I: Primera señal

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Era marzo, un marzo frío, y había algo anormal en cierta casa de una aldea. Silencio. Algo tan simple y primario, pero, en aquél caso, tan incómodo y antinatural. Aquello era lo único que se oía de la habitación de Rin Nohara, una chica que era conocida por ser bastante entusiasta y alegre. Los criados de su hogar estaban ligeramente preocupados por ella, así que su cuidador personal fue la persona que se acercó a su puerta, como todas las mañanas desde su nacimiento, para verificar su estado.

Masashi, el cuidador, había estado al pendiente de aquella chica de dieciocho años desde el día que llegó al mundo, su estado débil y frágil había logrado ablandar el estoico corazón de aquél hombre en muchas ocasiones, y se lo habían ganado en muchas otras con su ímpetu y sentimientos puros. La chica era lo más cercano que tenía a un hijo.

Con decisión, el hombre de pelo oscuro encanado tocó tres veces la pesada puerta de madera negra y esperó con paciencia.

―Pase ―oyó una voz amortiguada por la puerta.

Masashi abrió, y se encontró con la imagen de la chica que solía instruir en literatura, geografía y arte, una chica muy ocurrente y muy activa, acostada en su cama con una cara que claramente decía que algo iba mal en su cabeza. Se acercó a ella rápidamente.

―Rin, ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? ¿Te duele la cabeza? ¿El pecho? ¿El estómago? Dime ―exigió saber, pensando en las miles de soluciones para miles de problemas en su cabeza.

Ella sonrió, tranquilizando inmediatamente una parte de él.

―Estoy bien, Masashi, solo estoy pensando, eso es todo ―contestó sin más.

El hombre dejó salir una brusca bocanada de aire.

― ¿En qué estás pensando ahora, Rin? ―cuestionó, pero luego embozó una sonrisa al pensar en el posible por qué― ¿Estás preocupada por tu boda? Tranquila, todo está listo y en orden para hoy, no tienes de qué preocuparte ―murmuró restándole importancia al asunto.

Rin cerró los ojos, asimilando cada palabra dicha por su fiel amigo.

―Siento un peso en mi pecho, como un mal presentimiento ―le confesó, sintiendo cierto alivio por decirlo en voz alta.

―Son solo nervios comunes, Rin ―le contestó ya sin preocupaciones, entonces le volvió a sonreír ―Además, tienes que ir alistándote ya, en unos momentos estará aquí Kurenai ―le avisó, sabiendo de antemano que el simple nombre de su mejor amiga la alegraría.

La chica de pelo castaño dejó escapar aliento, abrió los ojos sin ver nada y sonrió. Ningún gramo de pesar sobre sí misma.

―Tienes razón, deben ser solo mis nervios, es cierto que la boda me ha tenido muy ocupada ―se acomodó hasta estar fuera de la cama ―Iré a ducharme.

Masashi asintió.

―Sí, ya le aviso a Anya―replicó el hombre, yéndose a cumplir con su objetivo autoimpuesto.

Y como dijo, la nana de Rin, Anya, la esposa de Masashi, le escoltó al cuarto de baño. Ella era una mujer un poco más joven que su marido, unos cuatro años menor que él, su cabello rubio, dejando ver una que otra cana, sus ojos marrones, y un rostro apacible que demostraba cuan calmada iba siempre; con una contextura más gruesa, para ella era fácil acarrear a la joven al baño.

En la ducha, Rin pudo librar un poco la tensión que sentía por su eminente boda y futura vida matrimonial, se convenció con éxito de que solo eran dudas normales, nervios antes del acontecimiento.

"Todas las chicas pasaban por eso ¿No? Por supuesto, no sería la primera ni la última que lo experimentase"

―No te preocupes, mi niña ―murmuró en tono afable la mujer que le lavaba el cabello desde que tenía poco tiempo de nacida. Anya le veía como una hija, una que había visto crecer de primera mano y que ahora estaba allí, como una jovencita a punto de casarse.

Siluetas [ObiRin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora