Capitulo (71)

84 2 0
                                    


-Cielo, te vi en el Heaven en sus brazos. Te tenía a su merced y lo estabas disfrutando... si no hubiera aparecido Carlos hubieras acabado en los baños o en su casa y bien abierta de piernas –le soltó Judith- Y lo entiendo, Sara. Roberto tiene su encanto, es de esos hombres que te dominan, rudos, salvajes, que sacan a la fiera que llevamos dentro...

-Acaso tú....

-No, yo no pero Daniela sí –le explicó ella- esa noche cuando os fuisteis ella se lo llevó a su casa y le pegó un polvo de aúpa por lo que me contó. Es un tío con experiencia y sabe cómo hacer gozar a una mujer. Por eso te digo que entiendo que te sientas atraída por él pero solo en el plano sexual... Roberto no es alguien de quien enamorarte a no ser que te guste sufrir...

-Tampoco me acostaría con él –le dijo Sara- no podría hacerle eso a Carlos...

-No tiene por qué enterarse, cielo –le contestó para mi asombro Judith- él se va a ir en unos días a la otra punta del mundo, vais a pasar un fin de semana juntos y lejos de aquí... una oportunidad única para quitarte esa espina de encima, una noche loca de la que nadie tiene que saber nada...

-No, yo no puedo hacer algo así... -respondió Sara con rotundidad- no puedo hacerle a Carlos lo que yo no quiero que me haga a mí... no sería justo para ninguno de los dos. Sería incapaz de engañarle, de serle infiel.

-No tendría por qué ser así... -le dijo Judith- quizás podías hablarlo con Carlos, ir de frente por una vez y confesarle que te atrae Roberto, pedirle permiso para follártelo este fin de semana...

-Pero qué dices... ni loca haría algo así –negó con vehemencia mi mujer- Carlos lo odia con toda su alma, jamás consentiría que me acostara con él...

-Eso no lo sabes –le replicó Judith- Carlos ha cambiado mucho, tanto como tú... y quizás te sorprenda con su respuesta... sabes, creo que a tu marido le gusta eso de mirar... ayer no le quitaba ojo a la polla de Rubén mientras te empalaba...

Las dos volvieron a reír divertidas con aquella imagen que Judith acababa de evocar.

-¿Qué me dices, Sara? –Dijo volviendo a acercarse a mi mujer- estoy segura que quieres seguir follándote a Rubén y, a cambio, solo tendrías que dejar que Daniela lo hiciera con Carlos...

-No puedo, de verdad que no... -dijo Sara distanciándose de nuevo- es más fuerte que yo... sería incapaz de ver algo así...

-Entonces ¿qué hacemos? –Preguntó con algo de enfado en su voz Judith- ¿quieres dejarlo? ¿Renunciar a todo?

-Sí, creo que es lo mejor –dijo con seguridad Sara- parar todo esto antes que se salga de madre aunque eso suponga no volver a acostarme con Rubén... haré cualquier cosa con tal de proteger mi relación con Carlos...

Judith suspiró resignada ante la firme decisión de mi esposa que me había cogido completamente por sorpresa. Tanto era el temor a perderme, cosa de la que estaba segura que iba a pasar si me acostaba con Daniela, que iba a renunciar al amante que le había proporcionado el mejor sexo de su vida. Palabras textuales de ella.

-Sabes –le dijo Judith acercándose a ella- siempre me ha gustado tu forma de ser, la firmeza de tu carácter, como no te echas atrás cuando tomas una decisión...

Su mano acarició su mejilla y Sara no hizo nada para evitar esa caricia.

-Renunciar a Rubén no significa que tengas que renunciar a mí... -le dijo pegándose a ella y volviendo a besarla sin oposición de mi mujer.

-Ayer me encantó tocarte las tetas –le dijo mientras sus manos se posaban sobre ellas, tocándoselas por encima de la blusa sin encontrar resistencia por su parte.

Judith, con parsimonia, sin apartar la mirada de mi mujer, empezó a desabrochar los botones de su blusa dejando al descubierto sus pechos cubiertos por su sujetador.

-Tienes unas tetas preciosas –le dijo mientras volvía a acariciarlas con sus manos- no me extraña que Rubén se volviera loco ayer comiéndotelas...

Sus manos bajaron las copas e hicieron sobresalir sus pechos por encima, acercando su boca y empezando a besarlas, primero una y luego la otra mientras Sara entrecerraba sus ojos y se le escapaba algún gemido de sus labios.

Yo, desde mi posición, observaba alucinado como Sara se dejaba hacer, viendo como mi mujer se dejaba comer los pechos por su amiga, que los lamía y succionaba como si le fuera la vida en ello. Viendo como su mano bajaba para acariciar su culo, apretándolo con su mano, palpando su firmeza, sopesando su dureza.

Estaba confundido. Sara acababa de cerrar la puerta a un nuevo intercambio, renunciando a esa nueva vida de placeres que acababa de descubrir. Y todo, por amor. Mi amor. Por miedo a perderme. Y a los pocos instantes, se dejaba besar por su amiga, que le metieran mano a base de bien y provocándome una tremenda excitación que me estaba haciendo enloquecer. Y aquello parecía ser solo el principio.

-¿Qué dices Sara? ¿Te gusta o quieres que pare? –le preguntó Judith.

-No quiero que pares pero mejor vamos al dormitorio... -le dijo Sara para mi sorpresa y tomando el camino que llevaba a nuestra habitación.

Judith sonrió y fue tras ella quedándome yo allí dudando qué hacer, si seguir escondido donde estaba o arriesgarme y salir, acudir al dormitorio e intentar ver qué ocurría allí dentro. Al final pudo más el morbo y opté por la segunda opción, abandonando mi escondite y saliendo sigilosamente en dirección por donde habían marchado las chicas.

De camino al dormitorio, me fui topando con las prendas de ropa de ambas mujeres haciéndome intuir que cuando llegara iba a encontrármelas desnudas. Y así fue. Me asomé con sigilo buscando mirar en su interior sin ser descubierto y lo que vi hizo que me empalmara al instante.

Sentadas en el filo de la cama, las dos desnudas, se besaban con pasión mientras sus manos jugaban con el cuerpo de la otra. Me sorprendió gratamente ver que, al contrario que en el salón donde Sara se había dejado hacer, ahora se había volcado en su primera experiencia lésbica correspondiendo el beso y sus manos acariciando los pechos de su amiga.

Judith, más atrevida y ducha en esos menesteres, mientras con una mano aferraba a mi mujer por la nuca atrayéndola a ella, la otra recorría sus muslos acercándose peligrosamente a su sexo que no iba a tardar en alcanzar.

Las dos cayeron sobre la cama por el empuje de Judith, que quedó encima de mi mujer, liberando sus labios para descender besando la piel de su cuello, de su torso, hasta posarse sobre sus tetas de nuevo, que devoró con igual ímpetu que había hecho en el salón, provocando que mi mujer acariciara su cabeza pidiéndole más y que aquella dulce tortura no acabara.

Pero Judith sabía que lo mejor estaba algo más al sur y se liberó de su abrazo, descendiendo de nuevo besando su vientre plano hasta alcanzar su pubis, esquivando la leve mata de vello recortado que la poblaba para dirigirse a sus muslos que enseguida alcanzó, besando su cara interna y haciendo enloquecer a mi mujer.

A esas alturas, yo ya no podía más y tuve que sacar mi polla de su encierro, empezando a masturbarme viendo aquello que me estaba matando de placer. Nunca me hubiera imaginado ver a mi esposa en esa tesitura y eso que lo mejor aún estaba por llegar.

Judith ascendió por sus muslos, alcanzado su verdadero objetivo que no era otro que la raja de mi mujer, lamiéndola de abajo arriba, provocando que su cuerpo se estremeciera de puro goce. La posición era algo forzada y Judith arrastró el cuerpo de Sara hasta el borde de la cama, posicionándose ella de rodillas entre sus piernas abiertas en el suelo del dormitorio, volviendo a atacar ahora sin tregua el coño de mi mujer, que se derretía ante el arte de su amiga.

Sara alzó sus piernas posándolas sobre los hombros de Judith, dándole un mayor acceso a su amiga que no cesó en ningún momento de saborear el coño de Sara que no paraba de gemir y agitarse con el contacto de aquellos labios y aquella lengua que tanto placer le estaban proporcionando.

Continuará...


Matrimonio, timidez y perversión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora