D o s :

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Un niño de cabellosrubios corre a esconderse en el armario. Tiene la respiración agitada y debe taparse la boca con ambas manos para evitar que un ruidito lo delate.

>Dios que no me encuentre... Que no me encuentre<

Reza en silencio con los parpados apretados. Puede escuchar sus pisadas y su respiración se acelera cuando sabe que se ha detenido frente al armario. Piensa en moverse un poco más al fondo pero sabe que de hacerlo podría escucharlo, entonces se queda quieto fingiendo ser una estatua.

- ¿Dónde estás Pat? –Pregunta el otro como si el rubio fuese tan idiota y gritara una respuesta.

Debe apretarse más las manos contra la boca y aguantar la respiración cuando escucha pasos lentos acercarse aun más, y diablos, ahora piensa que hubiera sido una mejor idea esconderse debajo de la cama... Bueno, si no estuviera tan gordo lo abría hecho.

Se hace cada vez más pequeño en su lugar con cada pisada acercándose, y cuando finalmente las manos del contrario tocan las manijas de la puerta deslizable el corazón se le cae al menor porque ya no hay salida, porque lo ha encontrado.

- ¡Aquí! – Gritan y la puerta se desliza dejando a la vista un niño rubio que inmediatamente trata de salir corriendo, pero el otro es más rápido y se tira hacia él comenzando a hacerle cosquillas.

- ¡Detente Pete! ¡Basta! – Grita como puede, entre risas propias y del moreno - ¡Me voy a hacer pipí!

- ¡Iugh! – Entonces por fin el pelinegro se aleja del rubio, sonriendo mientras este se incorpora y deja escapar un suspiro de alivio mientras se agarra el estomago (como si se le fuera a caer, ¡ja!, tonto)

- Entonces es tu turno Patrick

- ¡Ya no quiero jugar esto! – Se queja el menor – nunca te encuentro

- Es porque soy el mejor en las escondidillas – dice orgulloso inflando el pecho y mirando sus uñas, pero la verdad es que siempre hace trampa porque se esconde del lado izquierdo en donde Patrick cuenta, entonces es imposible que lo vea. Tal vez Pat deba esconderse ahí en vez de siempre escoger el armario.

- ¡Niños a comer!

La voz de la madre del rubio lo salva del juego y ambos corren a la cocina donde la hermosa mujer ya les tiene preparada una bandeja de galletas recién horneadas y dos vasos de leche tibia. Siempre es así.

Sonrió al recordarlo, cosa que llama tu atención.

- ¿En qué piensas? – Me preguntas y yo sé que no debo mentirte, además no es como si quisiera hacerlo

- recuerdo cuanto te gustaba jugar a las escondidillas – te respondo sonriendo, tú me devuelves la sonrisa solo que la tuya es más hermosa y más sincera

- Aun me gusta jugar. ¡Es más! ¿Por qué no jugamos ahora Pat?

Y me diriges esa mirada que hace que mi mundo entero se retuerza. 

Los demonios de Patrick Stump |Peterick| MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora