07. pelea

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El fin de semana había llegado, yo me encontraba enrollada en una toalla y los rebeldes cabellos húmedos que se me pegaban a la cara me recordaban la forma en la que Diana me había sostenido dentro del agua. La forma en la que juntó nuestros cuerpos, la sentí contra mí y me habló al oído. La forma en la que no me soltó hasta que me sentí lista, como toda su atención estuvo en mí y nadie más.

Por un momento sentí que yo era el centro de todo en la vida de Diana, mientras reíamos juntas allí adentro y hacíamos guerra de agua. Jerry nos chequeaba con una mirada difícil de descifrar cada vez que podía. Pero Diana no parecía darse cuenta porque extrañamente no había volteado a verle ni un segundo.

Nuevamente sentí que había ganado algo.

Y nuevamente aprendí que para Jerry, ante los ojos de Diana, no existen ni aspirantes a competir.

Él ya tenía ganado ese lugar especial en el corazón de Diana... Ese lugar en el que yo nunca estaría ni siquiera cerca de estar.

Así que aunque reímos juntas, la pasamos bien juntas y por un momento sólo fuimos ella y yo, al final siempre serían sólo Jerry y Diana.

Después de que la señora Shirley nos llamara a comer, cuando ya todos habíamos abandonado el río y tomado nuestras respectivas toallas, Jerry y Diana desaparecieron detrás de unos árboles sin decir gran cosa.

Jerry sólo le había dedicado una mirada muy cercana al enojo, le había hecho señas para que lo siguiera y Diana lo había obedecido enseguida.

Eso me recordaba cómo eran las cosas.

Al final eran ellos dos.

Al final yo no formaba parte de esta historia.

Al final yo perdía.

Justo como mi mamá.

—Oye, cariño. —la señora Shirley llamó mi atención. Yo levante la mirada después de unos minutos mirando al suelo sin más, repasando cada momento junto a Diana y el momento que Jerry se la llevo de la mano lejos de mí —. ¿Estas bien? —me preguntó de manera dulce, arqueando una ceja.

Odiaba que la señora Shirley fuese tan perfecta todo el tiempo, con esa sonrisa de comercial y esa voz suave.

Odiaba estar ahí.

Cuando menos me di cuenta mi mirada se había intensificado, y por la confusión en sus ojos, tal vez en mi rostro se reflejaba todo el odio que guardaba dentro de mí.

No quería dejar que los rencores me ganaran.

Pero estaba dolida, enojada, triste, deprimida y patética.

Mi padre estaba con ellos, no conmigo. Mi padre nunca me iba a querer como a ellos, mi padre... Mi padre dedicaba toda su vida a ellos.

¿Yo en qué importaba ahí? ¿Dónde era parte de la vida de mi padre?

¿Dónde era mi mamá parte de esa familia? Ella nunca podía estar presente, se sentía una mierda. Yo me sentía una mierda.

Realmente me destrozaba. Me destrozaba como nadie podría imaginárselo, me sentía tan pequeña, insignificante y perdida, me sentía tan fuera de lugar.

Me sentía en la nada.

Como si no valiera nada.

Como si realmente no estuviera ahí.

Y luego estaba Diana, a quién no me podía arrancar del pecho.

No podía dejar de sentir cosas al verle, no podía dejar de quererla y desearla. No podía mirar su boca sin deshacerme.

No podía sentirla cerca sin querer apoyarme en ella, sentir su piel contra la mía.

No podía borrar las ganas de hacerla feliz, hacerla reír y llenar su corazón de cosas buenas.

No podía borrar las ganas de querer amarla para siempre.

Pero sobre todo... No podía borrar que el dueño de su corazón era mi medio hermano. Jerry. El hijo de la mujer que ahora tiene a mi padre, la mujer que ganó y le dejó nada a mi madre. Jerry, el que es el hijo que disfruta de todo lo de mi padre, el que tiene cada una de sus respiraciones y el que tendrá su último aliento a su disposición.

La persona que Diana ama.

Mientras que yo, bueno... Yo sólo tengo a mi mamá.

—¿Anne? —intentó hablarme una vez más la señora Shirley, ahora viéndose preocupada.

Tuve la sensación de que le regalé una de esas miradas que matarían a cualquiera.

—voy a dar una vuelta por ahí. —gruñí, apartando la mirada de ella bruscamente, porque muchas veces me destrozaba verla.

Ella intentó decir algo, pero me puse de pie enseguida, ignorándola.

Mire hacía mi padre. Se había quedado dormido sobre la manta que había tendido la señora Shirley en el suelo, con su sombrero cubriéndole el rostro.

Nunca se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

Me imagine a Jerry y Diana besarse contra algún árbol.

Sentí que se me cerraba la garganta y de la nada me invadieron las náuseas.

Probablemente el día que tuviese que verlos besándose frente a mis ojos serían más que náuseas. Probablemente moriría de un ataque al corazón.

Mi madre no sabía que me gustaba Diana, pero algo se imaginaba.

Yo siempre le hacia preguntas de cómo había sobrevivido a la situación con mi papá.

Ella respondía que al principio sentía que su vida se acababa por él, pero que con el tiempo aprendió a apreciarse y entender que se debía a si misma algo más.

Me dijo que el pasar de los años le enseñó que su bienestar y felicidad era más importante que cualquier cosa, que se la pasó haciendo actividades que le distrajeran la mente y le hicieran feliz. Que construyó cosas y tuvo proyectos por ella misma. Que supo que sólo se necesitaba a ella misma, que valía mucho por lo que era.

Hasta que llegaste tú, me dijo. Ahora eres tú la primera persona por la que hago todo, hija.

Me encontré con que la extrañaba mucho, quería volver a casa pronto porque ella era mi único lugar seguro. La quería tanto y esperaba algún día ser como ella.

—mamá... —susurré débilmente, con los ojos rojos y cristalizados.

Ya había intentado llamarla más temprano pero no tenía señal.

Seguía deambulando por ahí, pateando las piedras que se me atravesaran en el camino y aguantando sollozos.

Pensaba en muchas cosas.

Diana, mi madre, la señora Shirley, mi padre y Jerry. Pensaba en todos ellos y cada vez se me hacía más difícil retener las lágrimas.

Entonces de la nada escuché unos gritos, de voces muy conocidas, que veían desde mi izquierda.

—¡Diana, por favor! ¡Tienes que entenderme! —ese era Jerry.

—¿cuándo me entenderás tú a mí? ¿Cuándo va a importar lo que yo siento? —Diana sonaba frágil, estaba llorando.

Mi corazón se detuvo por un momento.

—¡A veces no te soporto! —fue lo último que pude entender que Jerry dijo.

Las voces parecían bajar pero pude escuchar a Diana sollozar desde alguna parte.

Lágrimas se deslizaban por mis propias mejillas y no me di cuenta al principio, mientras avanzaba desesperada y golpeaba mis brazos con ramas de árboles al pasar.

Finalmente encontré lo que buscaba, pero no era lo que esperaba.

No había rastro de Jerry por ninguna parte.

Sólo estaba Diana, abrazando sus piernas en la arena.

If i was a rose «dianne»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora