V: Alternativas

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“Una criatura humanoide, contaban entre los aldeanos, antes solía ser humano, sin embargo, sintiéndose cansado de su condición humana, había hecho un trato con el mismísimo demonio en persona y, a cambio de 15 almas inocentes, este le confirió poder.

El monstruo, luego de obtener el ansiado don, fue confrontado por el monje de la comunidad y él, hombre devoto, resolvió expulsarlo, a las profundidades de aquél bosque, donde su maldad y perversión no osara dañar ninguna otra vida.”

Una mujer de largo cabello rojo corría por el basto camino escabroso y oscuro del bosque. No era un bosque cualquiera, este tenía una leyenda que aterrorizaba a las personas  más supersticiosas, ancianas y pequeños de la aldea cercana a este.

En aquellos momentos de angustia, aquella muchacha no le importaba en lo más mínimo aquél cuento, simplemente pensó en la vida del ser más importante de su mundo, su hijo. Sujetado fuertemente contra su pecho se le veía, embojotado en una manta grande de pañal de tela blanca, aquél niño vestía enterizo, su piyama, como prenda de ropa. Sus ojos azules estaban bien abiertos, temerosos, pero de sus labios, por sorprendente que parezca, no salía ningún sonido de queja, solo su respiración. Parecía darse cuenta a la perfección de la situación que su madre y él vivían.
La mujer, sin detenerse, miró fugazmente como luces de antorchas ardían en un lugar determinado, rápidamente se negó a pensar que su marido y la vida de su familia se había ido. Sin embargo, era la más fatídica realidad. Sus ojos oscuros arden en una sensación de ahogo emocional masivo. Ya no existe aquello que antes llamaba hogar, ahora solo tenía incertidumbre, mortificación y un niño pequeño que tarde o temprano le preguntará: ¿A dónde ha ido papá?

Deteniéndose y sujetando fuertemente contra su pecho a lo único que le queda en su vida, permitió que las lágrimas saliesen como una fuga, furiosas gotas que representaban todo su estrés, toda su ira, todo su miedo. Sentía como si su pecho se encogiese y no permitiese
que el aire llegase ni saliese. Se sintió perdida, abandonada, e irremediablemente sola.

—Perdone, ¿Está herida? —expresó una voz desconocida, logrando sobresaltar a la mujer, quien se limitó a girarse ante la corriente vocal y apretar aún más fuerte a su hijo, en un símbolo inequívoco de alerta.

La imagen con la que se topó la señora fue la de un joven, debía ser menor que ella por un par de años.

“Veinte años quizás”


Su pensamiento iba por sí solo, pero seguía en alerta. Era un chico alto, notó a simple vista, con pelo oscuro, sin embargo, la poca visibilidad hacía imposible que se le viese la cara
por completo.

»—Señorita, ¿Está herida? ¿Se encuentra bien? ¿Puedo ayudarle en algo? —volvió a preguntar en tono afable. Ese tono hizo que la mujer de larga cabellera rojiza dudara
sobre si aquél individuo presentaba algún peligro para ella o para su hijo, quien solo se había limitado a mirar fijamente a aquél nuevo individuo.

Sosteniendo a su niño firmemente, la mujer se estaba preparando para una nueva carrera, sin embargo, el extraño le detuvo cuando le dijo comunicó en el mismo tono:

»—Tranquila, Kushina. Minato no está muerto.

Aquello la dislocó tanto, que sin pensarlo, la mujer se giró acercándose con una expresión molesta le exclamó:

— ¿Quién eres? ¿Qué sabes de Minato? ¿Viene por Menma? Si crees que te le vas a acercar estás muy equivocado. —declaró con rabia, rabia contra él, contra sus palabras
que no sonaban coherentes a sus oídos, contra las personas que le robaron su vida, contra el mundo injusto. Estaba preparada, correría con su hijo en brazos, nadie se lo
arrebataría.

Siluetas [ObiRin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora