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Lea Williams.

El automóvil era enorme, asumo que debía serlo ya que aquel señor tenía siete hijos, pero de igual manera era sorprendente.

— Ya podemos irnos, Pogo.

Mi rostro debió de ser toda una obra de arte cuando miré al frente, observando el retrovisor, y en vez de un hombre me encontré con una especie de mono parlanchín.

— Claro, señor — El tal Pogo volvió su vista al frente, y me miró por el espejo —. Es un placer conocerla señorita Williams.

Le sonreí con algo de timidez, mientras el arrancaba el vehículo, al mismo tiempo que mi corazón comenzaba a galopar tan fuerte que dudé sobre si tenía un caballo salvaje en miniatura encerrado en mi pecho.

Cuando nos detuvimos, no espere ni un segundo para pegar mi nariz al vidrio, con la curiosidad de como sería mi nueva casa creciendo de manera exagerada.

Era más grande de lo que se veía en las fotos del periódico, y logró intimidarme.

— Bienvenida — dijo Pogo, mostrando una sonrisa amable mientras levantaba mi maleta.

— Si quieres yo puedo llevarla. — me ofrecí, tratando de ayudarlo, pero el negó y me hizo señas para que entrara a la casa.

Una vez dentro todo parecía de otro mundo. No era nada como lo había imaginado, y eso no me gustó. No parecía un lugar en el que vivieran niños. Ninguna de esas decoraciones delicadas durarían ni una semana si tan solo tres de los niños de el orfanato vivieran aquí.

— Lea, sígueme — ordenó el señor Hargreeves, guiandome hacía un gran salón dónde sus siete niños parecían esperarme, acompañados de una mujer — Niños, como ya les he comunicado, ella es la nueva integrante de la academia, Lea Williams. A quién nos referiremos ahora como Lea Hargreeves o número Ocho.

El repentino cambio de nombre me tomo por sorpresa, y de seguro que fué evidente.

No iba a extrañar mi apellido, pero aún no entendia porqué alguien se referiría a mí como un simple número.

— Ella comenzará a entrenar con ustedes, pero se integrará de a poco, ya que no cuenta con el entrenamiento adecuado aún — informó a todos los presentes —. Número Cuatro y número Siete, indíquenle a Ocho dónde queda su habitación.

Una chica con una cabellera larga se acerca a mí, a paso lento, sin mirarme a los ojos, acompañada de un chico que me sonríe de manera despreocupada. Ambos me guían escaleras arriba, mientras a lo lejos aún logramos oír cómo Reginald da la orden de que el resto vuelva a sus tareas.


Entramos a mi habitación. Era simple, solo lo escencial acompañado de paredes con colores neutrales, de esos que de solo mirarlos te aburren.

— Lea, entonces — habla número Cuatro y asiento  —. Un placer, soy Klaus. Me dijo el viejo que tenemos las mismas cualidades, en cuanto a poderes.

Mi rostro muestra sorpresa por un momento hasta que se transforma en una sonrisa.

— Mi mayor pésame, pero eso te da la increíble oportunidad de pasar más tiempo conmigo.

La chica a su lado al fin me mira, y una sonrisa tímida se extiende por su rostro.

— Yo soy Vanya, o número siete —. Su tono es bajo, pero por suerte alcancé a oírlo.

— Un gusto.

Mi esperanza de no pasar mis siguientes años en agonía regresa, y de un momento a otro este lugar no parece tan terrible.

Otra chica entra a la habitación. Ella parece más confiada que Vanya, y no parece dar vueltas para entrar a saludarme.


— Espero que te guste, no es muy colorida pero...

— Tranquila, esta linda.

— Soy Allison, o número tres — se presentó estrechando mi mano.

— Un placer.

Los otros chicos que faltaban se asomaron por la puerta, y Klaus los invito a pasar, tratando de presentarmelos el mismo.

— Él es el fortachón de Luther o número Uno.

El chico rubio al que señalaba se encogió, algo avergonzado y me saludó con torpeza.

— El maníaco de los cuchillos Diego o número dos.

Un chico castaño me sonrió con una inclinación de cabeza.

— Él es Ben o número seis. Es el más normal de nosotros, si dejamos de lado sus poderes.

El chico de descendencia asiática se acercó a mi y me estrecho la mano con una sonrisa amistosa.

— Después tenemos a-

— No es necesario, Klaus. — lo interrumpió un chico con aspecto serio — Soy Five, buena suerte integrandote trece años tarde.

Five sonrió con sarcasmo, y se acercó a la puerta para irse, pero Klaus lo detuvo.

— Es un poco amargado, pero con el tiempo te acostumbras.


Hubo unos segundos en que todos nos quedamos en un silencio incómodo, hasta que el chico rubio decidió romperlo.

— Quieres que te ayudemos con tus cosas?

— No creo que sea necesario, no hay mucho que desempacar.

— Les dije que era una indigente. — comentó Five, saliendo de la habitación con una expresión arrogante.

— No le gustan mucho los cambios.


— Bueno, nosotros nos vamos, para que te acomodes —. dijo Allison — En el armario tienes el uniforme, si no te queda, avísame y se lo daré a mamá para que lo arregle.

Luther tomo la pequeña maleta que yo había dejado en el piso, y la colocó sobre la cama.

— Así no te será muy incómodo desempacar.

— Gracias.


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Llenando Los Vacíos [Five Hargreeves]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora