1. Iwasaki Mikato

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La había visto una noche de invierno por primera vez, cuando aún era una niña, pero una niña muy bella, de abundante cabello rojo, del color del mismo fuego que la había estado calentando en ese momento y ojos grises, como la ceniza que deja este al apagarse. Sin embargo, no fue hasta años después que la vida humana dio sus frutos y se convirtió en una bella joven.

Su primer encuentro se dio cuando ella tenía quince años y él algo más de cien.
Ella se había escapado de casa, de su mundo de oro y plata, para disfrutar algo de la brisa nocturna y él se había atrevido a salir de los arbustos al fin, mostrándose a la joven.

-¡¿Quién es usted?!

En ese preciso momento la sorpresa fue notoria, sobre todo por el aspecto del joven que tenía delante suya.

-Eso no importa-contestó él, sonriente, con sus extraños ojos clavados en Iwasaki. Después, se había vuelto a marchar con la misma velocidad y silencio.

Ella se quedó pasmada y algo aterrada, lo cual le impidió dormir bien algunas noches, pero después olvidó lo sucedido, al menos durante algún tiempo.

Tenía mayores problemas en los que enfocarse. Era ni más ni menos que Iwasaki Mikato, la única hija de la rama principal de la familia Mikato y por tanto la única heredera de la fortuna, excepto por un pequeño problema. Si no se casaba antes de la muerte de su padre el dinero se perdería entre sus primos varones.

Por tanto y a pesar de que había cumplido los quince apenas dos semanas antes, estaba ya preocupada por una realidad que se aproximaba cada vez más y más, la del matrimonio.

Aunque sabía que su madre había perdido la capacidad de tener hijos después de que naciese ella, a veces aún se enfadaba con ella y con su padre, por no haber tenido un hijo varón que hiciese que ella no tuviera que cargar con el peso de un matrimonio temprano, todo por sí su también enfermo padre fallecía, ya que en caso de que esto pasara antes de que ella estuviese casada, la herencia desaparecería igual.

Sin embargo no parecía que le fuese a pasar nada de momento y el misterioso desconocido tampoco volvió a aparecer, así que podía estar en calma, o eso creía.

En verdad, Douma la seguía observando desde las sombras, pero no se atrevía a acercarse por si la volvía a asustar de nuevo.

La observación secreta dio sus frutos unos meses después, cuando ella decidió bañarse bajo la luz lunar.

Como la rama principal de la familia Misako era inmensamente rica (y mucho más que las demás, de ahí que quisieran quedarse con la herencia de Iwasaki) , cada uno de los miembros de la familia tenis un patio interior con estanque incluido.

Las noches cálidas propias del verano eran los mejores momentos para bañarse y fue por ello que aprovechó para meterse a medianoche en el agua.

Salió vestida de su habitación con una sencilla bata que se ponía para dormir y cuando estuvo cerca de la orilla se la quitó, dejando a la vista su cuerpo, de un color más bien plateado bajo la luz lunar. Después se recogió el cabello y se sumergió en el estanque, que en verdad era más bien una piscina artificial.

Oculto en la maleza Douma observaba ese cuerpo y se le hacía la boca agua pensando en el sabor que podría tener este.

Sin embargo, aún no sentía que fuera el momento de alimentarse de este, de modo que no le quedaba más remedio que esperar a que esa joven, Iwasaki, creciese algo más, momento en el que su sangre alcanzaría su mayor potencial nutritivo.

Los meses pasaron y todo parecía rodar a la perfección en la finca de los Mikato, hasta que de un día para otro, el padre de Iwasaki empeoró considerablemente su estado de salud.

La Flor de Invierno (Douma)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora