Capítulo 7

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Thoma y Ayato subieron con cuidado a la tabla de pádel una vez que salieron de la orilla. Con el mar tranquilo, un sol agradable y tiempo de sobra, el rubio comenzó a remar mientras el mayor se sentaba en la punta de la tabla.

— Si en algún momento te cansas de remar me avisas y cambiamos, ¿te parece? - propuso Ayato, quien se veía bastante cómodo ahí sentado.

— Dale, yo te aviso, aunque creo que estaré bien. - respondió el rubio, con el pelo moldeado por el viento y sonriendo ante la tierna vista de un Ayato de piernas cruzadas, mirando con expectativa la isla que tenían a bastantes metros.

— De aquí parece estar cerca, pero de seguro tardamos un poco, ¿no es así?

— El mar está tranquilo hoy, entonces creo que no vamos a tardar tanto. Aunque si va a parecer que avanzamos lento.

— ¿Habrá caracolas interesantes por allá? Quiero llevarle un regalito a Ayaka.

— Ya que no hay mucha gente visitándola siempre hay tesoritos a encontrar, además hay muchos cangrejos de diferentes colores por todas partes, ya que no hay humanos que los espanten.

— Ay, cangrejo, una de mis comidas favoritas.

— No te vayas a comer uno de estos que estos son mis hijos. Les ponía nombres y todo.

— Aw, que adorable que eres querido. Siempre cuidando de los animalitos.

— Dice el que está actuando como un niño en camino a Disney, me parece que el adorable aquí es otro.

— Si sigues halagándome así me harás pensar que eres mi fan número uno, no es como si tuviera pocas pruebas.

— ¿Yo? ¿Fan tuyo? En tus sueños.

— Vamos, yo sé que en el fondo me amas. - retrucó Ayato, volteándose y mirando a Thoma con una mirada burlona y una media sonrisa.

— Nop, para nada, solo hay odio aquí adentro. - dijo el menor, apuntando a su corazón con un puchero.

— Perfecto, tú finge que me odias y yo fingiré que te creo. - respondió Ayato, guiñando un ojo y volviendo a mirar para el frente.

Thoma le agradeció a lo que sea que estuviera arriba que el mayor se haya volteado en ese momento, ya que podía sentir sus mejillas llenarse de rubor. En parte por los juguetones coqueteos de su compañero, por esa maldita media sonrisa que le revolvía el estómago y por lo que sabía que pasaría si es que encontraba la valentía de seguir con su plan.
El viaje hasta la isla fue tranquilo, sin ningún inconveniente. No era una costa peligrosa, entonces lo más interesante que encontraron en el medio del camino fue una tortuga marina que nadaba en dirección contraria, aunque esa parada los desaceleró bastante porque Ayato estaba fascinado con el animal. Después de intentar numerosas veces acariciar a la tortuga que decidieron llamar Manuelita, y fallar en el intento, decidieron continuar avanzando. En algunos minutos ya podían ver como el agua se aclaraba y como la isla los recibía con un pequeño pedazo de lo que se podría llamar playa.

— Es más pequeña de lo que pensaba, pero por alguna razón así me gusta más. - comentó el mayor mientras ambos se bajaban de la tabla.

— Es pequeña, pero tiene de todo. Aquí tiene una pequeña orilla con arena, allá son puras piedras y si damos la vuelta hay como una escalera natural para llegar a la cima, que está cubierta por pasto suavecito.

— Suena muy agradable, vamos, yo te sigo.

Thoma guió a Ayato por un camino de piedras que los llevó a una pequeña y empinada subida. En cuestión de segundos se encontraban en la cima de la pequeña isla, siendo recibidos por un hermoso horizonte y la familiar playa que los saludaba de lejos.

Entre la costa y el mar - Thomato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora