—Todos hemos sufrido muchísimo, Elizabeth. — Robert Wilson se había sentado a su lado, en un banco, mientras observaban a padre e hijo jugando en la arena. William se había metido en el arenero como un gigante que invadía Liliput, se había sentado en el suelo y se encontraba en ese momento rodeado de niños, mientras no dejaba de observar y acariciar a su hijo—. Sé que ha pasado mucho tiempo, sé que tienes miedo, pero debes seguir confiando en nosotros.
—¿Por qué no me ha llamado? ¿Cuándo habéis vuelto? —Ellie se enjugaba las lágrimas con un pañuelo de papel—.¿Sabes acaso por lo que he pasado este último año, Robert?
—Lo sé. —Robert la tomó de la muñeca para tranquilizarla—. Hemos llegado hace tres días a Londres, al lugar de siempre. William se puso como loco cuando no te encontramos en la casa. Ambrose nos contó todas las circunstancias y tomamos el avión para venir a Nueva York. Tal vez ha sido culpa mía, pero creí que debíamos actuar con prudencia, no queríamos asustarte. —Robert soltó una carcajada amarga—. No pudimos hacerlo de peor manera; estuvimos observándote ayer y esta mañana, ¿sabes?, y hoy no pude retener a William, quería ver al pequeño, es natural, no pensamos que se desataría todo este drama, lo siento.
—La portera de mi edificio pensó que andaban unos secuestradores merodeando la zona. Estaba prevenida, por eso ha sido peor aún, creí que unos delincuentes intentaban llevarse a mi hijo, me asusté tanto y... ¿Por qué observarme?, ¿qué sucede? No os entiendo.
—William ha estado un poco paranoico, como dirían en este siglo, ¿no es así?, imaginando que ya habías rehecho tu vida, que te habías sentido abandonada, Elizabeth, quería comprobar que no se encontraría a un hombre a tu lado.
—¡¿Qué?! —Ellie se giró hacia Robert enfadadísima—. ¿Cómo es posible que pueda creer algo así? ¿Cómo? ¡Dios!, es un bruto, solo ha pasado un año, por el amor del cielo, ¿es que no me conoce? —Dirigió una mirada furibunda hacia el arenero: en ese momento, William tenía a Rob en brazos y lo levantaba por encima de su cabeza mientras el niño gritaba de felicidad—. ¿Y él?, Robert, ¿hay otra mujer a su lado?
—Por supuesto que no...
—He visto un cuadro en Londres, de la corte de Enrique, retrata la Navidad de 1536 y William sale junto a Marian Lancaster. Un experto en arte de la época me ha dicho que tal vez eran amantes, ya sabes, por la actitud delante del artista.
—¡¿Qué?! Ahora soy yo al que le ofende la duda, milady. —Robert la miraba con sinceridad—. Creo que deberías hablar con tu marido, Ellie; Ambrose comentó algo respecto a ese tema, de hecho, vimos una reproducción que tenías guardada en la biblioteca. Sencillamente es ridículo. William no ha hecho otra cosa que añorarte, a ti y a su hijo.
William, con Rob colgando del hombro como un saco de patatas, se acercó hasta ellos. El niño se reía a carcajadas, Robert Wilson se puso en pie y por primera vez observó a su ahijado de cerca.
—Creo que deberíamos ir a casa —dijo William mirando a Ellie, sin levantar apenas la voz—, ¿nos podemos llevar a Robert ahora?, ¿puedes dejar de trabajar enseguida?
—Este pequeño muchachito es muy parecido a su padre—bromeó Robert extendiendo los brazos hacia el bebé—. ¿Te vienes conmigo, Robert? ¿Sabes que te llamas igual que yo?
Robert estiró sus bracitos hacia su nuevo amigo y se entregó a él con una confianza sorprendente. William dedicó a su mujer una suplicante mirada buscando algo de complicidad, pero ella no supo responder debidamente; se sentía extraña, giró sobre sus pasos, se despidió de la maestra de su hijo y llamó por el móvil a su ayudante para que le bajara el bolso, por una estúpida razón, no quería dejar al niño a solas con William.
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El Medallón de los Lancaster
Ficción históricaUn corcel negro galopa a través del tiempo hacia los sueños de una joven neoyorquina que anhela la época de los caballeros y los torneos. Un hombre guía al caballo y clava su mirada en la joven. La realidad parece sacudir a Elizabeth Butler de su mu...