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Lea Williams/ Ocho Hargreeves

A veces, en la quietud de la noche, me pregunto cómo habría sido mi vida si hubiera pasado nueve meses en el vientre de mi madre, en lugar de solo unos minutos. ¿Habría cambiado algo? ¿Mis padres me habrían mirado con amor en lugar de con la indiferencia que siempre sentí? Me pregunto si ellos siempre fueron así, tan amargos, o si mi llegada los convirtió en esas personas frías y distantes.

Nunca comprendí por qué decidieron quedarse conmigo, hasta hoy. A menudo, me siento al lado de la puerta de su oficina, una habitación apenas más grande que la mía, donde ellos trabajan en algo relacionado con la política. Aún no entiendo bien qué hacen, solo sé que les otorga suficiente poder para mantener las apariencias mientras esconden lo que sucede dentro de nuestra casa.

En esas noches solitarias, me siento junto a la puerta, esperando escuchar una conversación entre ellos que me permita soñar con una familia normal, aunque sea por unos minutos. Pero hoy, lo que escuché fue diferente.

— Debimos hacerlo... — murmuró mi madre, su voz baja y cargada de resentimiento.

— ¿Hacer qué? — respondió mi padre, confundido.

— Venderla a ella también.

— ¿Por qué dices eso?

— A veces creo que fue un error dejar que se quedara. Es solo una boca más que alimentar...

— Pero nos ayudó mucho en nuestra campaña. La gente confía más en las familias que en los individuos.

— Lo sé, pero aparte de eso, ¿qué más aporta? — replicó mi madre, con amargura. — A veces pienso que podríamos enviarla a algún internado y decir que está fuera por estudios.

— No es una opción — respondió mi padre, tajante. — ¿Qué diríamos a la gente? ¿Cómo confiarán en nosotros si no podemos criar a nuestra propia hija?

Y entonces lo entendí. No soy más que un accesorio, un símbolo de perfección para su imagen pública. Pero en cuanto las luces se apagan y la puerta de casa se cierra, me convierto en una carga, en algo desechable. A partir de ese día, dejé de sentarme junto a la gran puerta de madera. Dejé de querer escuchar sus planes y sus aspiraciones.

[...]

El dolor recorre cada centímetro de mi cuerpo. Entrenar defensa personal no es nada sencillo, especialmente cuando no estás acostumbrada.

— ¿Estás bien? — Klaus me mira con una mezcla de preocupación y diversión.

— No, creo que mis músculos están intentando escapar de mi cuerpo — respondo, con una risa amarga.

— Estás bien — asegura Five, aunque su tono es más burlón que tranquilizador.

— Mentiroso — Klaus rueda los ojos, claramente no impresionado.

— Cállense, es hora de almorzar. Pueden seguir peleando después — nos regaña Klaus, cortando la conversación.

Cada uno se concentra en su propio mundo. Allison está pintando las uñas de Klaus con una precisión envidiable. Five, a mi izquierda, susurra algo a Diego, que parece debatirse entre prestarle atención o simplemente ignorarlo. Vanya come en silencio, como siempre, observando a los demás con una mezcla de curiosidad y resignación. Luther, sentado al otro extremo, no puede evitar mirar a Allison con una sonrisa boba.

Llenando Los Vacíos [Five Hargreeves]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora