Capítulo dos

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Todo lo que alguna vez definió infierno, comenzaba a sentirse como el paraíso.

Nada de lo que le enseñaron servía, el infierno no se parecía en nada a lo que le enseñaron cuando nació. Era todo lo contrario. Como si Dios quisiera mantenerla ignorante a ella y a los ángeles en el cielo.

En clases siempre afirmaban que el infierno era lo suficientemente caliente para derretir su piel, pero en estos momentos Marcy sentía que el frío calaba sus huesos, temblaba por los escalofríos, intentando darse calor al jadear sobre sus manos, pero nada de eso funcionaba, congelándose mientras más escaleras bajaba.

No se imaginaba qué le esperaba, y no sabía si podría cumplirle la promesa a Olivia.

"Yo iré por ti,
no se cómo
ni cuándo exactamente,
pero te sacaré de ese lugar.
Solo prométeme que sobrevivirás"

Ella no podía asegurarle eso, pero que Olivia se lo pidiera entre llantos no le ayudaba a ser honesta. Su primer pecado, mentirle a la mujer que la cuidó por tantos años.

Las escaleras parecían infinitas, por unos momentos creyó que tal vez se había equivocado de camino, pero solo había uno, así que era imposible. Siguió la caminata por otras horas más, el delgado y corto vestido de plumas blancas apenas la protegió de las escalofriantes brisas del inframundo, lo suficiente hasta llegar a otras almas.

Marcy no sabía qué debía hacer, varias personas deambulaban juntas, como si estuvieran perdidas o esperaran a alguien. Pensó en preguntarles, pero -aunque para ella este pensamiento fuera cruel- le causaban cierto asco.

No tienes por qué sentirte mal. Se compadeció de sí misma. Ellos son pecadores, sino no estarían aquí. Oh, claro que sentiría asco de esas almas, hicieron muchas cosas malas, no por nada ahora vagaban en el infierno, esperando a ser condenados por la miserable de Satanás.

Marcy asintió con la cabeza a sus oscuros pensamientos, pero en lo que se intentaba consolar, el suave toque de un dedo deslizándose por su cicatriz la hizo saltar del susto.

— ¿Un angelito?

La azabache volteó inmediatamente para ver al que la había tocado sin su permiso. Era un hombre de contextura media y con una barba descuidada. Sus ojos mirándola con depravación la hicieron temblar y preguntarse qué era lo que tenía aquel ser como para causarle tanto asco. ¿Sus ojos oscuros? ¿Su sonrisa burlona? ¿Lo poco que le importaba que estuviera asustada?

— No me toques, por favor —intentó sonar lo más amable posible, Dios le había enseñado a ser dulce con quien sea, pero nunca le había tocado cruzarse con alguien tan diferente a ella.

— ¿Qué le pasó a tus alitas? —El hombre ignoró su pedido, deslizando ahora su callosa mano por su hombro hasta tomar su mano. Marcy quería alejarse, pero de nuevo, eso sería tan grosero de su parte. El hombre solo tenía curiosidad, sus ojos morbosos no eran más que curiosidad.

Marcy sintió ese familiar nudo en su garganta obstruir su voz, volviéndola tan delgada y diminuta que hacía sonreír cada vez más al hombre en frente suyo.

— Por favor, s-suéltame.

— ¿Dios te mandó al infierno? ¿Eres un ángel caído?

Quería negar eso, pero era justo lo que le había pasado. Marcy apretó los labios en una línea fina mientras sus ojos comenzaban a arderle y llenarse de lágrimas. El hombre no se veía nada arrepentido de sus acciones ni de sus palabras, como si disfrutara de verla llorar, como si le excitara ver a un puro ángel temblar bajo su tacto.

She's my saint (Sasharcy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora