CAPÍTULO: 3

390 62 5
                                    


CAPITULO 3

Candy era amante de la cafeína y no había mañana que no pasará a la cafetería que se encontraba a la vuelta de la oficina en la que trabajaba. Nada mejor para despertar que el maravilloso olor y sabor del café americano, sin azúcar.

Esa mañana como siempre, la pequeña cafetería estaba a reventar. La ventaja de ser una adicta al café es que los empleados ya la conocían y apenas la veían entrar le sonreían, sin importar cuan larga fuese la fila su café estaba listo para que ella lo pagará justo al llegar a la barra. La suerte no la acompañaba ese día, se durmió y se retrasó para llegar a tiempo a su trabajo, tardó una eternidad para tomar un taxi y por si fuera poco...

—Ahggg —sintió el ardor del caliente líquido quemando su pecho, la humedad en su inmaculada blusa blanca que ahora se transparentaba. Un grito que se escuchó por todo el lugar y un apenado joven que no dejaba de pedir disculpas, él intentaba desesperadamente ayudar a Candy con la única servilleta de papel que tenía en sus manos.

—Lo siento, lo siento, señorita, ¿se encuentra bien? —ella levantó su rostro lloroso y él reconoció los verdes ojos y las pequeñas manchas que tenían la blanca piel de su rostro.

Una de las empleadas se acercó a auxiliarla, la invitó a que la siguiera al interior de la cocineta. Su piel estaba enrojecida y le ardía. Ariana le colocó un paño húmedo debajo de su cuello, justo en el nacimiento de sus senos. Eso le ayudó a disminuir el dolor.

—Lo que me faltaba, no puedo presentarme así en mi trabajo. —expresó Candy, limpiándose las lágrimas de la impotencia que sentía. La puerta se abrió y el causante de su desgracia entró en contra de las protestas del empleado que le impedía pasar, su rostro le era familiar, no recordaba dónde lo había visto. Antes de que Terry entrará, Candy deseó hacer lo mismo con él, derramarle café caliente. Sin embargo, cuando lo vio, todo rastro de enojo se desvaneció, la alta figura del joven, los ojos tan bonitos y esa cara tan atractiva la obligó a sonreír a pesar de su condición.

—Yo, quiero disculparme. ¿Estás bien? ¿necesitas ir a un hospital? Si hay algo que pueda hacer por ti, lo que sea, solo pídelo.

Ella lo pensó, tenía programada una cita con un posible cliente a las 10 am. Candy y su amiga Annie, rentaban una pequeña oficina cerca de la cafetería. Ambas eran diseñadoras gráficas, tenían poco tiempo de haberse instalado en aquel lugar, estaban iniciando desde cero y no podían darse el lujo de perder los pocos prospectos de clientes que tenían.

—Bueno, no quisiera abusar de tu amabilidad, pero ¿tienes auto? —aunque no acostumbraba a ir por la vida viajando en auto de desconocidos, necesitaba un cambio de ropa, ir a una tienda de ropa o a su casa. La idea de que un extraño conociera su dirección le causó escalofríos, así que ir de compras era la mejor opción.

—Si, claro. ¿Necesitas que te llevé a tu casa? —vio la desconfianza reflejada en Candy, era normal, como pretendía que ella le mostrará su hogar si ni siquiera lo recordaba —O algún otro lugar, solo dime como puedo ayudarte.

Eran las 9 am. la mayoría de las tiendas de ropas estaban cerradas a esa hora, Terry le sugirió una que de hecho abría a las 8 de la mañana. Era de su hermana Astrid, el lugar estaba bellamente decorado, la elegancia reinaba allí, los colores vivos jamás se habían visto tan lindos. Hermosas prendas colgadas en los aparadores, Candy había pasado muchas veces por ahí y desviaba la mirada de las prendas cuando alcanzaba a ver el precio en las etiquetas.

Tendría que perderle el amor a una suma fuerte ese día, estaba segura, pero no podía decirle a Terry que sus tarjetas estaban casi vacías, esperaba con ansias firmar el contrato con la persona que atendería en su oficina. Terence le paso unas blusa blancas muy bonitas y una en color palo de rosa.

EL AMOR DE MI VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora