Perdidos en la nada
Harry creyó que algo había fallado. La oscuridad era tan intensa que no sabía si tenía los ojos abiertos o cerrados. Tuvo que palparse rápidamente ante la ocurrencia de haber perdido alguna parte de su cuerpo en el viaje pero pronto tuvo que olvidarse de eso al recordar a Snape.
— ¿Profesor? —le llamó extendiendo las manos a su alrededor sin encontrar nada.
El corazón le latía con fuerza, temía que si daba un solo paso caería en algún abismo sin fondo, y para colmo, tampoco encontraba el sombrero.
Empezó a jadear ansioso, no le gustaba nada esa sensación de estar perdido, ni siquiera podía escuchar ruidos a su alrededor. Finalmente se armó de valor y dio un paso hacia adelante y tuvo la impresión de estar sobre un acumulo de hojas secas.
Eso le regresó un poco la tranquilidad, por lo menos sabía que no estaba sordo, el suave crujir bajo sus pies era casi un deleite. Y entonces volvió a escuchar hojas moviéndose cada vez más cerca.
— ¿Potter?
La voz de Snape nunca le pareció tan agradable, giró sobre sus pies pero la oscuridad continuaba y no tenía idea de hacia dónde dirigirse. Entonces sintió su presencia, Snape estaba junto a él, podía percibir su cuerpo casi pegado al suyo y hasta escuchaba su respiración tranquila y relajada.
— ¿Dónde estamos?
— No tengo idea. —respondió el Profesor monótonamente—. ¿Se encuentra bien, Potter?
— Sí... creo.
— Algo extraño sucede, no pude formular ni un Lumus, supongo que a usted debe pasarle lo mismo.
Por primera vez Harry agradeció la oscuridad para que sus mejillas encendidas no se notaran, le avergonzaba que no se le hubiera ocurrido iluminarse cuando tenía la magia al alcance de su mano. Buscó a tientas su varita y tímidamente pronunció un "Lumus".
Una suave luz emergió consiguiendo ver el rostro de Snape.
— Parece que yo sí pude. —susurró titubeante.
— Debí imaginarlo.
Snape bufó exasperado comprendiendo la poca astucia de Harry, pero en esos momentos no tenía ánimo de profundizar en ningún comentario mordaz. Le sujetó por la muñeca de la mano libre jalándole hacia la derecha, había logrado vislumbrar el inicio de una pequeña vereda.
— Espere. —pidió Harry resistiéndose a continuar—. No encuentro el sombrero.
— Dumbledore debe haber enloquecido al nombrarlo su cuidador. —bufó Snape sin detenerse—. Pero no se preocupe, yo lo tengo.
— ¿Y a dónde vamos?
— Potter, no tengo ni la más remota idea.
Snape se detuvo de improviso, casi estuvo a punto de chocar con el tronco de un gran árbol que apareció de pronto frente a él. Harry no pudo detenerse a tiempo y chocó a su vez contra la espalda de Snape. Le escuchó jadear y temió haberle lastimado.
Pero lo que ocurrió nunca se lo hubiera imaginado, Snape se giró y le abrazó.
Harry se quedó impávido, recordó el momento que el Profesor le había mantenido apresado contra la pared fuera de la oficina de Dumbledore. Pero ahora creía saber lo que pasaba, su magia estaba provocándole alguna especie de consuelo a su maldición, y aunque no se sentía cómodo tampoco era capaz de apartarse. Tenía que permitirle que lo hiciera cuantas veces lo necesitara.
La idea casi le horrorizaba pero era el motivo del viaje y su deber era soportarlo, aunque odiaba sentirse... usado.
Cerró los ojos intentando imaginarse estar en otro lugar. La luz de su varita se había vuelto a apagar y la oscuridad quizá podía ayudarle. Sin embargo, no fue así.
Era una situación por demás extraña, Snape le sostenía por la cintura con bastante delicadeza y mantenía su rostro muy cerca de su cuello. Sentía su respiración y ocasionalmente un minúsculo suspiro pegar sobre su piel.
Tal vez hubiesen pasado unos cuantos segundos, pero Harry ya sentía haber tolerado lo suficiente, no podía prolongar más tanta cercanía y con la mayor gentileza que pudo se apartó.
— Creo que debemos continuar.
— Sí, es lo mejor.
La voz de Snape sonó algo desilusionada pero no insistió y Harry prefirió no detenerse a pensar en el tono tan inusual en las palabras de su Profesor. Volvió a encender su varita retomando el camino por la pequeña vereda siempre sintiendo al ojinegro caminar tras de él, demasiado cerca para su gusto, empezaba a sentirse invadido en su espacio vital.
Respiró aliviado cuando los árboles se abrieron dejando ver un claro bastante amplio en donde relucía un lago cuyas aguas bailaban cadenciosamente con el viento. Apagó su varita pues la luz de la luna daba la suficiente iluminación para admirar el lugar.
En el centro del lago se veía un islote con una vieja construcción de piedra.
— Creo que hemos llegado. —murmuró Snape apostándose a su lado.
Harry arqueó las cejas incrédulo. Aquellas eran ruinas, no una casa, ni siquiera parecía habitable. Y además, el muelle de la orilla del lago se encontraba derruido, no había botes que les ayudaran a llegar hasta el islote. Sin embargo, se mordió la lengua para no preguntar.
— Dumbledore tiene ideas muy extrañas. —comentó para sí mismo.
— ¿En serio? Jamás noté nada fuera de lo normal en organizarnos unas vacaciones a usted y yo, juntos.
— Cierto, debió cumplirse el deseo que pedí a la estrella fugaz la otra noche.
Snape no respondió, dio unos pasos hacia el lago pensando que debía estar demasiado idiotamente enamorado como para sentir ese revoloteo en su estómago por el simple hecho de encontrarse con alguien que respondiera de esa manera a su sarcasmo y no enojarse.
Sin embargo, su actitud fue tomada por el ojiverde como una expresión de molestia. No sabía cómo es que se atrevió a responderle así a uno de sus Profesores, pero era imposible evitarlo, Snape a veces le sacaba de quicio. Respiró profundamente para tratar de sacarse el mal humor y caminó hacia él.
— ¿Cómo vamos a llegar al islote? —suspiró atreviéndose a preguntar.
— Interesante cuestionamiento.
Harry no sabía si Snape continuaba con su sarcasmo, sobre todo porque no creía que el Profesor no supiera qué hacer.
— Por alguna razón no puedo hacer magia y usted es un inepto. —continuó el ojinegro sin mirar el rostro ceñudo de Harry—. Quizá debamos nadar.
En ese momento el chico recordó el motivo de su presencia ahí. Aunque Snape volvía a tener la apariencia de siempre, tras de esa fachada se encontraba un hombre debilitado por el eterno dolor.
No creía que pudiera soportar hacer un esfuerzo como tal, y de solo imaginarlo desfallecer a la mitad del lago, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Caminó por la orilla hasta llegar al muelle de madera y subió en él ocultando el temor de que se viniera abajo, las tablas crujían con su peso.
— ¿Potter, qué hace? —cuestionó Snape acercándose lo suficiente—. Será mejor que regrese, lo de nadar no era una opción real.
— Lo sé, tengo una idea.
Harry miró hacia el islote, todo estaba oscuro pero sabía que Dumbledore no podía dejarles ahí sin un medio para llegar a él. Por lo menos eso quería creer. Tomó aire y silbó fuerte.
No pasó ni dos segundos cuando vieron una pequeña embarcación deslizarse suavemente por las aguas hasta donde él estaba. Sonrió emocionado por haber encontrado el modo de no tener que nadar.
— ¿Cómo supo eso? —preguntó Snape mirando azorado lo que ocurría ante sus ojos.
— Simplemente pensé como Dumbledore.
— Por Merlín, mis dos pesadillas en una sola persona.
Harry decidió ignorarle, en ese momento se sentía bastante orgulloso de sí mismo y no pensaba estropearlo. Unos segundos después ambos navegaban hacia el islote en total silencio, ansiosos de llegar y al mismo tiempo preocupados de cómo sería esa semana conviviendo los dos solos.
El muelle del islote también lucía bastante maltratado y viejo, pero Harry comprobó que era más fuerte de lo que aparentaba, pues aunque las maderas crujían ruidosamente, soportaron muy bien el peso de los dos mientras descendían a tierra firme.
Al ver más de cerca la construcción, el ánimo de Harry descendió. De las cuatro paredes solo una estaba completa, no tenía techo y la puerta de entrada estaba construida de una madera más vieja que la del muelle, e incluso les faltaban algunos clavos a sus goznes. Ni siquiera había ventanas por lo que se podía ver el interior donde la hierba crecía entre los mosaicos rotos y un montón de basura y hojas secas acumuladas.
Sin embargo, nuevamente decidió confiar en Dumbledore. Así que se aproximó a la puerta empujándola con precaución.
Y al ver su interior, no pudo evitar jadear asombrado.
Era una cabaña lujosa y bastante cómoda. Las paredes eran de piedra y cubiertas en gran parte por tapices rojos. En el medio se encontraba una amplia sala de mullidos sillones de terciopelo cobalto y cojines blancos y en un extremo a la derecha relucía una pequeña pero bien acondicionada cocina. Y a su izquierda, una preciosa chimenea de cantera rosa que ya los esperaba encendida.
Sin embargo, lo que más angustió a Harry no fue todo aquello, sino el hecho de presenciar al fondo una especie de tapanco lo suficientemente grande para alojar una cama ahí.
El notar ese lecho le puso a temblar, rápidamente fue hacia la única puerta que había en la habitación rogando por encontrarse con otra recámara, pero solo se trataba del baño.
Giró sobre sus talones viendo como Snape ignoraba su expedición y había ido hacia la cocina donde ya se preparaba un té.
— Esto debe ser un error. —dijo titubeante—. Solo hay una cama.
— Es una cabaña, Potter, no una mansión, y supongo que Dumbledore no acostumbra traer invitados.
— ¡Pero somos magos! Pudo haber usado un hechizo para ampliarla y poner más camas.
— Bueno, yo no puedo usar mi magia, hágalo usted. —respondió con monotonía dando un sorbo a su té.
— Es que... no sé cómo.
— Mala suerte.
Snape tomó el pequeño maletín que había llevado y la taza de té, y se encaminó hacia la pequeña escalinata que conducía a la cama. Harry le vio sin decir nada, no iba a atreverse a pelearle la cama por nada del mundo, después de todo, el hombre seguramente la necesitaría más.
Miró hacia el sofá, afortunadamente parecía bastante cómodo y quizá ahí podía pasar las noches de esa semana que sería la más larga de su vida. Se dejó caer sobre él dándole la espalda al tapanco, tan solo mirando el sombrero seleccionador que Snape había dejado sobre la mesa de centro.
Podía escuchar el sonido de frascos de cristal. Supuso que el Profesor debía de estar ingiriendo algunas de las pociones que llevaba en su maletín pero eso no le interesaba mucho en ese momento. De pronto, sintió el golpe de algo sobre su cabeza. Era una almohada que Snape le había arrojado desde arriba.
— Apague las luces, Potter, ha sido una noche demasiado larga y necesito descansar.
Harry apretó los dientes para no refunfuñar, y se concretó en usar su varita para dejar la cabaña tan solo iluminada por el fuego de la chimenea. Reposó su cabeza en la almohada que había aventado Snape y se dispuso a dormir sin siquiera importarle tener que hacerlo aún con su uniforme escolar.
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Besos que callan
Fiksi PenggemarSeverus Snape tiene un secreto que se rehúsa a revelar, primero muerto antes que hacerlo. Pero nada es imposible para Harry Potter, sobre todo cuando tiene aliados que le ayudarán a entender qué es lo que sucede con su Profesor de Pociones. Snarry