Te vas

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Espiral tenía los pies ligeros. Más que la mayoría de la gente. Los guardias reales no podían seguirle el ritmo. Los tres partían de un cuartel general ahora decorado con una enorme espiral azul.

Se dirigían hacia Tutali, una hermosa ciudad amurallada de piedra blanca y adoquines resplandecientes. Una joya arquitectónica con más de trescientos años de antiguedad. A pesar de su nombre, cuarteles generales había muchos, se situaban cerca de las ciudades para apagar las revueltas tan frecuentes en aquel reino donde jovenes de trece años podían colarse en ellos y pintar en los muros "Los revoluvionarios, vamos a ganar, podeis iros a casa" y firmar. Aunque hay que admitir que el caso de Espiral es bastante especial.

Ella encontraba la situación muy divertida, tanto que empezó a reirse y, como suele pasar, sus risas se convirtieron en carcajadas limpias de esas que da gusto oir. Pero a los guardias no les dio ningún placer y siguieron corriendo furiosos. Llevaban así ya un rato y se estaban empezando a cansar y, aunque no lo aparentase, lo mismo se podía decir de Espiral.

Cuando las murallas de Tutali se alzaron ante los ojos de Espiral, ella frenó en seco dando un giro brusco. Los guardias tambien frenaron sorprendidos por la expresión de Espiral, ahora seria.

- Vais a ver lo que pasa cuando una cebra intenta cazar a un guepardo.- dijo mientras una sonrisa perversa atravesaba su rostro.

Extendió sus dedos, de los cuales como si fueran grifos brotaron chorros de pintura roja que atravesaron el aire para dar en el pecho de los guardias que sorprendidos por el impacto cayeron al suelo.

Espiral no paró.

- La pintura se cuela por todas partes, por la nariz, por la boca hasta llegar a los organos vitales donde...- pensó espiral, e hizo un leve gesto.- se solidifica.

Los guardias quedaron inertes en el suelo. Espiral suspiró, no le gustaba caer tan bajo como ellos. Se puso su capucha y retomó su rumbo a Tutali, ahora más relajada. En poco tiempo se encontraba cruzando el umbral de la puerta de la ciudad, el único punto que unía aquella nube de piedra donde la gente vivía tan feliz con el exterior. Espiral no soportaba a la gente ilusa, así que atravesar la ciudad sin querer partirle la cara a nadie era todo un reto para ella. Para distraerse intentó pensar en otra cosa pero a su cabeza solo se le venía la imagen de los guardias que acababa de matar.

Había algo que le molestaba del asunto como si fuera una mosca. De la misma manera que ella les había vencido con ese ataque tan tonto sin ningún problema lo habría podido hacer un criminal de verdad. ¿a quién pretendía engañar el rey?

Sin darse cuenta entre sus pensamientos había llegado al mercado, el corazón de la ciudad. Allí la gente intercambiaba noticias o cotilleos, cosas como "¿Has oido que Espiral a matado a sangre fría a dos guardias, que miedo me dan los revolucionarios?" "Hay si, ni se porque se llaman así, no hay nada por lo que revolucionarse". Suspiró otra vez, con tristeza. ¿A quién pretendía engañar el rey? A mucha gente.

Espantó esos pensamientos de su cabeza. Necesitaba centrarse en llegar a su destino. Había discutido con su jefe y ahora le tocaba pagar el pato. Todo por su orgullo. Poco a poco, la confusión y el ruido del mercado se fue diluyendo a medida que desaparecían los estandartes.

Al llegar al final de la calle torció la esquina en un callejón sin aparente salida. Pero como las aparencias engañan, nunca se debe nombrar de esa manera una calle. Al llegar al final y asegurarse de que nadie la observaba, presionó una baldosa ligeramente más oscura que las demás accionando un complejo sistema de palancas. Una baldosa del suelo se levantó dejando un hueco lo suficientemente ancho para que cupieran dos personas y eso de tres, cuatro metros de profundidad. Solo una débil escalera de cuerda permitía el descenso.

EspiralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora