demasiado! Reconocía incluso cuando tenía hambre aunque su cara o estómago no dijeran nada al respecto.

Y así como reconocía con gran facilidad cada una de las emociones que manifestaba, también conocía ciertas mañas que ni por penitencia mostraría a los demás. Como su fastidio por estudiar excesivamente a pesar de que fuese necesario por el bien de todos los demás o el hecho de que sufría de insomnio constantemente al revivir en pesadillas toda la culpa de sus acciones pasadas en Grace Field. Instancias que excusaba con cuidar a los más pequeños o tomando el turno de vigilancia del refugio.

¡Oh, podía engañar a todos, menos a Emma! Ella ya reconocía la verdad debajo de sus excusas reiteradas, pero no insistía en llevarle la contra. Después de todo, su actitud de entrometida tenía sus límites y con Ray siempre debía tener cuidado si no quería recibir sus manos revolviéndole el cabello con brusquedad o dándole un leve golpecito en la cabeza por imprudente.

Pero si Emma hablaba con el corazón, lo mejor que aquella jovencita de cabellos otoñales pudo encontrar en su mejor amigo y hermano de Grace Field... fue su faceta más enternecedora.

Lo había observado con esa actitud más gentil y dulce al verlo arropar a sus hermanos más pequeños, consolarlos cuando tenían sueños horribles, cuando se ocupaba de las tareas del refugio más pesadas para no dejarles carga extra a los demás...

Y cuando por una razón más deprimente, adquirió el hábito de recostarse en el regazo de Emma cuando ya no era capaz de trasnochar más horas en la biblioteca de aquel hogar subterráneo.

Ray no era de expresar afecto por costumbre, pero era evidente que lo reclamaba de forma indirecta. Y su querida amiga de ojos primaverales no era capaz de negarse cuando lo veía apoyar la cabeza en sus piernas en una actitud vulnerable, como si se estuviese aferrando a ella sin tocarla, sin quejarse de que ella jugara con su cabello oscuro, lacio y suave al tacto para ayudarlo a relajarse.

La raíz de aquella muestra de afecto que solo se reservaba para con ella, era en realidad algo desgarrador.

Y se remontaba a los días en que Emma había estado luchando entre la vida y la muerte tras quedar herida de gravedad por culpa de aquel demonio sanguinario de nombre Lewis. Cuando ella permaneció dormida e inmóvil en aquella cama de la enfermería, privada de la euforia festiva que ahora significaba la unión de los chicos de Goldy Pond con aquellos de Grace Field, siempre estuvo bajo la mirada atenta de los únicos adultos en aquella extraña familia; Yugo y Lucas... y también bajo los ojos oscuros de Ray.

No había día en que el azabache no fuera a hacerle compañía aunque fuesen un par de minutos. A veces solo permanecía allí, sosteniendo su mano de forma ausente, en otras le leía algunas historias de los libros del refugio.

Y no pocas veces se cansaba de reprimir el llanto de desesperación que lo asfixiaba cada día y terminaba sollozando con el rostro hundido en el borde de la cama, casi esperando un milagro que le trajera de vuelta a su amiga más valiosa.

Ya había perdido a Norman. No podía perderla a ella también. Emma era todo lo que le mantenía en pie en ese mundo plagado de desgracia y muerte para los humanos.

Por eso, una vez que ella regresó de la inconsciencia, no pudo evitar seguir expresando ese temor a la pérdida a través de un gesto tan trivial como dejar descansar su cabeza atiborrada de temores y culpa en el angelical regazo de aquella chica antena.

Siquiera lo habían hablado previamente; era un acuerdo implícito y silencioso entre ambos.

Donde él consolaba sus temores entregándose al cariñoso gesto de aquella hermosa chica de cabellos vivaces como la primavera y ella le pedía disculpas por haberle hecho pasar algo tan triste dejándole reposar en su regazo y acariciando su cabeza en un intento de borrar esos temores con el sencillo tacto de rosa de sus dedos algo lastimados por la vida y los obstáculos de su vida como fugitiva de una granja de calidad.

Y eso se mantendría por cuanto tiempo ellos lo desearan. Emma no se negaría a recibir con consuelo inmarcesible a quien se había convertido en su cómplice y persona más valiosa en todo el mundo para ayudarlo a borrar sus temores. Y del mismo modo, Ray no dudaría en ir a los brazos de la mujer más increíble, aunque bastante imprudente a su parecer, que pudo haber encontrado en su vida para quitarse los vestigios de lágrimas que amenazaban con nublar sus objetivos y deseos de libertad.

Si se tenían el uno al otro, el mundo podía temerles. Porque juntos... eran invencibles.

Corazones enlazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora