Un corcel negro galopa a través del tiempo hacia los sueños de una joven neoyorquina que anhela la época de los caballeros y los torneos. Un hombre guía al caballo y clava su mirada en la joven. La realidad parece sacudir a Elizabeth Butler de su mu...
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El grito de terror se ahogó en su garganta cuando aquel desconocido le tapó la boca con un trapo inmundo, mientras la alzaba en vilo por la cintura. Elizabeth pataleó y se retorció del abrazo, pero la presión era brutal, y le sacaba rápidamente el oxígeno de los pulmones, dejándola indefensa y aterrada, a la vez que aquel hombre la llevaba por los sinuosos pasillos del castillo hacia la parte trasera de la propiedad.
—¿Estás preñada nuevamente, zorra? —Ellie casi se desmaya al ver el rostro de Marian Lancaster medio oculto por una amplia capucha negra—. ¿Sorprendida?
—Lady Lancaster —logró articular Elizabeth cuando su captor la dejó en el suelo, frente a la condesa, liberándola de la mordaza—. Está viva...
—Oh, así es, puta de William Forterque. —Marian la miró de frente y Ellie vislumbró el más horrible de los espectáculos, el antaño bello rostro de Marian Lancaster, ahora surcado por infinitas cicatrices y pústulas frescas, deformado e hinchado; la joven no pudo evitar un inaudible grito de espanto—. A veces es necesario fingir tu propia muerte para evitar la humillación de que te vean con este aspecto...
Marian se quitó la capa con un gesto teatral y dejó a la luz su nueva imagen. AEllie se le saltaron las lágrimas ante aquella joven mujer completamente deformada por alguna enfermedad, era evidente. La condesa se le acercó y la putrefacción de su aliento empujó a la joven instintivamente hacia atrás.
—Un regalito de nuestra Serenísima Majestad, Enrique VIII —dijo con sarcasmo—, espero que tu pequeño bastardo se acostumbre pronto, porque pienso llevármelo conmigo, ¿sabes? Necesito que tu hijo dé un poco de alegría a mi solitaria existencia, seguro que en un par de meses será a mí a quien llame mamá.
Ellie se lanzó contra ella empujada por una furia ancestral, pero un sonoro bofetón de Marian la frenó en seco, tirándola al suelo y haciéndola sangrar, le acababa de partir el labio, iniciando, a la par, una lluvia de puntapiés que Elizabeth intentó repeler doblándose sobre sí misma.
—Te voy a quitar a golpes ese bastardo que llevas, ¡zorra! —gritaba fuera de sí, sin dejar de darle patadas con sus botas de montar—, y te voy a entregar a estos hombres para que se diviertan contigo. —Señaló a los cuatro mercenarios que la acompañaban y que miraban a Ellie con una estúpida sonrisa en los labios— pues os la podréis llevar en cuanto terminemos la misión.
Cuando Marian se hartó de maltratar a Elizabeth Forterque, le explicó en pocas palabras lo que debía hacer.
Lo primero era componer su aspecto, luego bajaría hasta el patio interior de las caballerizas para recoger a su hijo y traerlo tranquilamente hasta la salida sur del castillo. Si no lo hacía, tenía listo un ejército para asaltar y quemar el castillo de los Forterque. Además, pensaba matar a todos, incluso a Rob. En la puerta, la pequeña comitiva se haría cargo del pequeño.
—Es mi recompensa —le explicó mientras le atusaba el pelo y reorganizaba su traje para que bajara al centro del castillo sin llamar demasiado la atención—, mis hijos no pueden vivir conmigo, la familia de mi marido no me deja verlos, ¿sabes? Así que yo me tendré que conformar con el primogénito de mi querido William. Es lo menos que podéis hacer por mí.