Capítulo 10. La hora del almuerzo

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AIDEN

- Mamá, esto es exactamente una de las cosas que te pedí que no hicieras.

- No tengo la menor idea de a qué te refieres, Addy. Simplemente estoy organizando un buen almuerzo para tu compañera y algunos de sus amigos y familiares.

Siempre lo había hecho, reformulaba las cosas para adaptarlas a su punto de vista, a su versión de la realidad. Lo había hecho cuando Aaron murió, y lo estaba haciendo de nuevo ahora.

A veces pensaba que se lo creía de verdad, pero siempre había una parte de mí que seguía siendo escéptica. Era demasiado astuta como para ser víctima de tales delirios.

El almuerzo fue una completa sorpresa para mí.

Después de que Sienna y yo tuviéramos nuestro momento en la cámara del consejo, hablé con mis padres y aceptaron trasladarse a otro lugar de la ciudad. Sin duda, eso alivió la tensión en casa, pero también significó que no podía vigilarlos.

Ahora estaba observando cómo el comedor de la Casa de la Manada se transformaba con extravagantes cubiertos y con un banquete que te haría pensar que el Alfa Milenario iba a venir de visita.

- Eso va aquí, querida —dijo mi madre, señalando a una de las empleadas—. ¿Quién ha puesto esta cuchara? ¿No ves que está manchada?

Ella estaba tramando algo, estaba seguro de ello.

- Addy, so, so. Este almuerzo es sólo para nosotras. Ve a ocuparte de tu manada.

Le eché una última mirada, esperando que me desvelase cualquier engaño que pudiera estar acechando en sus ojos. Sienna había parecido extrañamente receptiva cuando me contó lo de la comida, así que tal vez ambas estaban dispuestos a pasar página.

Si ese era el caso, yo no iba a interponerme en ese camino.


SIENNA

Me pasé las manos por la falda, alisándola, antes de ir por el pasillo hacia el comedor.

Quería llevar pantalones, pero Michelle me convenció de que sería demasiado informal, así que me puse unas mallas y encontré el vestido de invierno más grueso que tenía.

Ayudó el hecho de que Aiden mantuviera la Casa de la Manada calentita durante los meses de invierno, pero aun así era una sensación agridulce al saber que había cambiado por el bien de Charlotte.

- Buenas tardes, Sra. Norwood —dijo la ansiosa paje que estaba apostada frente a la puerta. Era una joven de ojos muy abiertos, con el pelo rubio sucio trenzado en un moño y dos marcas de nacimiento en la mejilla izquierda.

- ¿Hay una contraseña? —pregunté al ver que no se movía.

- Oh, lo siento mucho, soy la chica del guardarropa. Me distraje con tu vestido. Es tan bonito. Dios mío, ¿se me permite hablar tanto contigo? Lo siento mucho. Nunca sé cuándo callarme.

- No pasa nada. Está bien —respondí, sonriendo—. Gracias por el cumplido. Me encanta cómo te has peinado.

- ¿De verdad? —dijo ella, radiante—. Gracias, Sra. Norwood. Es un honor conocerla. Usted es mi mayor modelo a seguir.

- ¿Qué quieres decir?

- Todo lo que estás haciendo por las jóvenes lobas.

Haciendo saber que podemos tomar nuestras propias decisiones. Es un estímulo ver a nuestra dama Alfa tomar la postura que tomaste en el festival.

Lobos milenarios (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora