Todo prometía ser igual, las mismas sonrisas, las mismas bebidas frías de todas las mañanas (donde no había café), el día comenzó pronto, la luz se difuminaba en la espesa niebla de la mañana, y entraba apenas colada por mi ventana, era diferente: el día me invitaba, me incitaba a ser yo, a tomar las riendas de la jodida vida que me había tomado el pelo, las burbujas que flotaban por la habitación con rostros de mis antiguos amantes fueron yéndose una por una, y me quede sólo, sólo con Dios que ya tampoco me apetecía. Sacarlo de ahí fue volver a tomar el café sin azúcar, era amargo, ardía, pesaba.
La mañana se sinceró por fin con las pobres almas que sobrevivieron al Holocausto de la primavera, Dios me había dado un respiro de él.
el frío se apoderó burlonamente de los hombres sin mujer; que buscaban como locos el calor que era imposible conseguir entre unos trapos, viví como si fuera un regalo, como si fuera elección íntima del sol, como cuando la Luna se despoja de alguno de nosotros, desperté en calidad de un verso muerto, viví como si el universo no tuviera un dueño, como si el sol en ese día no fuera otra cosa que un puberto con sueño, sin saber que no era más que una mañana olvidada por Dios, sólo otro día en que el sol por tristeza o por despecho ya no quiso más, ya no se levantó.