Capítulo 1

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Sonó la campana y los estudiantes de la Academia Inazuma arrojaban sus exámenes calificados al aire. Por fin, después de meses de tortura, eran libres de respirar libremente. No solo eso, las vacaciones más largas del año los saludaban con un sol radiante y un clima cálido. Ese verano tenía todo para ser perfecto, especialmente para Ayato. No lo demostraba tan abiertamente, pero estaba tremendamente feliz por la invitación de su amigo. Ya le había avisado a sus abuelos que, con tal de verlo salir de su cuarto y dejar de sobre-exigirse, le dejarían hacer casi cualquier cosa. Incluso había preparado algunas cosas para el viaje, como su ropa de verano que jamás había llegado a estrenar. Thoma no se quedaba atrás, por alguna razón el hecho de que Ayato lo acompañara esta vez a la casa de su abuela lo hacía sentirse extraño, como si mil mariposas aletearan dentro de su abdomen, aunque lo tomó como señales normales de emoción, ¿que más podría ser?

— ¿Listo? - preguntó Thoma cargando su maleta aparentemente pesada.

— Listo. - rió el mayor.

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— Es un placer conocerte, Ayato. Nuestro hijo nos habló mucho de ti todos estos años, que lindo que finalmente nos pudimos conocer. - dijo la madre de Thoma, desde el volante, con una cálida sonrisa que se asemejaba a la de su hijo.

— Habló hasta de más, me asusta un poco. - complementó el padre, que sostenía su celular para musicalizar el viaje.

— Eso era algo que no tenías que agregar, papá. - respondió Thoma cubriendo sus cara, sonrojado por la vergüenza.

— Bueno, me alegro ser tan importante para tí, querido amigo. - exclamó Ayato con un tono sarcástico y un aire de grandeza, haciendo que los padres de Thoma rieran en unísono.

— ¿Ya tienen planes para el verano? Hay cosas muy divertidas para hacer por allá.

— Pensé en mostrarle a Ayato la isla vecina. - respondió el menor.

— ¿Que isla? No me contaste mucho sobre el destino después de invitarme.

— Hay una isla muy pequeña a unos 700 metros de la playa principal. No tiene mucha arena y es muy pequeña, máximo unos cien metros cuadrados, entonces casi nadie va a visitarla, pero nadar hasta allá o alcanzarla con una tabla es bastante divertido. Además tiene una vista muy linda y una roca gigante de la que puedes saltar al agua. - respondió con un brillo en sus ojos.

Thoma solía visitar esa isla todo el tiempo con su padre, pero, con el tiempo, habían dejado de ir. Tal vez por la distracción que causaban los amigos locales de su papá o por la edad, pero hace tiempo que tenía ganas de volver.

— Suena divertido, aunque tendrías que prestarme la tabla, porque hace años que no nado.

— No hay problema, si quieres también te compro unos flotadores de bebé. - rió Thoma.

— Muy graciosito usted. - respondió Ayato, también entre risas.

Los padres de Thoma intercambiaron una mirada alegre, tenían un buen presentimiento sobre Ayato y el mes que los esperaba.

El viaje no era muy largo, solo un par de horas, y lentamente el ambiente iba cambiando a su alrededor. Los edificios altos desaparecían, la vegetación cambiaba y cada vez se sentía más el calor de la costa. Ayato miraba por la ventana con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios, disfrutando la música que el padre de su amigo había escogido. Por otro lado, Thoma lo observaba atentamente. Como la luz cálida delineaba su piel, como sus ojos lilas reflejaban el paisaje, como emanaba una vibra tranquila por primera vez un mucho tiempo... a veces se preguntaba si era normal mirar de esa forma a su mejor amigo. No siempre había sido así, ese fuego que sentía en su pecho fue creciendo junto con él, cada día nuevo que pasaba con Ayato se sentía como una leña más para la fogata que incendiaba su corazón. En el fondo solo quería estar ahí par cuidarlo y ayudarlo en todo, tenía un talento especial para saber exactamente lo que pasaba por la cabeza del peli-azul, tal vez por eso se volvieron tan cercanos.

— Sabes que puedo verte mirándome por el reflejo de la ventana, ¿no? - interrumpió Ayato con una media sonrisa, sin despegar la mirada de la ventana.

La vergüenza subía el cuerpo de Thoma con rapidez, intentando formar un excusa lo más rápido posible.

— No te estoy mirando a ti Waka, estoy mirando el paisaje. - soltó el menor, intentando disimular el sonrojo.

— Como digas. - respondió Ayato con una risa sarcástica.

En su cuarto compartido, los jóvenes tenían casi un ritual diario. Ayato ayudaba a Thoma a estudiar y el rubio se encargaba de mantener la habitación en orden. Puede sonar bastante injusto, pero Ayato genuinamente no servía para hacer bien los deberes de la casa y Thoma realmente los disfrutaba. Además, estudiar con su mejor amigo le ayudaba a entender todo mucho mejor. Ambos salían ganando. Aunque, gracias a esta dinámica, ya escucharon varias veces que Thoma parecía el criado del mayor. De ahí surgió el chiste interno de Thoma llamarlo "Waka", una palabra japonesa que significa "joven am0". Al principio era solo un apodo gracioso, pero lentamente se volvió tan natural que lo soltaba sin ninguna intención de causar gracia.

Tal vez fue gracias a la buena música o a la linda vista, pero el viaje se pasó volando. Antes de que se dieran cuenta habían llegado a su destino: una pintoresca casa de playa blanca, un poco decaída y decorada con adornos de jardín por todas partes. El reloj marcaba las 6 de la tarde, y todos estaban ansiosos llevando sus maletas hacia lo que serían sus cuartos por el resto del verano.

— ¡Pero que lindo tu amigo! ¿Cómo es que nunca me lo habías presentado? - exclamó la abuela de Thoma al saludar a Ayato por primera vez.

— Mamá, no avergüences al pobre niño, por favor. - gritó el padre de Thoma desde su cuarto.

— Me alaga señora, es un placer conocerla. - respondió Ayato con una risa divertida.

— ¡Y además es un caballero! Por favor querido, llámame Gloria. Ahora síganme que ya les preparé su cuarto.

Gloria guió a los jóvenes por la pequeña pero llena casa. Ayato aprovechó para absorber todo lo que lo rodeaba, desde la decoración cargada e inspirada en cosas marinas, hasta el aroma de madera y sal que llenaba el ambiente. Cuadros de tonos azules decoraban casi cada centímetro de las paredes, acompañados por sogas marineras y redes de caracolas. El mayor podia sentir como la madera húmeda crujía bajos sus pies y como la humedad lentamente se adhería a su piel. Una sensación extraña, pero sorprendentemente placentera. Casi inconscientemente, su mirada se desvió hasta la expresión sonriente de un Thoma que hablaba dulcemente con su abuela. El rubio siempre fue muy atractivo, pero este ambiente le quedaba demasiado bien. Sus ojos verdes resplandecían con el sol del verano que se escabullía desde la ventana y esa expresión amigable le quedaba a la perfección. Su sonrisa iluminaba los pasillos de esa vieja casa veraniega como un faro a la orilla del mar.

— Bueno, les armé el colchón extra, ya decidirán ustedes quien duerme en la cama y quien en el suelo. El baño que van a compartir conmigo, si no les molesta, está al frente. Las cosas de playa están en el armario de la entrada y cualquier otra cosa que necesiten me avisan.

— Gracias por todo abuela, nos acomodamos y ya los encontramos en la sala. - respondió Thoma con un tono cariñoso.

— Muchas gracias, Gloria.

La abuela de Thoma dejó el cuarto, cerrando delicadamente la puerta en el proceso, y los jóvenes empezaron la ya planeada guerra de almohadas para decidir justamente quien duerme en la cama.

Entre la costa y el mar - Thomato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora