Prólogo

657 56 36
                                    

Jovis Dies, 18 de marzo, 1.852


¿Quién es él?

Una pregunta que encierra un misterio que a gritos proclama la destrucción del ser que bajo sus garras ha caído. Nunca antes y sin anticiparse, él y su séquito llegan como los caballeros del apocalipsis para sembrar la destrucción en medio de pasos impetuosos y retumbantes que se expanden hasta llegar a los recovecos más profundos para alterar la secuencia cotidiana.

De forma similar, el caos llegó hasta la turbulenta pero equilibrada vida de JungKook O'Brien que entre varias maletas y cajas con sus pertenencias renunció voluntariamente a su hogar natal, Dundalk. Para emprender una travesía en compañía de la pequeña manada que encontró a lo largo de su vida y por quienes está dispuesto a darlo todo, sin reservas, ni contingencias. De la misma forma en que ellos lo harán por él.

Un camino que todos seguirán para alejarse de las sombras del pasado que llegaron de forma disruptiva a herir su realidad.

―Mi pequeño lirio, se supone que debes llevar solo lo necesario y algo me dice que vas a poder sobrevivir sin esa silla que tratas de meter en la maleta ―pronunció JungKook ingresando a la habitación de paredes violetas que él mismo pintó con tanta emoción y añoranza en cada pincelada durante una fría tarde de otoño con las mejillas inundadas en lágrimas. Paredes que ahora yacen vacías y solo con las puntillas que clavó con dificultad, porque estaba empeñado en hacerlo sin ayuda de nadie.

La melancolía lo abofeteó y su aroma a avellanas se tornó un poco ahumado, como si se estuviera quemando como consecuencia de las emociones que lo perturban, incluso sin darse cuenta afectó al pequeño pelirrojo que lo miró con preocupación encapsulada en sus particulares orbes bicolor, cuando percibió que el aroma a leche con leves salpicaduras frutales perdió dulzura.

Lo cual logró que su pecho se oprimiera cuando su omega se agitó en su interior para brindarle confort a su cachorro al tratar de aligerar sus propias emociones.

―Perdóname, no quería molestar ―pronunció Aiden y bajó su mirada hasta la silla que claramente no cabe en la maleta en la que hasta hace unos segundos intentaba introducirla.

Sabe que no puede llevarla por su tamaño y lo que ahora más necesitan es economizar espacio, como su padre le recalco hace unas horas atrás, pero no quiere dejarla, no cuando el bonito omega de orbes esmeralda, idéntico a su color favorito, después de ver su fascinación con la que tenía en su trabajo y debido a la dificultad para subirse en ella por lo alta que era, le elaboró una en una versión más reducida para su tamaño.

Por él no quiere dejar la habitación que ahora sabe y construyeron cuando llegó a vivir en la casa, que después de ocho años ha sido su único hogar. No quiere soltar y no comprende porque todos lo hacen, aun cuando ve sus desanimados rostros durante el día, fingiendo estar bien para él.

No está tan chiquito como para no darse cuenta que sus aromas ya no son tan dulces y reconfortantes como suelen ser.

―Grá mo chroí, féach orm ―indicó JungKook de rodillas frente a Aiden y sostuvo el pequeño rostro entre su mano, mientras con la zurda comenzó a dejar suaves caricias en los rizos rojizos del color de un cálido atardecer que retiró del rostro contrario para enfocar con mayor claridad los orbes marrones que poseen una única y especial característica, el ojo derecho combina una pequeña fracción del color verde, similar al de sus ojos, integrando dos colores en el iris, una condición nombrada como heterocromía, que afecta la pigmentación y varía la tonalidad del ojo.

Una peculiaridad extraña y poco común, que no compromete la visión de Aiden, sino que le da mayor belleza al bonito y redondo rostro que detallo como si ya no hubiera hecho desde que nació.

La Anarquía de Psique || TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora