Capítulo 3.

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Al oir la voz de aquél hombre Elios se quedó inmóvil, paralizado por el miedo que recorría su cuerpo. Quiso darse vuelta para descubrir lo que había detras suyo, pero el miedo era tan fuerte que no se lo permitía, por lo que sólo pudo dejar de respirar por un par de segundos.

El hombre con el que había soñado por deciséis años estaba justo detrás de él, la curiosidad por saber quién era lo estaba matando, pero no podía moverse. De pronto, Elios sentió que una mano se colocaba en su cintura y todo se volvió negro, al parecer se había desmayado. Unas horas después Elios despertó poco a poco un tanto adormilado, encontrándose con el techo de una habitación. Todo estaba completamente a oscuras. Elios miró a su alrededor y notó que estaba en su propio cuarto, lo cual le pareció extraño, ¿cuándo volvió a su casa? Miró el reloj de alarma que había en su mesita de noche, el cual marcaba claramente las 3:33 a.m., lo que significaba que estaba en problemas.

Al recordar lo que había pasado, Elios intentó levantarse de su cama, pero se dió cuenta de que sus manos estaban atadas sobre su cabeza. Miró hacia arriba y notó que sus manos estaban atadas a la cabezera de la cama con lo que parecía una corbata roja, como el color de la sangre. Trató de safarse del agarre de la corbata, pero le fue imposible, estaba atada firmemente.

-Mírate, de verdad has crecido.- aquella voz tan familiar hizo que Elios se pusiera en alerta. Miró hacia la dirección donde provenía la voz y se encontró con un hombre escondido en las sombras de su habitación. Unos ojos brillantes de color rojo lo miraban atentamente sin pestañear, mientras se acercaba lentamente hacia la luz de la luna que entraba por la ventana.

-No sabes lo duro que fue para mí esperar hasta ahora, pero en verdad valió la pena, mi lindo zorro dorado.- ese hombre llevaba una camisa blanca desabotonada, mostrando parte de su pecho, su sonrisa era burlona y su mirada desbordaba un deseo insaciable. Su figura era grande y sus hombros eran anchos, su cuerpo estaba bien trabajado y sus manos eran grandes.

Elios por fin vió al hombre con el que había soñado por dieciséis años, aunque parecía más asustado que otra cosa. Ese hombre, sin duda no era humano, más bien parecía un demonio en celo.

-¡Suéltame! ¿¡Qué quieres de mí!? ¿¡Quién eres!?- asustado por su terrible final ya previsto, Elios luchó para liberarse, lanzando patadas hacia ese hombre con el fin de alejarlo.

Pero este hombre fue hábil; tomó sin esfuerzo los pies de Elios y abrió sus piernas delicadamente para colocarse encima del pequeño cuerpo del castaño, aún sin despegar su roja mirada de él.

-Tan lindo, aunque me duele un poco que me mires con miedo.- el hombre empezó a acariciar la mejilla izquierda de Elios mientras que sus ojos rojos se volvían más intensos.

-Déjame ir...- Elios estaba asustado, tanto que unas cuantas lágrimas se acumularon en sus ojos dorados.

El hombre, al ver esto, sonrió ligeramente, pareciendole tierna la súplica del pequeño. Este hombre estaba acostumbrado a que las personas le suplicaran a gritos desgarradores por piedad, por lo que esto le generó una satisfacción desconocida.

El hombre misterioso secó delicadamente con sus largos y gruesos dedos una lágrima que resbaló por los ojos dorados de Elios, ocultando su intensa lujuria detrás de una sonrisa juguetona. Luego, el hombre besó dulcemente la mejilla derecha del castaño, metiendo sigilosa y lentamente su mano debajo de la ropa de Elios, impaciente por recorrer cada centímetro de su cuerpo.

-Si quieres saber quién soy, te lo diré.- el hombre se acercó íntimamente a la oreja de Elios, susurrando de manera seductora. -Soy el dueño de tu alma, el alma que tus padres me vendieron para salvar sus vidas. Ahora eres mío y me perteneces...- el hombre bajó hasta el cuello del castaño, lamiendo y besando. -Mi pequeño zorro dorado.

Tentado por el DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora