Capítulo 4

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— No me lo puedo creer. - exclamó la abuela de Thoma al ver a los jóvenes prácticamente cuchareando en aquella diminuta cama de soltero.

Ambos abrieron los ojos lentamente, cansados por haberse quedado hasta tarde hablando. Cuando Thoma se dió cuenta de la situación, se sentó rápidamente, intentando alejarse de Ayato lo más rápido posible.

— H-hola Abue, buenos días. - tartamudeó el menor, intentando esconder el rubor en sus mejillas.

— ¿No están medio grandes ustedes como para tener que compartir una cama? Ni hablar del calor que hace. - dijo Gloria entre risas.

— Buenos días Gloria, no se preocupe, solo no quería dejar a su nieto durmiendo en el suelo, la noche no fue para nada desagradable. - soltó Ayato una vez terminó de recuperar conciencia.

— Tan educado usted, me hubieran avisado que el colchón estaba incómodo. - retrucó la anciana mientras levantaba las cortinas del cuarto para terminar de despertarlos.

— No quería preocuparte. Además, era eso o el sillón, para eso prefiero quedarme en el cuarto. - para entonces Thoma ya estaba estirándose, preparándose para ir al baño.

— ¿Seguros que no les molesta mucho dormir en un espacio tan pequeño? Cualquier cosa uno puede dormir en mi cama y yo me paso al sillón.

— De ninguna manera Abue, tú quédate en tu cama y nosotros nos las arreglamos, no queremos que termines con más dolor de espalda. - respondió el rubio inmediatamente.

— Estoy de acuerdo con su nieto, Gloria. No es incómodo, enserio, usted no se preocupe. - agregó el mayor, todavía refregándose los ojos que le pesaban por el cansancio.

— Si eso dicen... - se conformó Gloria, que seguía arreglando algunas cosas del cuarto que parecían fuera de lugar. - Ahora vayan a prepararse que ya casi son las once de la mañana, deberían aprovechar el día.

— Eso haremos, gracias Abue. - Thoma se acercó a su abuela y plantó un dulce beso en su frente. - Vamos Waka, que tengo planes para hoy.

— En camino.

Los dos se dirigieron al baño y en cuestión de minutos ya estaban listos para correr hacia la orilla. El sol tomaba su lugar para empezar la hora más calurosa del día, entonces la mejor opción era simplemente quedarse en el agua un rato y cuidar para no insolarse.

— Extrañaba esta sensación, la temperatura del mar es perfecta. - soltó Ayato, haciendo la plancha en el agua como esas señoras mayores que no se quieren mojar la cara.

— Ah, ¿con que te gusta eh? - empezó Thoma con una sonrisa malévola. - Entonces seguramente te va a gustar esto.

Una ola de agua se estrelló a toda velocidad contra la cara del mayor, quien estaba en un pacifico estado de descanso.

— No tienes idea en donde te metiste querido. - exclamó Ayato con una sonrisa maléfica en sus labios mientras se limpiaba el agua de la cara.

Y así comenzó otra gran batalla entre los compañeros de cuarto. Ayato era claramente el más competitivo, mientras Thoma disfrutaba más el juego que la victoria. Con movimientos rápidos y bruscos, pero de alguna manera también llenos de gracia, Ayato lanzó una agresiva lluvia de agua salada apuntando directamente a la cara del rubio que hacía lo posible para salvarse. El mayor le agarró la muñeca, intentando dejar su cara destapada para una merecida ola de agua.

— ¡Me rindo, me rindo! Ya no más por favor, admito mi derrota. - dijo Thoma entre risas mientras intentaba correr lejos del mayor y cubrirse la cara.

Ayato, sin soltar al menor y con esa amenazante sonrisa en labios, lo miró a los ojos y decidió ahorrarle esa última chorreada.

— Agradécele a esa cara linda que tienes, que sin ella te estaría hundiendo en el agua ahora mismo. - dijo finalmente para luego soltarle la muñeca y reír ante la cara empapada de su amigo.

Thoma se quedó callado por unos segundos, bastante sonrojado por el sarcástico coqueteo que le había tirado el peli-azul, pero no era más que eso, sarcástico. Tenía que recordarse a si mismo ese detalle para no tener las esperanzas tan altas. Aunque, no podía negar que ese tipo de actitudes que tenía el mayor lo confundían aún más. Siempre fue una persona sarcástica, pero nunca había hecho ese tipo de chistes. Su estómago burbujeaba y estaba más decidido que nunca a finalmente contarle todo lo que sentía. Quería que el momento fuera especial, claro está, pero temía que si no se apuraba terminaría teniendo un ataque cardíaco.

— Dijiste a la mañana que tenías planes para hoy, cuéntame, ¿que tienes en mente? - preguntó Ayato, rompiendo el silencio y todavía un poco sonriente por la "pelea" que habían acabado de tener.

— Podemos ir a por un helado, o nadar hasta la isla que te comenté. - respondió Thoma, saliendo de su monologo interior. - También podríamos caminar al otro lado de la playa, pero con el calor que hace no se si es una muy buena idea.

— ¿Que tal si almorzamos, que ya son las doce, y luego vamos a por un helado? - sugirió el mayor.

— Me parece genial, vamos a secarnos que, según mi abuela, comer mojado hace mal. - exclamó Thoma acompañado de una suave risa burlona.

— Después de ti. - soltó Ayato con una extravagante reverencia, mirando arriba con una sonrisa juguetona que revolvió el estómago del menor.

— Que caballeroso usted, hubieras actuado así cuando me tirabas agua en la cara.

— Sal del agua antes de que me arrepienta de no haberte hecho una peluca de algas.

— Sí señor.

Los dos salieron del mar y corrieron a por las toallas que estaban perfectamente dobladas sobre las sillas de playa, listos para sacar la comida que habían guardado esa mañana. Los padres de Thoma tomaban sol y leían a algunos metros de la casa, mientras la abuela Gloria regaba las plantas del jardín. En ese momento, sorprendentemente, reinaba el silencio. Los chicos masticaban su comida sin soltar una palabra, mirando al horizonte y disfrutando la brisa marina que les acariciaba la piel. En medio de ese cómodo silencio, la mente de Ayato se desvió a su acompañante, como ya era de costumbre. ¿Debería contarle lo que sentía? No era un tema fácil cuando se trataba de su mejor amigo, no quería arruinar nada. Pero la forma en la que su corazón saltaba cuando miraba esos ojos verdes era demasiado fuerte como para ignorar. Además, la conversación que habían tenido la noche anterior fue un poco sospechosa. No quería ilusionarse, pero tal vez los sentimientos eran mutuos. Después de todo, tenía sentido, el comportamiento de Thoma coincidía con el de un enamoramiento. O, tal vez, era un elemento externo que estaba causando su extraña actitud... Fuera lo que fuera, quería sacarse eso del pecho, no le gustaba sentirse tan vulnerable casa vez que rozaba su piel con la de su amigo. Ese sentimiento de calor y adrenalina era incontrolable, eso es lo que más le molestaba, no podía manejarlo ni hacerlo parar.

— ¿Listo para el helado? - preguntó un Thoma de pie, extendiendo su mano para ayudar al mayor a levantarse.

— Siempre. - rió Ayato, barriendo esos pensamientos vergonzosos de su mente.

Entre la costa y el mar - Thomato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora