Como inducida por un brebaje mágico, lo siguió tomada de su mano hasta su compartimento privado, situado a la cola del aparato. Al entrar, lord Forterque cerró la portezuela por encima de su cabeza y la empujó contra la frágil pared para seguir besándola con pasión.
Se apartó un momento para sacarse el suéter de hilo, sin dejar de mirarla. Debajo no llevaba nada, y su perfecto torso, fuerte y cálido, asomó invitando a tocarlo, a lamerlo. Ellie no podía dejar de pensar en otra cosa mientras observaba como iba desnudándose lentamente. En el suelo, a su lado, quedaron los pantalones de cuero, las botas de piel italiana. Lord Forterque-Hamilton no usaba ropa interior, y a Ellie la respiración se le entrecortó. Lo estaba mirando, descaradamente, sin ninguna vergüenza. Él era hermoso, con los músculos bien definidos, el abdomen liso; sus ojos celestes buscaron los suyos en medio de la oscuridad del compartimento.
—Quiero hacerte mía, Elizabeth —susurró sin acercarse—. Déjame ser el primero.
—Lord... William —dijo levantando las manos, confundida, soltó una risa nerviosa—, sabe Dios que quiero estar contigo, pero...
—¿Tienes miedo?
—No, pero dentro de unas horas, tal vez no te vuelva a ver. He esperado mucho por esto, ¿sabes? — Inoportunamente volaron por su mente las imágenes de todos los hombres a los que había terminado por rechazar. Hizo un gesto para espantar los recuerdos y regresó al presente para mirar los bellos ojos de William Forterque—. Es importante para mí.
—No tengo nada que ofrecerte, pero lo único que me llevaré de este siglo será tu recuerdo, Elizabeth —le susurró, inclinándose muy cerca de su boca, erizándole los pelos de la nuca.
Ellie respiró hondo mirando al cielo y se le llenaron los ojos de lágrimas, se acercó a él y buscó su boca con avidez. Apartó de un plumazo sus prejuicios, su constante miedo a perder y se aferró a su cuerpo decidida a convertir ese momento en algo memorable. Cuando William la levantó en vilo por las axilas para depositarla, ya desnuda, sobre la cama, su mente había volado lejos, dejándole solo las sensaciones y el placer.
William Forterque se detuvo un segundo solo para observarla, era tan hermosa. Vio el precioso rostro con las mejillas arreboladas, los ojos oscuros brillantes y la boca hinchada por sus besos, siguió la suave curvatura de su cuello bajando hacia esos pechos firmes y generosos, la piel inmaculada de su torso, el vientre suave, tierno, y acogedor. Se agachó para morder el abdomen liso sujetando las redondas nalgas con una sola mano, era tan pequeña y tan frágil. La atrapó bajo su peso y ella desapareció en la cama.
Ellie estaba excitada y húmeda. William bajó la mano libre e introdujo uno de sus dedos en la profundidad de su vagina y comprobó con suavidad la virginidad intacta. Se levantó apoyándose en sus brazos, tenía los ojos vidriosos y la respiración agitada, como la de un purasangre a punto de iniciar una carrera. Arrodillándose frente a ella, la tomó por las caderas para ubicarla encima de su miembro, le separó las piernas y la sujetó abarcando a la vez las caderas y su trasero con firmeza. Ellie arqueó la espalda al sentirlo rozando su feminidad, estaba mojada y sus pezones se erizaban con el aire acondicionado del avión.
—Intentaré no hacerte daño, Elizabeth —dijo William con una voz ronca y trabajosa—. Luego disfrutaremos juntos, gozaremos hasta que me supliques un descanso, pero ahora iré despacio, dolerá, pero estás lista y lo haremos con cuidado...
—Vamos —suplicó Ellie, vulnerable, abierta como una fruta madura delante de él, mientras sus caderas se elevaban hacia su amante suplicando algo más, sentía que se volvería loca si no la penetraba inmediatamente—, no hables más ¡hazlo!
Entonces William sonrió, sujetó sus caderas y ubicando la vagina en la posición más cómoda y fácil de abordar, la penetró con un solo movimiento, que levantó a Ellie de la cama con un grito. Él se ubicó encima de ella y lentamente comenzó a hacerle el amor. William la sentía debajo de él; caliente, dulce, suave, entregada, estuvo entrando y saliendo de Elizabeth con movimientos acompasados y precisos, procurando no dañarla, mientras ella le devolvía los besos; con pasión, con la boca hinchada, abierta, diciendo su nombre, arañándole la espalda y atrapándolo con las piernas alrededor de los muslos.
—Dios mío —susurró sintiendo a William dentro. Los dos cuerpos se fundieron dulcemente mientras su torso fuerte y sedoso la inmovilizaba contra la cama, enseñándole la plenitud total de su cuerpo, la unión absoluta—. William...
Elizabeth Butler tuvo su primer orgasmo e inmediatamente se lanzó al segundo cuando Forterque, desesperado y hambriento, no había podido contenerse más y había ahondado en ella hasta las entrañas, con una necesidad totalmente desbordada y carente de pudor. Gritaron a la vez, llegaron juntos al clímax y cuando William se incorporó un poco para comprobar que ella estaba bien, un hilito de sangre se deslizaba por su blanco y suave muslo. La miró a los ojos, Elizabeth lucía sonrosada, tibia, con los labios llenos, y sonreía. Fue en ese preciso momento cuando William Forterque-Hamilton supo que aquella hermosa y singular jovencita era la mujer de su vida.
ESTÁS LEYENDO
El Medallón de los Lancaster
Исторические романыUn corcel negro galopa a través del tiempo hacia los sueños de una joven neoyorquina que anhela la época de los caballeros y los torneos. Un hombre guía al caballo y clava su mirada en la joven. La realidad parece sacudir a Elizabeth Butler de su mu...