Capítulo 10: Jaidee y Sofía

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Me encuentro preparando mi equipaje, ésta noche me estoy dirigiendo a otro lugar, embarco en el Ferry SeaHorse 88 mi próximo destino es una pequeña ciudad costera dónde se menciona que hay mujeres muy especiales cuyo físico es tan deleitable al tacto y quiero pensar, que de un sabor sin igual.

Pero antes de embarcarme, necesito llevar alimentos, pues será un viaje muy largo; en la red eh encontrado un par de exquisiteces, las gemelas Jaidee y Sofía, se ve en sus fotos que son inseparables y dónde va una, la acompaña la otra, lo justo para hacerme de una gran mercancía para mí próximo viaje.

Me eh llevado mi maleta con nueve prendas distintas, que me servirán de mucho, tal vez en el viaje o puede ser en aquella Ciudad Costera, mientras escribo con una mano, con la otra, cargo mi copa de vino de exquisito manjar, lamentablemente ésta copa será la última, porque en el Ferry no dejan pasar ninguna bebida embriagante (si supieran lo dulce que es, y ese sabor a hierro y fósforo que nunca antes, nadie lo ha probado).

Los oficiales han venido a verme, tal parece que empiezan a sospechar de mí, hicieron su recorrido rutinario, buscaron incluso en la lavadora y no encontraron nada, una maleta vieja dejé adrede como distracción, en aquél viejo y polvoriento ropero, un olor a carne putrefacta les había llamado la atención, pero solo encontraron pequeños huesos de una rata de buen tamaño.

Buscaron en mi vieja nevera manchada de óxido y corrosión por la humedad y solo encontraron con frascos que un día antes vacíe, de aquéllos pequeños restos de falanges que comía como si tratara de pepinillos.

Mientras más buscaban en mi casa, menos sospechas despertaban, pero se, que no me queda mucho tiempo, y tarde o temprano encontrarán lo inesperado, revisaron mi expirado pasaportes, pasaportes que de niño mis padres me habían regalado y nunca había usado.

Revisaron bajo la cama dónde tomo mi siesta y a veces largas horas de sueño, encontraron rasguños de Amanda, pero sutilmente les indique que habían sido mías por un riña pasada, otra sospecha menos, en la pared de mi comedor encontraron manchas de sangre, pero jamás imaginaron que eran en realidad, pues la húmeda pared hizo bien su trabajo.

Revisaron mi sótano y solo encontraron basura y desperdicio, jamás hicieron por revisar más a fondo que tenía oculto una pierna dentro de una nevera que tomé prestada; uno de los oficiales había aplastado un pequeño ojo de color azul, pero el peso de aquellas botas de seguridad lo terminó estallando que al mismo oficial le dió cierta sensación nauseabunda.

Una vez que se fueron, saqué de aquella pared falsa mis maletas para continuar mi labor de empacado de algunas o casi todas mis pertenencias, bajé al sótano y saqué aquella azulada pierna de aquella nevera, y procedí a procesarla, para la cena de la noche anterior, acompañada de algunas falanges tostadas con aceite, lamentablemente el oficial reventó aquella pieza ocular que tenía pensado poner en mi copa de vino.

Esa misma noches, salí de caza; vi a las hermanas Jaidee y Sofía, entrando en aquella costosa boutique y me quedé esperando a que salieran de ahí para luego seguirlas en el camino; una de ellas se percató de mi presencia y sólo acelere el paso hacia donde estaban ellas, andaban por aquél enorme parque y cuando Sofía volteaba a ver si las seguía yo sólo me escondía entre los enormes árboles que adornaban aquel parque, se estaban dirigiendo a la plaza central de aquél parque, así que tomé un atajo para estar más cerca de ellas o incluso a lado de ellas.

Estaba delante de ellas, tomé la ruta más corta hacia ellas y aparecí frente a las gemelas, portando un saco negro de piel y cuero, pantalón café obscuro y zapatos bien encerados, Jaidee puso un brazo delante de Sofía; pude apreciar aquél miedoso momento, daba un paso y las hermanas retrocedian dos; ambas se voltearon y comenzaron a correr; yo por supuesto, las seguí.

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