Me pregunté cuando un día sin más me levanté encontrándome a la entrada de un pueblo abandonado, su cartel estaba podrido pues era de madera vieja, como si lo hubiesen puesto ahí para señalizar, pero se hubiesen olvidado de mantener.
Caminé despacio por aquellos senderos que parecían llevar alguna parte, pero su destino no era ninguna, solo llevaba conmigo una mochila y en esta una botella de agua y algo de alimento, poca cosa para todas las que realmente suelo necesitar al cabo del día, mis vicios, mis pertenencias, ese reloj que me marcaba la hora de vuelta a casa, o el teléfono de control las 24 horas del día, en ese lugar el tiempo no tenía valor o eso era lo que parecía.
Adentrándome un poco más me di cuenta de que pequeñas casas se presentaban ante mí, las cuales no parecían tener dueño, caminé entre ellas para ver si encontraba alguien pero la soledad y el paso del tiempo eran los reyes de este lugar sin dueño. Todo estaba preparado como si realmente alguien hubiese puesto esmero en colocar cada cosa en su lugar.
La primera una vez había sido una casa pintoresca, llena de color, en su interior muchos juguetes, aquellas cuerdas con las que saltar, miles de libros de colores, enormes cajas de lápices, las canicas que un día rodaron por el suelo, los caramelos que a su dueño le gustaría comer, me hubiese quedado en ese lugar todo el día quitando el polvo a cada cosa que encontraba en mi camino, pero debía proseguir.
En la segunda, un poco más grande, se encontraban multitud de cosas, miles de carpetas escritas a puño y letra, que nadie se dispuso abrir, letras que formaban frases, frases que formaban textos y miles de ellos que llenaban el lugar, miles de fotos de amigos llenaban sus paredes, las ilusiones se veían en cada palmo de ese lugar, formas y ventanas que dejaba a la luz entrar. Otra de ellas llamó mi atención, me acerque despacio y con cautela, aquella era diferente.
Su puerta era de madera, de la misma que vi a la entrada, pero de una tinta negra y destrozada, cuando puse un pie dentro, me envolvió la angustia, era el lugar de una gran pena, en el suelo habían miles de prendas llenas de sangre, pañuelos en los que el elixir vital se había secado y entonces como si de una maldición se tratase comenzaron a llover miles de cuchillas, grandes, pequeñas, pero todas afiladas, otras oxidadas, pero todas dolían. Los textos en esa casa transmitían agonía, dolor y pena, su dueño ya no se encontraba y pensé si aún viviría.
Seguí caminando y vi otra más, aquella estaba vacía, una casa vacía en la que me adentré, reinaba el silencio, solo una silla en la cual me senté. Al hacerlo se fue la luz, nada se veía, miraba a mi alrededor, sentía que me perdía y quise salir, me di cuenta de que no podía, me sentía encerrada, por las ventanas se veía gente pero nadie me escuchaba, me dieron ganas de vomitar, la oscuridad me absorbía.
No sé cuanto tiempo pasé dentro, tanto que me olvidé de que un día había estado fuera, pero escuché un sonido que habrío la puerta y me dejó salir, la luz de fuera me cegaba pero logré dejar atrás ese lugar que desde fuera se hacía pequeño a cada uno de mis pasos que se alejaban de ella, pero ahí seguía aunque fuese un lugar cada vez minúsculo donde había visto los peores miedos que vivían en mi.
Sorprendentemente cada vez que pensaba en ese lugar me daba cuenta que había descubierto un rincón de mi misma, quizás había querido enseñarme algo que a cada paso iba desvelando, será curioso pero me olvidé de lo que había ido, cuando un gran edificio detuvo mi paso, curiosa me acerqué, entré dentro y pregunté donde me encontraba, la respuesta de un hombre anciano me dejó anonadada.
— Querida estás en el pueblo del alma y te pertenece.
— ¿Mi alma? — Pregunté intrigada
— Eso es, te olvidaste de su nombre, por eso su cartel marchito, la primera casa pertenece a tu infancia, los recuerdos que también quedaron a un lado, los caramelos que te gustaba comer, aquellos libros que sus hojas llenabas de color. La siguiente es la casa de los sueños, las amistades que hiciste por el camino, las caras que llenaron su casa, los sueños, los miles de escritos que llenaban tu libreta. La siguiente nunca supe cuando empezó, quizás una caída de la que pensaste nunca saldrías, la llamemos la casa del dolor, la época donde tu sangre corría y manchaba gracias a las cuchillas aquellos guantes que ocultaban tus manos de aquellas heridas que aquí quedaron grabadas y guardadas, pero esa no fue la peor, la peor fue la casa de la soledad, porque nunca te diste cuenta, pero era un lugar de aprendizaje, la silla estaba colocada justo en un lugar estratégico desde el cual su ventana daba si te has dado cuenta a la vida de los demás, mirabas a la gente que tenías en tu vida, pero solo gritabas para que te pudieran salvar ¿de que? del tiempo que necesitabas para mirar hacía a ti, pero en esa casa te llenaste de rabia, de ira, de orgullo, algo que te hizo quedar encerrada.
Me puse a llorar, mire lo que había construido y me dolió tanto que casi me ahogaba, pero aquel hombre me extendió la mano, la cual tomé y abriendo otra puerta me mostró una parte virgen, con bosques, riachuelos, explanadas gigantescas donde poder plantar, pozos de agua de la que poder beber, huercos plantados con los que poder comer. Miré al hombre y le pregunté porque ahora se abría eso ante mi.
— Se llama presente, otros lo llaman ahora, es el presente de tu vida, el alma guarda el pasado pero nunca deja de crear, yo guardaré cada uno de tus pasos y sabré donde almacenarlos para lo que te dispongas a crear quede bien formado hasta que quiera volverlo a visitar.
— ¿Quién eres, anciano? — Pregunté. Este me sonrió antes de responder.
— Soy el recuerdo, la memoria, el encargado de atesorar cada uno de esos momentos para darles un hogar en el alma, quién guarda cada amigo, cada amante y momento, cada felicidad y desgracia, cada anhelo y esperanza, pero tú decides como vivir.
Abracé a mi recuerdo, cuanto me había ayudado, me senté y abrí mi mochila pues parece que tenía hambre, pero cuando tomé la botella para beber salieron miles de risas y cuando quise comer vi las miles de cara de personas que me habían querido y recordé gracias al anciano, que había podido comer mucho, bien haberme alimentado, pero de mi me había olvidado.
Así que armada con sonrisas y rostros que me han amado pisé la nueva tierra que me había otorgado y me puse a construir, cuando tomé la primera piedra desperté solo había soñado, pero que grande había sido descubrir que las verdaderas sendas se construyen al vivir. Nunca olvidaré ese paseo, esa vivencia, nunca permitiré que vuelva a ocurrir, el olvidarme de mi.
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• Debajo De La Cama Y Dentro Del Armario •
HorrorEsta no es una sola historia, esta son miles de ellas, historias que se encuentran guardadas dentro de mi mente y necesitan salir en forma de textos. Aquí las princesas no duermen hasta que un beso las despierta, aquí quizás el beso sea el que la ma...