Capítulo 21. La cabeza despejada

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SIENNA

Aiden desató mi vestido hasta dejar mi espalda al descubierto, mientras mis manos permanecían atadas. Mi Bruma, o más bien mi subconsciente, deseaba tanto esto que me dolía.

Sus dedos recorrieron mi espalda desnuda, la lujuria en su tacto, las uñas clavándose en mi piel. Estaba deseando algo más que un ligero rasguño.

Necesitaba sentir algo real.

- El látigo —dije de nuevo.

Aiden examinó el surtido de látigos que había en la pared y se decantó por un gato de nueve colas. Acarició mi cuerpo con él antes de darme un ligero latigazo en el culo.

Eso no fue suficiente.

- Más fuerte —exigí.

- Con mucho gusto —respondió, con un brillo diabólico en los ojos.

Volvió a azotar el látigo contra mi carne. Esta vez picó, pero mi cuerpo quería más.

- Más fuerte —grité.

Cuando bajó el látigo de nuevo, me estremecí.

¿Qué estaba haciendo?

Así no me sentía bien. Esta no era yo. Y tampoco parecía que fuese como Aiden.

¿Qué pasaba por mi cabeza?

Mis deseos cambiaron. De repente ya no quería esto.

- Aiden, para —dije, luchando contra las ataduras que me había puesto.

Pero no se detuvo.

Me azotó con el látigo de nuevo.

Y otra vez.

- Aiden —grité—. ¡Escúchame!

- No, no podemos parar.

ZAS

- Tenemos que seguir adelante...

ZAS

- Necesitamos saber.

ZAS

Giré mi cuello para mirar a Aiden, y ni siquiera pude reconocerlo.

Se veía muy intenso y decidido, pero sus labios estaban curvados en una sonrisa inquietante.

Estaba disfrutando de esto.

- No te resistas —gritó.

Sentí que algo aullaba dentro de mí, mi loba interior. Comenzó a hacerse más y más fuerte hasta que ahogó todo lo demás.

La habitación empezó a girar. Luego todo desapareció.

- ¿Qué coño ha sido eso? —pregunté, volviendo a la realidad.

Me levanté y me alejé de Konstantin.

- Sienna, cálmate. Entiendo que estés molesta, pero no fue real. Todo estaba en tu cabeza, y solo tú tienes el control ahí —dijo Konstantin, levantando las manos y dándome mi espacio.

- A mí no me pareció así —dije.

- Esta era sólo la forma en que tu mente te pedía que te sometieras. Si queremos descubrir lo que hay en lo más profundo de tu subconsciente, tendrás que ceder a lo que te pidas a ti misma, aunque parezca una locura.

Sacudí la cabeza, sin querer escuchar nada de lo que me decía.

- Él... se transformó en algo... vil —dije, con lágrimas en los ojos—. Ni siquiera lo reconocí.

Lobos milenarios (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora