Luego de guardar todo y cambiarse con ropa de verano, los dos salieron del cuarto para encontrar a los familiares de Thoma ocupándose de la cena. Al ver que su presencia no haría más que estorbar si se quedaban en la cocina, Ayato y Thoma salieron al pequeño balcón que daba paso a la playa.
Eran las siete de la tarde y el sol se estaba poniendo en el mar, pintando el cielo con tonos anaranjados. Ambos se sentaron en la escalinata de la casa, hundiendo los pies en la arena que seguía caliente por el sol.— Amo el aire de la costa. - dijo Thoma, hundiendo sus pulmones en el salado aroma del ambiente.
— Somos dos, no recordaba lo bien que se sentía. - respondió Ayato con un aire de tranquilidad.
— Tendré que invitarte más seguido en ese caso. - dijo el rubio con una cálida sonrisa.
Thoma lo observó por unos segundos, viendo como por primera vez en años Ayato relajaba su postura y se despreocupaba de sus alrededores.
— Siempre te ves tranquilo y elegante, pero jamás te vi tan genuinamente relajado, claramente necesitabas un descanso.
Ayato se quedó unos segundos callado, observando el horizonte.
— Es mi deber como hermano mayor cumplir con mis responsabilidades y darle el ejemplo a Ayaka, después de todo soy el único ejemplo que tiene. - respondió finalmente el mayor, con la vista aún fijada en el límite de su visión.
— Es cierto, y te admiro mucho por eso, pero también eres un ser humano. Y uno muy valioso. Cuídate por favor. - insistió Thoma con un tono preocupado, sabía lo mucho que Ayato se esforzaba para ser ese ser humano perfecto que todos esperaban ver.
— Gracias por preocuparte, especialmente teniendo tantas cosas por hacer y con lo mucho que te esfuerzas por todo. Aprecio mucho tu amistad, Thoma.
— No me agradezcas por eso, para eso están los amigos.
Una vez más, el menor iluminaba el encuadre con una cálida y brillante sonrisa que calentaba el corazón del que lo acompañaba. Ayato guardó en su corazón ese momento y las palabras que el rubio le dedicaba, pero por alguna extraña razón ser llamado de amigo por Thoma le causó una sensación desagradable en la boca del estómago.
— ¡Chicos!¡Vengan a ayudar a poner la mesa que comemos en veinte!
Antes de pararse, los dos jóvenes intercambiaron una sonrisa, listos para aprovechar los días al máximo con su persona favorita.
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Los chicos bajaron a la playa después de una muy corta noche de sueño. Se habían quedado hasta tarde hablando y contando chistes muy malos, esos que normalmente no sacarían ni una sonrisa, pero con el efecto que tenía la madrugada en sus cerebros los hacía partirse de risa. Gloria les había dado una bolsa con refrescos y otras cosas de playa que con cariño organizó para su nieto. Thoma, antes de bajar la escalinata, levantó la vieja tabla de pádel que actualmente solo él usaba.
El sol iluminaba la arena con una luz cálida y el cielo estaba más azul que nunca, sin ni un rastro de nubes. Ayato aprovechó la distracción de Thoma para robar la bolsa de comida y correr hacia la orilla.— ¡Atrápame si puedes! - gritó antes de acelerar hacia el mar con la preciada comida que estaba destinada a ser compartida.
— Waka, ¡espérame! - respondió Thoma riendo mientras también lo intentaba alcanzar.
— No es mi culpa si eres muy lento, mi querido criado.
Thoma perseguía a Ayato, cargando la pesada tabla de pádel, mientras el peli azul se llevaba los refrescos y corría por su vida.
— ¡Esto es injusto! - gritaba Thoma entre risas, hasta que decidió soltar la tabla en la arena y correr con todas sus fuerzas atrás del mayor.
Ayato, que no podía correr tan rápido por el peso de la bolsa, fue tacleado al suelo por un Thoma que no paraba de reír.
— Ya no soy tan lento, eh.
El peli azul sentía como la arena se adhería a su piel y como sus ojos se fijaban en los de su amigo, que ahora se sostenía arriba de él. Los brazos de Thoma lo soportaban desde la arena y su flequillo rubio colgaba desordenado de una forma tan atractiva que parecía peinado adrede. Thoma, por otro lado, se quedó congelado en el tiempo. La tensión subía por sus brazos mientras analizaba la cara de Ayato de cerca. Estar a escasos centímetros de esos labios que normalmente sólo oía con bromas y con un tono elegante era más tentativo de lo que pensaba que sería. El rubio siempre vió a Ayato con admiración por todo lo qué pasó y todo lo que había logrado, por eso asumió que sus sentimientos no eran más que un resultado de su amistad con alguien tan especial. Pero en ese momento, teniendo esos hermosos ojos tan cerca, Thoma finalmente aceptó que lo que sentía no era admiración o una simple amistad. Se había enamorado. Un millón de insultos volaron por su mente en el exacto instante que se percató de la naturaleza detrás de sus sentimientos. ¿Porqué tenía que tener tan mala suerte? ¿Porqué se tenía que enamorar de su mejor amigo? Estaba convencido de que Ayato no estaba interesado en él, probablemente ni le gusten los chicos. No solo eso, probablemente no quisiera tener nada con nadie, siempre dijo que no tenía tiempo para escuchar a las numerosas chicas que se le declaraban en la academia, ¿porqué tendría tiempo para él? Pero la peor parte de todo es que, al haber dejado que ese sentimiento creciera lentamente, también le permitió crecer de más. Su corazón latía con rapidez y sus mejillas se llenaban de un sonrojo marcado mientras se maldecía por estar tan enamorado de ese idiota.
— ...supongo que vamos a comer sándwiches aplastados.
Con eso, Ayato interrumpió el transe de Thoma, quien se paró rápidamente totalmente avergonzado y extendiendo una mano para ayudar al mayor mientras soltaba una risa incómoda.
— No te los hubieras robado desde un principio Waka. - respondió con una sonrisa, intentando disimular la tensión por la que habían pasado hace algunos segundos. - ¿Te parece si luego jugamos un poco de voley de playa?
— No veo porqué no. - sonrió Ayato, todavía rodando la imagen mental del Thoma de hace algunos segundos por su mente.
El mayor parecía totalmente sereno por afuera, pero por dentro estaba gritando de la emoción como un niño recibiendo lo que pidió para navidad. Su corazón vibraba con intensidad dentro de su pecho, su abdomen se cerraba con nerviosismo y sus manos sudaban más de lo normal. Su cuerpo no podía creer lo que acababa de pasar.
— Creo que la pelota está dentro de la bolsa. - dijo Thoma, acercándose para buscar dentro. - ¿Jugamos con puntos o solo algunos pases?
— Solo somos dos, lo mejor sería jugar a los pases. - respondió Ayato.
— Perfecto, entonces inauguremos estas vacaciones con un buen juego de voley.
Y así de rápido se relajó la tensión entre los dos, o eso es lo que les gustaba creer, pero había algo que todavía preocupaba a Thoma. ¿Tenía algún tipo oportunidad, por más pequeña que fuera, de que su amigo sintiera lo mismo? Sonaba como una idea alocada en su cabeza, pero, extrañamente, sentía ahora la necesidad de hablar con él al respecto. Jamás habían discutido cosas románticas, lo cual le parecía extraño porque eran amigos desde hace años, pero genuinamente jamás se había interesado tanto en alguien como en Ayato. Thoma aprovecharía esa misma noche para intentar sacar alguna información del mayor.
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Entre la costa y el mar - Thomato
RomanceThoma y Ayato se conocían desde hace años y pasaron por muchas cosas juntos, aunque, extrañamente, jamás habían viajado juntos. Durante las vacaciones de verano, después de terminar los terribles exámenes de la escuela, los jóvenes se preparan para...