#00.14

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Una semana había transcurrido. Mina quien estaba despierta miraba a un punto fijo de las sábanas. Cada mañana percibía una inquietud, retumbando alerta, sin embargo prefería evitarlo. Mas esa mañana en específico, la soledad, la frialdad del gran espacio vacío a su lado, le entristeció.

Con desgano se puso de pie, sacudiéndose los cabellos morados, tomó una bata abrigadora y colocándosela bajó a la cocina. Una duda fugaz le hizo abrir la nevera, rápidamente se percató que sus sospechas eran ciertas.

Blaze no llegó a casa porque la cena que dejó para ella estaba intacta. Rodó los ojos cuando el agobio golpeó su pecho; después la cabeza le dolió. Claro que estaba molesta pero también sentía demasiado abandono por parte de la gata morada. No encontraba una idea o algo más, excusas, remedios.

Constantemente se repetía: «Ella hace lo que puede. Está ocupada, no es su culpa. Ella me ama, tengo que apoyarla en vez de entorpecer su trabajo con mis estupideces»

Pero Mina odiaba la razón, detestaba lo ignorada que su presencia era en la vida de Blaze. Después de todo era su esposa y merecía una explicación de su total falta de responsabilidad dentro del matrimonio. Negando, cerró la puerta del refrigerar de un portazo, enfurruñada se acercó a la cafetera. Cuando el café estuvo listo y caliente; la langosta ya estaba más tranquila.

Bebió mientras admiraba el jardín. Pensaba que tal vez sería bueno hablar con alguien, uno de sus más íntimos amigos, debía expresar lo estresada que se encontraba, que prácticamente lo que llevaba del año había pasado malos, muy malos momentos. Las peleas rutinarias con Blaze, sus intentos por quedar embarazada, la constante idea de ser una carga era una tortura. Sabía perfecto que su punto de quiebre estaba cerca, ya no podría soportar esa falta de atención de Blaze.

Dándose por vencida y después de tomarse toda la taza de café, recargó sus manos en la encimera. Frunció el entrecejo pensando. Ese día le haría una visita a su esposa, estaba harta, imploraba por un desahogo crudo.

(...)

—¡Oh! —el mapache palideció nervioso en cuanto la presidente Blaze cruzó los grandes pasillos, no tardó ni un segundo en seguirla —Su excelencia, ¿le puedo ayudar en algo?

La respiración de la gata morada se escuchaba estruendosa e irregular, el guarda sumiso sentía la tensión y furia en el aura de la máxima gobernante. Esta caminaba firme con la cabeza en alto, estaba tan distraía que en lo único que podía pensar era en ese criminal azul burlándose justo en su cara...

“No me apetece darte una respuesta ahora, mejor vuelve mañana y quizás tenga ganas de hablar.”

Solo podía pensar en que la sabandija había golpeado su orgullo, fue una buena jugada.

—Por favor, dime, ¿ya está el desayuno en mi oficina? —casi estaban por llegar.

—S-Sí, todo está preparado —sonrió incómodo.

—Eso es todo, gracias. Llama a Silver, dile que tenemos una reunión a las 8 —dicho esto el mapache le abrió la gran puerta y se marchó con prisa.

Tenía mucho que reflexionar, para su fortuna al asomarse hacia el balcón se encontró con Einsenstein. El mesero ya tenía todo servido, sonrieron al unisono cuando se acercó para sentarse.

—Buenos días, Einsenstein. Huele delicioso, ¿qué es?

—Espero que sea de su agrado. El desayuno de hoy son molletes tostados, un par de pastelillos de chocomenta y su té. ¿Desea algo más? —le sonrió servicial.

Con un ademán le agradeció, el mesero entendió que debía darle privacia, poniéndose en marcha ambos se destinaban a hacer lo suyo. Las orejas de Blaze se removieron al escuchar un bullicio afuera. Einsenstein paró en seco cuando las puertas de la oficina fueron abiertas. Mina, ingresando y un par de guardias quedándose detrás al no poder detenerla.

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