ᑕᗩᑭÍTᑌᒪO 3 𓊝 «ᴇʟ ʀᴇɪɴᴏ ᴅᴇ ꜰʟᴏʀᴇɴᴄᴇ»

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«ᴇʟ ʀᴇɪɴᴏ ᴅᴇ ꜰʟᴏʀᴇɴᴄᴇ»














EL VIAJERO DEL ALBA SE ACERCABA CADA VEZ MÁS A TIERRA FIRME, los marineros amarrarron dicho barco con fuertes cuerdas al muelle real. El rey bajó primero, dando grandes zancadas en la fina tabla de madera que unía al barco con el reino de Florence; volvió a acercarse para luego extender su mano hacia la joven que lo esperaba. Ayudó a que bajase con delicadeza y la atrapó en sus brazos cuando la princesa del mar resbaló. Ella rio sin importarle, para después recordar donde se encontraba.

Esa era la primera vez que Amber pisaría tierra firme. Sostuvo la mano del muchacho y corrió, saliendo del muelle. Sintió la fresca brisa marina en su rostro, la arena que se colaba entre los dedos de sus pies descalzos. El sol que encandilaba sus ojos y se proyectaba en toda su espalda cubierta. Había multitud de gente que se iba amontonando para llegar hasta el gran barco, mientras que los marineros bajaban algunas pertenencias de su capitán. La castaña sonrió para el joven, su rostro manifestaba la alegría y emoción que tenía de estar allí.

El reino era justamente como lo había descrito Caspian: pintoresco. El cielo estaba pintado del color más celeste que existía, la arena tan blanca como un jazmín, los destellos del radiante sol contra la superficie marina, la multitud alegre, la diversidad de la flora brotaba en cada rincón verde, además, los árboles danzantes estaban presentes, como en Narnia; aunque la castaña jamás los había visto.

El azabache enarcó una ceja viendo a los tripulantes, se dirigió a ellos a paso lento y elegante mientras la sirena seguía observando con atención el hermoso paisaje.

—Caballeros, por favor dirijanse hasta el castillo de la reina Flora. Digan que la busco. Yo estaré... explorando con la señorita.

—Sí, capitán —respondió Macklin, dándole una última mirada severa a la joven en la orilla del mar.

—Estaré allí en unas horas. Pídanle disculpas por mi ausencia, por favor.

Sin decir nada más, volteó y regresó al lado de Amber. Pasó su brazo sobre los hombros de ella, y comenzaron a caminar con tranquilidad. La fémina adoraba admirar cada puesto de ventas, podía observar muchas cosas que desearía poder comprar algún día; tales como piedras preciosas, joyas, frutas, flores de cada color. Abrió la boca horrorizada cuando vio un pez muerto colgando de una carretilla. Dejó de mirar a esa dirección y trató de concentrarse en otra cosa. No debía pensar en eso, debía divertirse, lo necesitaba. Eso era lo que siempre había soñado. Bajó el brazo de su acompañante y lo enlazó con el suyo.

—Si ves algo que te gusta, dímelo. He traido algunas monedas de oro y plata, por si querías algo. —Sonrió hacia la joven.

—Agradezco el detalle, pero no creo que sea correcto... —balbuceó torciendo su cabeza a un lado, en un gesto de tímidez.

𝑀𝑒𝑟𝑚𝑎𝑖𝑑 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora