En cien pedazos

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Eran altas horas de la noche, no podía descansar, el segundero del reloj parecía cada vez más lento, la luna entraba por mi ventana escapando de algo, se posaba cada vez más fuerte sobre mí, como si tratara de hacerme saber... pero ¿saber qué?, no entendía, los dedos se me entumían constantemente por el frio, sentía corrientes de aire que no parecían venir de ninguna parte, que no parecían llegar a ninguna parte, el eco era cada vez más fuerte; aun sin sonidos se podía sentir en el espacio, como capas, unas tres o cuatro, el aire se volvía espeso como la luz de la luna y lento como el segundero del reloj.


No se hizo esperar el presentimiento de no sentirme solo, sabía que había algo más allá, algo oculto entre las capas, entre el eco y el aire espeso, en el instante en el que quise arbitrariamente romper la tensión con un grito improvisado este se ahogó casi de inmediato, como un buque en altamar que es tragado por la boca misteriosa del océano, sin avisos, sin mensajes de auxilio solo una muerte entre el mar y el capitán. El sonido de aquel grito ahogado se reprodujo lento sobre cada capa.


El primer quejido no proveniente de mi me hizo un nudo en la garganta, era completamente distinto al mío, no era cualquier grito, sonaba más que ahogado, daba la impresión de ser un último gemido de vida, un esfuerzo de lucha, la desesperación y la angustia me recorrieron del torso a la cabeza, infle el pecho y me aferre a mi cama y a la pared, sentí una extraña sensación, como si fuera la esencia de la vida la que me asechó, como si en vez de encenderse se apagará, como su lado oscuro, como en algún momento llegué a pensar que sería la muerte.


La segunda capa reprodujo un sonido que me lanzó aún más lejos de la realidad. Lejos de la desesperación y el terror, fue un grito, un gemido de nostalgia, de tristeza, de una vida que se apaga poco a poco, era una voz suave, como la de mi hermana. Hace mucho que no la escuchaba, antes de morir solo sonrió, quería que fuese recordada de esa manera, sin embargo aquel grito entrecortado y suave denotaba una tristeza inmensa, como si no quisiera que ese fuera su último instante de vida, como si se la hubieran arrancado de un sorbo. el segundero ya no sonaba, la luz de la luna parecía materializarse en el cada vez más espeso aire, otro escalofrió me recorrió el cuerpo, fue uno del pecho para afuera, como si cada parte de mi fuera estrangulada y liberada del cuerpo que solía reprimirlas, me sentí vacío, triste, liberado, una lagrima me rodó por la mejilla, una lágrima pesada que iba dejando huella sobre cada poro de mi áspero rostro, el tiempo se detuvo, podía tocar la luz aún con mi cuerpo paralizado y entonces lo entendí, la luna no quería estar aquí, huía, y se iba quedando atrapada cada vez más entre las gruesas capas de mi alcoba, lo que fuera que estuviera en el otro extremo del cuarto la estaba consumiendo, como a mí, me quise levantar e interceder, no sabía que habría de hacer, pero seguramente cualquier cosa sería mejor que estar a la merced de "aquello". De un salto quise levantarme de mi cama, estaba alterado y asustado, no sabía que pasaba, y entonces ocurrió.


La tercer capa hizo lo suyo, fue un grito horrible, me paralizó por completo, sentí llenarme de nuevo, esta vez de algo que no puedo nombrar, fue terror, me invadió de los pies a la cabeza y aun mas, todas mis extensiones metafísicas parecían invadidas por "aquello", el grito ahogado de esta vez fue mucho peor, se apoderó de mi de una manera casi completa, no sabía qué tipo de grito era, no lo reconocí, hasta que vi al capitán, no el buque, ni el mar, vi al capitán; a la persona que tenía miedo, que no quería morir, que amaba navegar y sabía que era la última vez que lo hacía, supe que era la última vez que yo lo hacía... era mi grito, exactamente el mismo que al principio, sin ninguna variación de tonos o de volumen, era exactamente igual, me estaba hundiendo en el terror de la noche. El aire, las capas, la luz de la luna, todo caía sobre mí de una manera brutal, me estaba aplastando la nostalgia, la tristeza, el terror, la desesperación y la angustia, sentí miedo, verdadero miedo, del que se te mete en las venas y te retuerce el cuerpo hasta que quedas loco en una posición fetal esperando que todo acabe, y no acaba, pero terminó, de un momento a otro entre los pensamientos que me fustigaban acercándome más y más al terror todo paró, el segundero siguió su marcha, el aire podía ser cortado una vez más por mis extremidades, la luz de la luna se limitaba a posarse únicamente sobre mi brazo y los libros de mi escritorio, las capas ya no estaban, ya no las sentía, lancé un grito con un tono que usaba frecuentemente con intención de espantar algún perro callejero que se acercaba a mí, pero no se reprodujo, con ningún tono distinto ni similar, en ningún lugar, sobre ninguna capa.


Me inmuté. Si de alguna manera aquello había sido una pesadilla solo habían dos posibilidades, la primera era que no pude darme cuenta del momento en el que había despertado, y la segunda que me llenaba de pánico; la pesadilla aún no había terminado.


Me levante, todo parecía normal, ignoraba la hora, debía ser muy tarde, las cuatro o cinco quizá, no faltaba mucho para el amanecer, en ocasiones me prometía no dejar de escuchar el segundero del reloj por pura precaución y terminaba ignorándolo, me dirigí a la ventana con cautela, esperando que nada pasara, el último paso antes de llegar a la ventana me produjo un hueco en el estómago, anudé las cortinas, corrí la ventana, todo seguía ahí, el faro alumbraba unos ocho metros de radio, la luna se iluminaba más de lo que lo hacía con la noche, la calle seguía sola, el viento era frio, helado, con el invierno todo se encontraba más oprimido, me recargue en el borde metálico con mis manos, miré el cielo, la luna ya no estaba, se había ido y los dedos se me entumieron ¡dios!...


Había vuelto, el corazón me palpitaba al ritmo del galope de un caballo que corría hacia su muerte, quede paralizado de pies a cabeza, volví con esfuerzo mi mirada hacia el escritorio, la luz estaba ahí, pesada, envuelta en la totalmente escasa nitidez del aire, atrapada en las capas. Me recorrieron diversos estremecimientos: de la barbilla hasta el tabique de la nariz, de los hombros al cuello y de los tobillos a la nuca, el aire se volvió sólido, el sonido se agudizaba de una manera sorda de modo que solo oía tres cosas: los golpes en mi pecho, el despegar de mis parpados y el silencio, todo tan abrumador como lo fue el darme cuenta que el segundero ya no sonaba, el miedo volvió, no me moví, ni hice ningún ruido, hacerlo habría sido prueba de que quería morir, sabía que aquello me consumiría, no volví la vista, otra lagrima rodó, esta vez del lado izquierdo,, sentía las voces, sentí vergüenza por mí, de verdad había flaqueado, había mojado mis pantalones, el vapor subió por mi ropa y penetró mi nariz, era caliente, ácido y amargo.


La boca me temblaba, lo ojos me lloraban cada vez más, nada había sido nunca tan horrible como aquellos gritos, cada uno devastador a su manera, mi corazón logró apaciguarse un poco aunque latía más duro cada vez, como si supiera que es su fin, y pensé que quizá había ignorado una tercera posibilidad; que este no era un sueño, que era de verdad el fin, y entonces quebré: solté un quejido, un sollozo, no quería oírlo de ninguna de las otras voces, prefería morir, incliné mi cabeza y mi torso sobre la ventana, mis piernas siguieron con el juego inclinándose hacia adelante, caía, las voces querían alcanzarme, miré un segundo al cielo y sonreí, la luna no se había ido, solo se ocultó tras una nube, todo estaba por terminar.


Caí, puedo escuchar como el cráneo se parte en cien pedazos, la luz se va apagando, la luna sale de nuevo y me alcanza con su luz, el aire se vuelve ligero, creo escuchar el segundero avanzar una vez más, las luces se apagan, todo está mejor, puedo descansar.



Fuera de media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora