Parte 2

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Después de varias horas de viaje, finalmente llegamos a nuestro destino. Por suerte no era mi primera vez en este lugar. Cuando era más pequeño, solía venir a este rio a pescar con mi abuelo, por ende lo conozco lo suficiente como para movilizarme sin correr el riesgo de perderme — algo que me quitaba una preocupación de encima, pues al ser un terreno algo extenso resultaba fácil perderse en él.

Luego de sacar todas nuestras maletas y objetos de valor, el autobús se alejó de nosotros. Estaremos en este lugar por al menos dos días, por lo que, con antelación, debimos prepararnos lo suficiente para no sufrir de alguna deficiencia en el transcurso de estos días.

Varias mudas de ropa, algo de comida enlatada, agua, una frazada y una carpa para dormir; era todo lo que necesitaba para sobrevivir en estos seguramente agitados dos días.

Aunque tenía todo lo necesario, mi mente seguía dando vueltas. Había algo que aún me mantenía preocupado; ese algo, o más bien, alguien, era mi abuela.

Ella es una persona de edad avanzada. Por tanto padece de varios problemas de salud que solo parecen empeorar entre cada día. Y la única persona con la que podía contar era conmigo. Mi abuelo habría muerto hace unos años, y desde entonces yo soy la única familia que aún le queda.

Si les soy sincero, yo no tenía intenciones de venir a esta excursión. Soy conciente del delicado estado en que se encuentra mi abuela, y por tanto, me daba igual perderme este viaje. Fue ella quién me convenció de venir.

Pues entre la escuela, trabajar – porque si, también trabajo, en un taller de bicicletas en dónde me pagan del asco, con la excusa de que aún soy jóven y con lo que me dan es suficiente   – y cuidar de ella, mis últimos días habían sido muy estresantes. Así que pensó que esto me ayudaría a darme un respiro.

Por fortuna, la madre de Devon se ofreció a cuidar de ella en mi ausencia, y aunque sé que estará en buenas manos, no puedo evitar sentirme angustiado.

En eso, el chasquido de unos dedos me sacaría de aquellos pensamientos en que me mantenía inmerso.

–Hey, ¡Yuu!.– reconocí a quién pertenecía aquella voz.

–¿Hum?.– me giré, para ver el rostro de Alice, la presidenta del consejo, quién me miraba con una expresión preocupada.

–¿Te encuentras bien?.– me preguntó, mientras sostenía en sus brazos unas bolsas de lo que parecía ser carne. Sinceramente me sorprendió un poco que ella me preguntara algo así. Aunque seamos compañeros de curso y seamos parte del consejo estudiantil, no somos particularmente cercanos, más que nada por su temperamental carácter con el que es difícil de lidiar.

Aquella imágen de chica gentil, pura y servicial que todos conocían, era solo una fachada para ocultar su verdadera personalidad. Una que solo yo y unos cuantos desafortunados más conocíamos.

–Claro, ¿porqué?

–Desde hace un rato haz estado de pie sin hacer nada, parecías tener la mirada perdida, como si estuvieras en estática.

Ya decía yo que era muy extraño que preguntase por algo así. Si yo viera a un sujeto parado sin hacer nada, como si estuviera en animación suspendida, aunque no le conociera, seguro también preguntaría si le sucedía algo. Es lo que cualquier persona con un mínimo de empatía haría.

–Descuida, solo estoy algo cansado por el viaje. Estar dos horas sentado en ese autobús si que generan malestares en la espalda.– hablé, mientras hacía una serie de estiramientos para convencer a Alice de lo que decía. No tardé mucho tiempo en conseguirlo.

–Comprendo, – contestó mientras se encogía de hombros – Yo también me siento algo cansada, esos asientos si que eran muy incómodos, ¿no crees?.

¿Acaso me está intentando sacar tema de conversación? Esto si que es nuevo. Usualmente solo me habla para pedirme, o más bien, ordenarme que haga ciertas cosas. Y como se lo deben imaginar, no lo hace de una manera tan amable. De ahí que su repentina gentileza me parezca tan inusual.

Ella sonrió. Pero no era como esa sonrisa –claramente falsa– que cotidianamente mostraba a todos. Era una sonrisa que se sentía auténtica;
natural.

–La verdad si. Podría haberme sentado en el suelo, y apuesto que hubiera viajado más cómodo.– correspondi a aquella sonrisa.– Pero bueno, ya repose lo suficiente así que me siento mucho mejor.– Y no mentía, realmente me sentía mucho mejor.

Una sensación cálida. Eso era lo que podía sentir en esos momentos. Aquella sonrisa y gentileza; eran tan extrañas de ver, pero quizá, era su misma extrañeza la que hacía de aquella sensación tan… dichosa.

¿Será que acaso, por primera vez, la vida me sonríe? ¿Será éste el comienzo de una relación menos densa, y más jovial entre Alice y yo…?

–Bueno, de ser así entonces, ¿podrías ayudarme a cargar mi equipaje?.– En ese momento sentí el verdadero terror.

Una vez más estaba esa sonrisa. Esa maldita sonrisa. Sabía que era demasiado bello para ser cierto.

Desvíe cuidadosamente mi mirada, a fin de encontrar algún distractor que me sirviera como vía de escape a aquella situación. Afortunadamente, la hallé. Devon y Mika se encontraban discutiendo, algo habitual entre ese par, pero era la excusa perfecta para poder huir.

–Oh, mira, parece que hay problemas entre esos dos. Tal vez lo mejor sea que vaya a ver que sucede, no vaya a ser que armen un alboroto.– apunté hacia la dirección en que se hallaban.– Bueno, ¡charlamos más al rato!.– corrí a una velocidad moderada, pero lo suficientemente acelerada como para alejarme lo más que pude de Alice.

¡Benditos sean este par de tortolos que todo el tiempo se paran discutiendo!

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