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Lea Williams

Pasé el resto de la tarde conversando con Vanya. La conversación fluyó de manera natural, aunque aún había un cierto aire de incomodidad, como si ambas estuviéramos caminando sobre una cuerda floja. Sin embargo, cuando volvió a sonar la campana, esta vez anunciando la cena, Vanya y yo nos levantamos casi al mismo tiempo, sorprendidas de que ya fueran las siete.

—Vamos... —dijo ella, y ambas salimos de la habitación al unísono.

Mientras caminábamos hacia el comedor, los sonidos de la casa comenzaron a intensificarse. Diego, Luther y Five bajaron por las escaleras entre empujones y risas sofocadas, como si la cena fuera una competencia en lugar de una simple comida.

—Niños, ¿cierto? —comentó Klaus, apareciendo a mi lado con una sonrisa cómplice.

Le devolví la sonrisa, pero no pude evitar notar la extraña mezcla de inmadurez y seriedad en el ambiente. No era exactamente lo que esperabas de un grupo de personas con habilidades especiales.

Como en el almuerzo, cada uno se colocó junto a su silla, esperando la llegada del señor Hargreeves. El silencio cayó rápidamente sobre la mesa cuando apareció, imponiendo su autoridad sin decir una palabra.

—Niños —saludó brevemente al sentarse. Con una ligera inclinación de cabeza, nos indicó que hiciéramos lo mismo. No había nada cálido en su saludo, pero todos lo acatamos de inmediato.

La cena transcurrió en una mezcla de charlas y pequeños gestos que empezaban a ser familiares. Diego, siempre inquieto, comía mientras tallaba algo en la mesa con su cuchillo, una especie de acto de rebeldía que nadie parecía notar o comentar. Ben, absorto en su libro, estaba tan concentrado que dejó caer varios trozos de carne al suelo, ignorando el desastre que estaba creando.

Allison y Luther se sonreían entre ellos, claramente creyendo que su “discreción” pasaba desapercibida, pero sus gestos eran demasiado evidentes. Klaus y Five, sentados juntos, no perdían la oportunidad de burlarse de la evidente atracción entre los dos, riéndose por lo bajo cada vez que intercambiaban miradas.

Cuando todos terminamos, Reginald se levantó de la mesa, con la misma formalidad con la que había comenzado la cena.

—Esta noche pueden desvelarse. Mañana empezaremos más tarde con los entrenamientos —anunció, y una pequeña ola de murmullos y sonrisas recorrió la mesa—. Su madre estará atenta a lo que necesiten —añadió, y sin más que decir, salió del comedor.

La mesa quedó en silencio por un momento, hasta que uno a uno, todos se levantaron y comenzaron a dirigirse a sus habitaciones. No estaba segura de qué hacer. ¿Leer? ¿Escuchar música? Quizás ambas cosas.

Tomé el libro que estaba en mi mesita de luz y los auriculares de la cajonera. Estaba a punto de reproducir una canción cuando unos golpes en la puerta me detuvieron abruptamente.

—¡Lea! Soy Allison —escuché su voz desde el otro lado. Me acerqué y abrí la puerta.

—Hola.

—Hola... —dudó un momento antes de continuar—. Voy a hacer una pijamada. Quería saber si quieres unirte.

La invitación me tomó por sorpresa. «¿Una pijamada?» En mi antiguo hogar, eso habría sido una noche de juegos y risas, pero aquí, todo tenía un aire de incertidumbre.

—Emm, claro —respondí, decidiendo que en este nuevo entorno, debería aprovechar cada experiencia.

—Genial, aquella es mi habitación —señaló una puerta al final del pasillo—. Puedes ir. Klaus y Five ya están allí. Mientras, le avisaré al resto.

Llenando Los Vacíos [Five Hargreeves]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora