ᑕᗩᑭÍTᑌᒪO 1 𓊝 «ᴇʟ ᴅᴜʟᴄᴇ ᴄᴀɴᴛᴏ»

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«ᴇʟ ᴅᴜʟᴄᴇ ᴄᴀɴᴛᴏ»

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«ᴇʟ ᴅᴜʟᴄᴇ ᴄᴀɴᴛᴏ»













ERA UNA NOCHE UN POCO FRÍA. La suave brisa marina hacía que los marineros temblaran de vez en cuando. Sin embargo, habían un par dando vueltas por el viajero del Alba, ya que debían hacer guardia. La noche era pacífica, no solía escucharse ruido alguno. Aunque sí, se oían a los peces saltar, al océano moverse y los pies de los tripulantes ir de aquí para allá.

La medianoche en el medio del océano era inquietante. Sólo los más valientes eran capaces de postularse para ingresar a los barcos. Muchos de ellos contaban historias antes de dormir. Dichas historias que eran mayormente narradas por el señor Miller, la mano derecha del rey Caspian. Si bien no era creyente de ese tipo de leyendas, le agradaba asustar a los marineros; aunque juraba que si vivía para verlo, no desaprovecharía esa situación y capturaría a la criatura. Algo así valdría millones. Por fortuna para él, era un excelente cazador, nunca se le escapaba nada.

Era el turno del marinero más joven de toda la tripulación vigilar el calmado océano. En la parte más alta, Cristóbal observaba con atención con su catalejo. No parecía haber nada fuera de lugar.

Macklin suspiró al sentir como la paz se apoderaba de su cuerpo. Había trabajado el día entero, no podía esperar para descansar. Esperando que no lo viese el navegante, cerró sus ojos apoyando su peso en la cofa. En ese mismo instante, le pareció oír una magnífica melodía, era tan hermosa que lo hizo abrir los ojos y buscar la voz del autor. Extendió su catalejo y buscó entre las olas lo que pensaba que podría ser. La lluvia comenzó a caer, alarmando a los tripulantes.

El navegante comenzó a perder el control del viajero del Alba, completamente seducido por el dulce canto. El timón comenzó a moverse por sí solo, haciendo que el barco se dirigiera a quién sabe dónde. El marino cayó sobre el suelo de la popa, sin poder ponerse de pie para sujetar el timón.

El rey Caspian, sintió movimientos turbios dentro de su camarote. Su corazón se encogió imaginándose lo peor. Saltó de su cama y se tambaleó hasta cruzar la puerta de madera. Subió las escaleras con dificultad hasta la popa. Se sujetó del timón intentando poner toda su fuerza y girarlo a otro rumbo. El canto del ser había cesado y con ello todo se calmaba a su paso. El azabache suspiró aliviado.

—¡Williams! —exclamó el azabache, aún manteniéndose firme del mando.

Ante el llamado, el navegante se reincorporó torpemente. Sacudió sus vestimentas y se acercó a su capitán, un poco avergonzado por el acontecimiento.

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