Húmeda fantasía

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Nuestros cuerpos rodaron por el césped, impregnándose de todos los olores de la primavera unidos a nuestro propio sudor corporal. Entre vuelta y vuelta, conseguí acabar encima de él. Nuestros cuerpos desnudos gritaban por ser complacidos.

Mi mano pasó por su torso, maravillándose de las preciosas facciones que sus músculos marcaban. Masajeaba cada centímetro de su pecho y su abdomen, deteniéndome en cada curva, cada marca que me encontraba.

Su mano se dirigió a mi entrepierna, que ya se encontró con un amigo preparado para jugar. No pude evitar gemir cuando el calor de su mano me complació con un simple tacto.

— ¡Oh, sí!

— ¿Te gusta? — me preguntó.

— Me encanta — mis labios dibujaron una sonrisa mientras él me masturbaba. Poco a poco iba subiendo la intensidad según notaba mi placer aumentar.

— Te amo.

No me esperaba que me dijera eso, era la primera vez que le oía decir esas palabras. Abrí mi boca para mostrarle lo mucho que lo amaba yo también pero no me dejó tiempo. Nuestros labios se unieron en un beso apasionado y al poco tiempo sentí cómo su lengua intentaba abrirse camino hacia el interior de mi boca.

El ambiente se estaba calentando más y más, yo podría estallar en cualquier momento del placer, le pedí con mi cuerpo que siguiera, necesitaba más. Mi respiración era cada vez más entrecortada, estaba llegando a mi límite.

Lo siguiente que escuché fue un fuerte golpe que me hizo volver a la realidad. Tardé unos segundo en ver lo que estaba pasando, seguía en clase. El profesor Ramírez se encontraba frente a mi mesa y el golpe había sido de su archivador al caer bruscamente para despertarme de mis divagaciones. Comencé a entrar en pánico internamente, me había quedado fantaseando mientras el profesor explicaba matemáticas.

— ¿Estás con nosotros? — el profesor Ramírez estaba con los brazos cruzados en posición imponente. Su larga barba blanca y despeinada no ayudaba, pues le daba un toque aún más imponente e intimidante.

Asentí rápido y nervioso, todo el mundo me miraba. Pude ver de reojo, unas filas más adelante a Carlos. Cruzamos miradas por unos momentos. Me miraba con sus ojos marrones brillantes, su cara ovalada bien definida y su pelo rubio repeinado. Joder, era precioso y no me extrañaba que cada dos por tres me pusiera a fantasear con él.

Por supuesto todo era platónico, Carlos era del grupo "guay" del instituto, el de los deportistas; y los brazos que se veían por su camiseta de tirantes demostraba lo deportista que era. Aparté la mirada. Lo último que necesitaba era seguir fantaseando con todo el mundo mirándome y el profesor echándome la bronca.

Necesitaba quitar la atención de mí cuanto antes. Toda esa fantasía había creado una erección muy real en mí y me moriría de la vergüenza si alguien me la viera. ¡Aún peor si era Carlos el que me pillaba!

— Lo siento mucho, profe. No volverá a pasar — lo miré poniendo los mejores ojos de corderito asustado que pude para intentar darle pena —. ¿Puedo ir al baño a despejarme y así atender mejor?

El profesor se me quedó mirando, debatiéndose seguramente qué hacer conmigo, hasta que al final cedió.

— No tardes.

Salí lo más rápido que pude de clase, intentando evitar que la gente viera el bulto de mi pantalón. Al salir tuve que quedarme apoyado en la pared unos segundos. Mi pene estaba muy excitado y la fricción con mi ropa al moverme me producía placer. Necesitaba llegar lo más rápido posible al baño o podría llegar a correrme en medio del pasillo.

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