Un corcel negro galopa a través del tiempo hacia los sueños de una joven neoyorquina que anhela la época de los caballeros y los torneos. Un hombre guía al caballo y clava su mirada en la joven. La realidad parece sacudir a Elizabeth Butler de su mu...
Cuando Elizabeth estaba a punto de cumplir cinco meses de embarazo, apenas se acordaba de Marian Lancaster, llevaba tres meses en el sur de Inglaterra y su vida transcurría plácida y feliz.
William se pasaba los días en el campo, entrenando, compartiendo las tareas con los hombres, trabajando con las manos y cuidando de sus caballos, mientras que por las noches era enteramente suyo. Se amaban, se querían y habían logrado compartir una amistad y una complicidad de la que Ellie se sentía especialmente orgullosa.
No hablaban de Londres y sus intrigas palaciegas, de las que, sin embargo, James intentaba mantenerlos informados. Marian seguía retenida en su casa de Londres, pero había logrado sacar a sus hijos del país y los niños residían ahora en Francia, al cuidado de unos parientes. Su corte personal era aún abundante y compacta, y mientras Enrique cuidaba y mimaba a su querida tercera mujer, Marian maniobraba con éxito evitando ser acusada formalmente de traición.
Lord Forterque-Hamilton se recuperaba a duras penas de sus días de cautiverio en la Torre. James permanecía a su lado y toda la casa cuidaba de él, pero el doctor Pitt no se mostraba muy optimista porque el hambre, la enfermedad y la falta de actividad habían hecho mella en la fuerte salud del noble, y cualquier cuidado era poco en su estado.
En Stone House, William dedicaba las tardes a la administración de sus fincas y bienes, atendía a los campesinos, a los trabajadores y mandaba órdenes a Londres con instrucciones detalladas; ser el cabeza de familia le daba mucho trabajo, pero él lo disfrutaba y Ellie junto a él.
Mary lloraba a veces a solas por su padre, pero luego se entregaba encantada al entrenamiento de Ellie como nueva lady y sobre todo a la confección de ropita para el bebé, el ansiado bebé que crecía con fuerza dentro de Ellie, dándole unas inesperadas patadas e hinchándole el vientre por momentos. Su cuerpo cambiaba, sus pechos estaban más hinchados y tirantes que lo normal, y William aseguraba que nunca la había visto tan hermosa.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Cuando Ulrik de Armagh apareció en Exeter acompañado por dos taciturnos y extraños ayudantes, a Ellie se le erizó el pelo de la nuca y quedó con una inquietud fría en el cuerpo, que tardaría días en abandonarla.
William y Robert habían recibido al anciano personaje con abrazos y muestras efusivas de cariño y lo habían instalado inmediatamente en una de las mejores habitaciones de la casa.
—Maestro Ulrik —dijo William tomando a Ellie de la mano para presentársela—, mi mujer, Elizabeth; estamos esperando un hijo.
—Un niño —interrumpió Ulrik, observando con intensidad a la joven—, es un varón grande y fuerte como su padre, pero dulce y sensible como su hermosa madre.
—¿Seguro, maestro? —A William la sonrisa no le cabía en la cara, estaba feliz—. Yo también creo que es un niño. —Con una de sus enormes manos, sujetó a Ellie por el vientre—. Los dos creemos que es un niño porque tiene mucha energía.