ᑕᗩᑭÍTᑌᒪO 4 𓊝 «ᴜɴᴀ sɪʀᴇɴᴀ, ᴜɴᴀ ᴘʀᴏғᴇᴄíᴀ»

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* ੈ✩‧₊˚

«ᴜɴᴀ sɪʀᴇɴᴀ, ᴜɴᴀ ᴘʀᴏғᴇᴄíᴀ»

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«ᴜɴᴀ sɪʀᴇɴᴀ, ᴜɴᴀ ᴘʀᴏғᴇᴄíᴀ»








LA LUZ SOLAR ATRAVESÓ LAS CORTINAS DEL CUARTO, Amber cubrió su rostro con la almohada, mientras soltaba pequeños gruñidos. Se removió entre las sábanas blancas, estaban frías y le gustaba esa sensación. Giró su cuerpo para un costado y se asustó al sentir cómo si se cayera, hasta que chocó con el duro suelo. Sacó sus piernas enrededadas de las sábanas y analizó su alrededor. El cuarto estaba vacío. Estaba sola. ¿Por qué Caspian la había dejado?

Instintivamente se puso de pie y corrió hacia la puerta, abriéndola abruptamente. Caminó por los lujosos pasillos, sus pies estaban descalzos y se abrazaba a sí misma en busca de calor. Se detuvo frente a un espejo color oro, se miró a sí misma. Su piel se erizó al ver detrás de ella, en el reflejo, al anciano. Miller sostuvo su muñeca con sus manos frías, Amber retrocedió con sorpresa.

—¿Qué hace usted aquí? —preguntó Amber, con la voz en un hilo. Forcejeaba su brazo con fuerza para deshacerse de las manos de ese hombre.

—Eso le debo preguntar yo, señorita. ¿O acaso debo llamarla majestad? ¿Cómo puede la "reina" de Narnia vagar por los pasillos de un palacio que no es suyo, así vestida? —cuestionó el anciano con ironía, soltó el agarre y limpió sus manos con su camisa blanca.

La castaña quedó en blanco, él tenía razón después de todo. Su mirada cayó a sus vestiduras y luego a su reflejo, se cubrió con sus manos como si eso pudiera ser suficiente. Miller sonrió con burla.

—¿Quién es usted para cuestionarle lo que hace o lo que deja de hacer? —preguntó una tercera voz, helando la sangre de Miller—. Yo le he dicho a Lady Amber que se sienta como en su castillo. ¿Cuál es el problema?

—Mil disculpas, mi lord. No tenía idea, no volverá a ocurrir —habló el hombre sin ningún arrepentimiento en su voz.

—Que así sea. Retírese —sentenció finalmente el príncipe de Florence.

Así como fue ordenado, el señor Miller dio la vuelta y se marchó por el largo pasillo. Lo único que deseaba ese marinero era poner en evidencia a la sirena, que realmente no era la reina, pero no tenía prueba alguna para comprobarlo. No serviría de nada. Nadie le creería.

El príncipe Florian extendió su brazo y Amber lo aceptó encantada. Florian no podía creer cómo un narniano osaba de burlarse de su "reina", ¿en Narnia no existía el respeto? Ella parecía muy amable como para que un simple hombre la tratase de esa forma.

—¿Qué ocurre, alteza? ¿Ese hombre le ha hecho algo? —preguntó, sintiendo lástima por la indefensa chica. Tomó confianza, y miró sus ojos cafés, tomando los cabellos sueltos de su frente y poniéndolos detrás de su oreja.

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